miércoles, julio 05, 2006

Ayer maté a un tío

Ayer maté a un tío. Fue una situación absurda, lo juro. Iba yo por la calle absorto en mis pensamientos cuando de pronto me topé con un gigante. Fue un choque un tanto desigual, de resultas del cual caí al suelo de culo. Desde esa incómodo y ridícula posición miré hacia las alturas y vi una cara enfadada que me hizo pensar de inmediato en un ogro. El tipo me miraba ceñudo. "Mira por dónde vas, gilipollas" me espetó. Y después de eso continuó andando, pisándome la pierna izquierda en su primer y torpe paso.

Si, lo sé, seguramente penséis que aquel grandullón formidable cayó ante un certero golpe de mi puño o de mi pierna. Nada menos cierto. Siguió hacia adelante sin mirar ni una sola vez hacia atrás y me dejó tirado y humillado en la fría y sucia acera.

Pero ay, en ese momento llegó el pringao. Un pequeño y gordito samaritano que vino a hacer la labor humanitaria. No dudo de sus buenas intenciones, pero se equivocó de víctima inocente. "¿Puedo ayudarle?. He visto como ese animal le arrollaba".

Si la cara es el espejo del alma en aquel momento yo debí parecerle Lucifer:

"¡Déjeme tranquilo coño!, ¡no necesito su ayuda, joder!...se valerme por mi mismo".

El gordito se echó hacia atrás. Pero no, no le ataqué, no le golpeé ni nada por el estilo. Me miró entre asustado y consternado y se fue alejando de mí con pasos lentos de cangrejo, sin dejar de mirar.

Con rabia y rencor me levanté trabajosamente y miré a mi alrededor. Una pequeña multitud se había congregado en torno a mí.

"¡Qué cojones miran!".

Una tipo y una chica que iban juntos se reían. Deseé en ese momento que les fulminase un rayo. Pedí a Zeus que se lo tirase. Fui hacia ellos como imagino que un gorila debe ir hacia quien invade su territorio y me dispuse a golpear al hombre (a la mujer ni tocarla, que uno es un caballero), pero en ese momento tropecé y caí nuevamente, esta vez de bruces, contra las piernas de una señora cincuentona. De resultas de ello la señora cayó de culo (como yo con anterioridad), con mi cabeza en su entrepierna, y el público presente prorrumpió en una masiva carcajada colectiva.

Era tal el bochorno, tan patética la situación, que quise desaparecer. Me levanté deprisa y comencé a correr, atravesando las filas y filas de espectadores como un cuchillo la mantequilla. Estuve así, corriendo, lo menos 10 minutos. Cuando paré no sabía dónde estaba. Era una calle pequeña, con pocos transeúntes. Ninguno me miraba.

Pasé por delante de un edifico en obras. Había dentro una pila de ladrillos. Tenía unas ganas enormes de desahogarme, así que cogí uno y me dispuse a tirarlo contra una pared con toda las fuerzas de las que mi físico dispusiera. Lo tiré. El ladrillo no chocó contra la pared. La atravesó. Había un hueco de ventana que había pasado por alto. Apunté mal, no sé muy bien cómo pudo ser. De hecho no había tenido en cuenta esa ventana. Sonó un golpe sordo al otro lado. Después sonó un ruido blando, como el que produce un blando cuerpo al caer sobre el duro suelo. Corrí hacia la ventana. Al otro lado había un hombre vestido con mono, tirado en el suelo, con sangre manando profusamente de una enorme brecha en su cabeza.

¡Dios NOOOOOO! ¿Qué he hecho?......¡Señor, señor....¿se encuentra usted bien?!. Le zarandeé. Su cuerpo respondía pasivamente al movimiento que le imprimían mis manos, sus ojos estaban abiertos mirando a ninguna parte.

Me puse de nuevo a correr, alocadamente, desesperadamente. En las noticias de la noche lo dijeron. La policía lo estaba investigando. Se buscaban posibles autores en el entorno de la víctima.

Mis huellas están en el ladrillo. Solo es cuestión de tiempo que me cojan.

No hay comentarios: