jueves, julio 06, 2006

Un olfato prodigioso

Iba a casa de mi vecina a regarle las plantas. La mujer se había ido de vacaciones al Caribe y me había encomendado esa rutinaria misión. Cada dos días pasaba a realizarla con parsimonia, y hacía mis cosas.

Estando dentro de la casa el día 8 de su marcha sonó el timbre. No sabía que hacer. Si abría me iba a ser difícil explicar lo que hacía. Si no abría y quien estaba al otro lado me había oído podía parecer que era un intruso, un ladrón de casas pillado in fraganti, y la policía podía presentarse allí en un periquete. Si no abría y quien estaba al otro lado no me había oído y permanecía en silencio el tiempo que tardase en marcharse, quizá tuviera suerte y pudiese terminar lo que estaba haciendo y volver a mi casa.

En mi mente pensaba en todas esas alternativas en silencio y quieto, cual hierático dibujo egipcio, cual animal asustado que pretende no ser visto por su presa, cual estatua de sal. Sonó tres veces el timbre y de repente se abrió la puerta. ¡Dios! ....quien quiera que fuera tenía, como yo, una copia de las llaves. Una sombra al fondo del pasillo, una sombra con forma humana, atravesó el marco de la puerta abierta y se detuvo en una posición que indicaba que miraba hacia donde yo estaba. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. Yo ahí, en bolas, en medio del salón, con la ropa íntima de mi vecina desperdigada alrededor.

Aquella era la mayor pillada jamás sucedida, o así me lo pareció. La maldita persona que me observaba (ya no miraba, observaba, pues habían pasado varios agónicos y eternos segundos) podía destruir por completo mi reputación en el vecindario y, por efecto de la onda expansiva del cuchicheo cotillo mucho más allá, impredeciblemente más allá.

¿Quién era?....¿Qué quería?...¿Por qué había entrado?.....¡Tenía que hacer algo, que decirle algo!....pero....¿cómo proferir palabra en tan ridícula e inmoral situación?....nunca estuve más desnudo que en aquel momento. Y ESA MIRADA viviseccionaba mi alma corrupta desde el fondo del pasillo de la entrada. AY AY AY AY .......AY ......¡¡¡¡¡Esto es lo peor que me había pasado nunca!!!!......no, corrijo: ¡¡¡¡Esto es lo peor que pudiera haberle pasado nunca a nadie!!!!!.

Una voz sonó, en medio de mi monólogo incoherente interior. Venía de fuera, era una voz de anciano:

"¿Matilde?....Matilde hija.....¿estás ahí?".

¿Cómo?, ¿Será posible que no me viera?. La sombra avanzó por el pasillo con pasos lentos. Poco a poco se podían distinguir sus formas, la tenue luz que entraba por la ventana semicerrada del salón bañaba el rostro y el cuerpo de un anciano de unos setenta y muchos años, que avanzaba sujetando un bastón.....¡de ciego!.

Un instante de profundo alivio fue sucedido por un nuevo arrebato de intenso pavor al comprobar la marcha implacable del bastón hacia la ropa tirada en el suelo. Me abalancé desesperadamente a recogerla, haciendo con ello gran ruido, y el anciano se sobresaltó y sus ojos ciegos, abriéndose como platos, parecieron por un momento estar dotados de vista aguileña.

"¡¡¡Quién anda ahí!!!"....."¡¡¡Matilde!!!!,...¿eres tú?... ¡¡¡¡esto no tiene ninguna gracia!!!!".

Un viejo ciego así no podía venir solo. Alguien tenía que acompañarle. Si no estaba ya allí debía estar a punto de llegar. Debía actuar con gran rapidez. Ya no me preocupaba hacer ruido. Poco importaba que un ciego oyese ruidos. Llevé toda la ropa al cuarto de mi vecina y la dejé en su sitio desordenadamente. De fondo sonaba la voz del viejo, cada vez más alta, cada vez más asustada:

"¡¡¡¡Por favor no me hagan daño!!!, soy un pobre ciego".....

Volví de un salto al salón, tomé mi ropa y corrí hacia la salida como supongo debieron correr nuestros ancestros en la sabana africana hace miles de años cuando les perseguía una bestia más grande y fuerte que ellos.

Crucé el rellano de la escalera aturulladamente, sin pensar siquiera que pudiese haber alguien subiendo o bajando. Con las manos temblorosas introduje la llave en la puerta de mi casa y comencé a darle vueltas en la cerradura. Aquello hizo un ruido enorme y según lo hacía me daba cuenta de que el viejo lo iba a oír, pero ya era tarde, todo era absurdo y tenía que tomarme un respiro en mi casa, así que entré y cerré a mis espaldas.

Me puse a recapitular. La ropa de mi vecina estaba en sus cajones, aunque mal puesta. Siendo ella como es tan ordenada lo notaría de inmediato a su vuelta del Caribe. Mi ropa la llevaba conmigo, hecha un gurruñapo entre mis brazos. Miré todas las prendas: zapatos, calcetines, calzoncillos, camisa, cinturón, pantalón....estaba todo. El viejo había oído mis movimientos en la casa y el CLAC CLAC CLAC CLAC del girar de mi llave en la cerradura de la puerta de la mía. Quizá algún vecino hubiera pasado escaleras arriba o abajo cuando cruzaba en bolas el rellano de la escalera.

Ay ay ay, ay, las cosas pintaban muy negras.

Estuve tirado un rato en el pasillo de la entrada de mi casa, respirando afanosamente, dando vueltas a todo el asunto, sintiendo una terrible ansiedad.

No oía nada. Había un silencio de ultratumba.

Aquello empezaba a ser bastante extraño. Me levanté y fui hacia la puerta. Miré por la mirilla: la puerta de mi vecina seguía abierta. Esto no tenía sentido. Comencé a vestirme despacio, sin quitar el ojo de la mirilla. Una vez adecentado abrí la puerta, miré escaleras arriba, miré escaleras abajo....¡nadie!. Avancé por el rellano hacia la puerta de la vecina. No sonaba nada.

Entré de nuevo en el lugar de la pillada. El hombre estaba sentado en el sillón, muy quieto, aparentemente tranquilo. Movió la cabeza hacia mí cual si me mirase y dijo con voz serena:

"De acuerdo, me rindo. ¿Quién eres, el vecino?".

"Sí señor, había venido a regar las plantas".

"¡Ah ya!....¿y Matilde, dónde está?".

"Marchó al Caribe de veraneo".

"Entiendo....eh....tienes una forma muy rara de regar las plantas ¿sabes?".

"Uff, sí, bueno, cuando usted llegó ya había acabado pero como se me había caído una regadera al suelo estaba limpiándolo"

"No eres el primero"

"¿Qué?"

"Que no eres el primero".

¿Qué estaría queriendo decirme el viejo?. Aquellas palabras eran francamente enigmáticas.

"¿El primero en qué?".

"¿En qué va a ser?, ¡en tirar una regadera!".

"Aaaaaaah", suspiré aliviado.

Aquella tarde la pasé charlando con el viejo. El hombre resultó ser un conversador excelente y un brillantísimo narrador de historias, de las que tenía muchas que contar. Estuve tan sumergido en la charla y en la escucha de sus palabras que olvidé por un largo rato mi sobresaltado estado de ánimo y me sentí paradójicamente relajado.

Pero la duda me asaltaba de cuando en cuando: ¿por qué aquel viejo se comportaba como si nada hubiera pasado, tras haber recibido un susto casi mortal, y se conformaba con las precarias y balbuceantes explicaciones que yo le había dado sobre el suceso?. ¿Cómo podía estar hablando sosegadamente conmigo, como si tal cosa, con un perfecto extraño que le había puesto al borde de la muerte, de su vida y obra?.

No me lo podía explicar. Por la lucidez que mostraba, por cómo se expresaba, era obvio que aquel hombre estaba en su sano juicio y no padecía ninguna de esas enfermedades que en la vejez convierten el alma en un caos, que fragmentan el ser como si se deshiciese un puzzle.

Por otro lado no sabía quien era, qué relación tenía con Matilde. Su padre sé que no era porque le había oído decir alguna vez que estaba muerto.

Pero ambos misterios quedaron de golpe revelados cuando me despedía del ciego.

Iba hacia la puerta con cortos pasos, que yo acompañaba ligeramente retrasado, mientras nos decíamos el placer que había sido conocernos, etc etc...., cuando de pronto se volvió: "Bueno, muchacho, debo decirte que tengo un buen olfato. Desde que me quedé ciego, hará 40 años, he desarrollado un olfato canino". Aquello me pareció algo fuera de lugar, no entendía muy bien a qué venía en plena despedida. El viejo echó una carcajada: "Ja ja ja ja ja....¡no te preocupes, este será un secreto entre tú, mi olfato y yo!".

"¿Qué?...¿Qué quiere decir?".

"¡Venga majadero, no te hagas el sorprendido!. Al llegar olí a Matilde, pero luego me di cuenta de que eran prendas de ropa de Matilde y no la propia Matilde. ¿Sabes que las plantas desprenden un olor especial después de haber sido regadas?. Sí, olí ese olor, pero también olí un poco a hombre, ejem...y olí además el miedo. Entonces llegó ese estruendo monumental, y ese ir y venir de olores, y yo también me asusté. Pero el susto me duró poco. Muy pronto pude hacerme una composición de lugar. Y en cuanto oí el ruido de la puerta de al lado abriéndose me tranquilicé y me senté a esperar. Era obvio que Matilde se había ido al final de viaje, como venia anunciando a bombo y platillo desde hace meses a toda la familia, y que el vecino, que había pasado a regar las plantas, estaba haciendo cosas indecentes en medio del salón con su ropa íntima, aprovechando la circunstancia. ¡No hace falta que intentes justificarte!, creo que lo que has hecho está mal pero no voy a contárselo a nadie, puedes estar tranquilo".

"Ups, glup, vaya, que olfato más prodigioso el suyo.....pero, permita que le pregunte.....¿a qué vino usted?".

"Ay, joven, Matilde me pidió que viniese, no lo hice por gusto. Desde hace tiempo viene percibiendo un desagradable olor en su habitación, y por mucho que intenta eliminarlo el olor persiste. No sabe además de donde procede. Me dijo que tu habitación está pared con pared con la suya, y que sospechaba que el hedor pudiese provenir de tu casa. No te lo voy a ocultar, majo, Matilde me dijo que no le cabía duda de que aquel repulsivo olor venía directamente de la casa del cerdo de su vecino, o sea, de TU casa".

No hay comentarios: