jueves, julio 20, 2006

Israel es malo

Leamos la carta que ha enviado la Fundación libanesa por la paz al primer ministro de Israel, Ehud Olmert:
Te animamos a golpearles duro y a destruir su infraestructura terrorista. No es sólo Israel quien está harto de esta situación, sino la mayoría silenciosa de los libaneses, harta de Hezbolá pero incapaz de hacer algo por miedo a las represalias de los terroristas.

En representación de miles de libaneses, te pedimos que abras las puertas del Aeropuerto Internacional Ben Gurión de Tel Aviv a los miles de voluntarios de la diáspora que están dispuestos a coger las armas y liberar su patria del fundamentalismo islámico.

Te pedimos apoyo, facilidades y logística para ganar esta batalla y lograr juntos los mismos objetivos: la paz y la seguridad para el Líbano, para Israel y para las generaciones futuras.

Los una vez predominantes libaneses cristianos, responsables de brindar al mundo "el París de Oriente Medio", como solía ser conocido el Líbano, han sido asesinados, masacrados, expulsados de sus hogares y dispersados por el mundo, mientras el Islam radical declaraba la guerra santa y tomaba el control del país, en los años 70. Los cristianos libaneses manifiestan la opinión de que ellos e Israel han aprendido de la experiencia, que ahora descubre a regañadientes el resto del mundo.

Mientras el mundo protegía a aquella OLP que se retiraba del Líbano en 1983, con Israel pisándole los talones, nacía otra organización con una ideología más volátil y religiosa: Hezbolá, "el Partido de Alá", fundado por el ayatolá Jomeini y financiado por Irán. Fue Hezbolá quien voló por los aires los barracones de los marines norteamericanos en el Líbano, en octubre de 1983, matando a 241 americanos y a 67 paracaidistas franceses. El presidente Reagan ordenó en febrero de 1984 la retirada de las unidades de la Fuerza Multilateral de EEUU, y pasó página tanto a la matanza de los marines como a la implicación norteamericana en el Líbano.

El mundo civilizado, que erróneamente vilipendió entonces a los cristianos y a Israel y que hoy sigue vilipendiando a Israel, no prestaba atención a los acontecimientos. Mientras Estados Unidos y el resto del mundo andaban preocupados por el conflicto Israel-OLP, los regímenes terroristas de Siria e Irán alimentaron el fundamentalismo islámico en el Líbano y en todo el planeta.

Los extremistas chiíes de Hezbolá comenzaron a reproducirse como conejos, desbordando a los cristianos y a los sunníes moderados. Veinticinco años después, han producido el suficiente número de gente como para hacerse electoralmente con 24 escaños del Parlamento libanés. Desde la retirada israelí, en el año 2000, el Líbano se ha convertido en una base terrorista gestionada y controlada por Siria, con su presidente local marioneta, Lahoud, y el "Estado dentro del Estado" de Hezbolá.

El Ejército libanés dispone de menos de 10.000 efectivos. Hezbolá cuenta con más de 4.000 milicianos entrenados, y en el sur del Líbano y el Valle de la Bekaa hay alrededor de 700 miembros de la Guardia Revolucionaria iraní. ¿Por qué, pues, no se ocupa de solventar la situación el Ejército? Porque una mayoría de libaneses musulmanes supone que se dividirá y que una parte se unirá, siguiendo patrones religiosos, con las fuerzas islámicas, tal y como ocurrió en 1976, al inicio de la guerra civil libanesa.

Todo se reduce a una guerra que enfrenta a la ideología yihadista con el occidentalismo judeocristiano. Los musulmanes, que hoy son mayoritarios en el Líbano, apoyan a Hezbolá porque forman parte de la Umma, la nación islámica. He aquí el tabú que todo el mundo pretende pasar por alto.

Los recientes ataques contra Israel han sido orquestados por Irán y Siria, si bien ambos países tienen intereses distintos. Damasco considera el Líbano parte de la "Gran Siria". El joven presidente sirio, Bachar Asad, y sus lugartenientes en la Inteligencia militar baazista se sirven de este último estallido de violencia para demostrar a los libaneses que necesitan de la presencia siria para protegerse de la agresión israelí y estabilizar el país. Irán utiliza convenientemente a su ejército títere libanés, Hezbolá, para distraer la atención de los líderes mundiales en la cumbre del G-8 de sus intentos de hacerse con armamento nuclear. El apocalíptico presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, y los mulás de Teherán pretenden hacerse con el dominio hegemónico del mundo islámico bajo el demencial estandarte del chiísmo mahdista. Ahmadineyad quiere consolidar su posición como principal yihadista de Alá cumpliendo con su promesa de "borrar a Israel del mapa".

Por mucho que quiera evitar hacer frente a la realidad del extremismo islámico en Oriente Medio, Occidente no puede ocultar que Hamás y Hezbolá, contra los cuales lucha Israel, comparten la misma ideología islámica radical que ha fomentado el terrorismo contra el que luchan América y el mundo. Es el mismo Hezbolá con el que Irán amenaza a América, en forma de atentados suicidas, si ésta le impide desarrollar armamento nuclear. Mantiene células en más de diez ciudades de Estados Unidos. Hamás, por su parte, cuenta con la mayor infraestructura terrorista en suelo americano. Esto es lo que pasa cuando cierras los ojos ante el mal durante décadas, con la esperanza de que desaparezca.

El jeque Nasralá, líder de Hezbolá, es un agente iraní. No es un actor independiente en esta pantomima. Lleva implicado en el terrorismo más de 25 años. Irán, con su visión islámica de un Oriente Medio chií, tiene agentes, tropas y dinero en Gaza, los territorios palestinos, el Líbano, Siria e Irak. Detrás de esto se encuentra la concepción que impulsa al presidente iraní, que se cree "el instrumento y el catalizador" de Alá para poner fin al mundo tal y como lo conocemos y abrir el camino a la era del Mahdi. Ahmadineyad tiene una fe ciega (y mesiánica) en la tradición chií del duodécimo, u "oculto", salvador islámico, que emergerá de un pozo de la ciudad sagrada de Qum (Irán), después del caos, las catástrofes y las matanzas globales, y establecerá la era de la Justicia Islámica y la paz duradera.

El presidente Ahmadineyad ha declinado responder a las propuestas de Estados Unidos, la UE, Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU para que Irán detenga su programa de armamento y enriquecimiento de uranio hasta el 22 de agosto. ¿Por qué esta fecha? Porque el 22 de agosto coincide con el 28 de Rajab del calendario islámico, el día en que el gran Saladino conquistó Jerusalén.

Existe una enorme preocupación en la comunidad de Inteligencia por el Armagedón que podría desencadenar la ideología extremista de Ahmadineyad. El mundo civilizado debe unirse en la lucha contra quienes anegan Israel y el mundo en terrorismo. Tenemos que dejar de analizar lo que distingue al Hamás sunní del Hezbolá chií y comenzar a poner el énfasis en lo que los une en su lucha contra nosotros: el Islam radical.

Leamos también lo que dice Fernando Díaz Villanueva:
Estamos asistiendo en estos días a una entrega más de la tragedia en no sé ya ni cuantos actos de la guerra en Oriente Medio. Una guerra que, efectivamente, no tiene fin, fluctúa sin cesar y mantiene al mundo en vilo y a la región sumida en la miseria y la tiranía. Pero, ¿por qué dura tanto el conflicto? ¿Dónde está el origen? ¿Por qué nunca termina y se reactiva una y otra vez?
En Occidente, especialmente en esa parte de Occidente impregnada de lo francés, esto es, lo muniqués, despachamos el asunto con una simplicidad asombrosa: Oriente Medio está guerra porque un estado agresor y artificial quiere adueñarse de todo lo que le rodea. Un estado que, para colmo, es la sucursal asiática de los Estados Unidos y que, por si eso fuera poco, practica el occidentalismo más aberrante con la democracia y la libertad de mercado como bandera. Ese estado, naturalmente, es Israel. Así de sencillo. Si se desea la paz hay que frenar a ese país o, poniéndose tremendo, hacer que desaparezca. Esto último, lógicamente, no se dice ni en las cancillerías ni en las redacciones europeas, pero se piensa y se pide fuera de los focos de lo políticamente correcto.

Algo tan simple como esto es lo que acarrean en sus conciencias la mayor parte de europeos y la práctica totalidad de periodistas del continente, que dedican lo mejor de su profesión a señalar minuciosamente el nombre de agresores y agredidos. El problema principal de lo simple es que, con cierta frecuencia, suele ser falso. No voy a detenerme a explicar porque, en Oriente Medio, los israelitas son los agredidos y sus vecinos árabes los agresores. No lo voy a hacer porque es algo que salta a la vista y tiene cumplida respuesta haciéndose dos sencillas preguntas: ¿Quién atacó a quién en 1948, 1967 y 1973? ¿Quién siembra el terror y las ciudades israelíes de muertos desde la última fecha?

Prefiero centrarme en el mecanismo del embuste, el que practica con deleite nuestra prensa. En lugar de recibir (o recoger) la información y transmitirla, se decanta por trufarla de ideología hasta la náusea. En este conflicto existen buenos y malos cuyo rol en la historia está predeterminado de antemano. Así, cualquier cosa que haga Israel está mal hecha, y, en el extremo opuesto, haga lo que hagan los palestinos está bien o, como mínimo, es perfectamente explicable. Estas son las reglas. La vida de un niño israelí no es que no valga nada, es que los medios occidentales ni dan la noticia en la que un francotirador palestino vuela la tapa de los sesos a un crío de un asentamiento. Algo así les estropearía la historia y pondría en un aprieto sus roles preestablecidos. Lo peor de todo es la que vida de un niño israelí vale mucho, tanto como la de un niño palestino.

Algo semejante sucede con la televisión. Intoxicada hasta el tuétano por los maestros inmortalizados en Pallywood, un documental que muchos periodistas "escandalizados" con el conflicto deberían ver sin más demora. Lo que aparece en pantalla no es necesariamente lo que sucede, sino lo que a la internacional del embuste le interesa que suceda. Si es preciso adulterar la realidad se adultera, si lo es inventársela, se inventa. Todo sea por que la película siga corriendo y lo actores no se muevan ni un milímetro del papel que les han adjudicado.Con la razón en su contra y los medios a su favor, los terroristas palestinos y sus contrapartidas árabes pueden seguir cabalgando en el terror y el desafuero durante los años que hagan falta. Siempre encontrarán una mano amiga que se desviva por ellos y exponga ante la audiencia las "buenas" razones por las que mueren y, en voz baja, por las que matan.
Y ahora repitamos todos a coro:
Israel es malo
Israel es malo
Israel es malo

jueves, julio 06, 2006

Un olfato prodigioso

Iba a casa de mi vecina a regarle las plantas. La mujer se había ido de vacaciones al Caribe y me había encomendado esa rutinaria misión. Cada dos días pasaba a realizarla con parsimonia, y hacía mis cosas.

Estando dentro de la casa el día 8 de su marcha sonó el timbre. No sabía que hacer. Si abría me iba a ser difícil explicar lo que hacía. Si no abría y quien estaba al otro lado me había oído podía parecer que era un intruso, un ladrón de casas pillado in fraganti, y la policía podía presentarse allí en un periquete. Si no abría y quien estaba al otro lado no me había oído y permanecía en silencio el tiempo que tardase en marcharse, quizá tuviera suerte y pudiese terminar lo que estaba haciendo y volver a mi casa.

En mi mente pensaba en todas esas alternativas en silencio y quieto, cual hierático dibujo egipcio, cual animal asustado que pretende no ser visto por su presa, cual estatua de sal. Sonó tres veces el timbre y de repente se abrió la puerta. ¡Dios! ....quien quiera que fuera tenía, como yo, una copia de las llaves. Una sombra al fondo del pasillo, una sombra con forma humana, atravesó el marco de la puerta abierta y se detuvo en una posición que indicaba que miraba hacia donde yo estaba. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. Yo ahí, en bolas, en medio del salón, con la ropa íntima de mi vecina desperdigada alrededor.

Aquella era la mayor pillada jamás sucedida, o así me lo pareció. La maldita persona que me observaba (ya no miraba, observaba, pues habían pasado varios agónicos y eternos segundos) podía destruir por completo mi reputación en el vecindario y, por efecto de la onda expansiva del cuchicheo cotillo mucho más allá, impredeciblemente más allá.

¿Quién era?....¿Qué quería?...¿Por qué había entrado?.....¡Tenía que hacer algo, que decirle algo!....pero....¿cómo proferir palabra en tan ridícula e inmoral situación?....nunca estuve más desnudo que en aquel momento. Y ESA MIRADA viviseccionaba mi alma corrupta desde el fondo del pasillo de la entrada. AY AY AY AY .......AY ......¡¡¡¡¡Esto es lo peor que me había pasado nunca!!!!......no, corrijo: ¡¡¡¡Esto es lo peor que pudiera haberle pasado nunca a nadie!!!!!.

Una voz sonó, en medio de mi monólogo incoherente interior. Venía de fuera, era una voz de anciano:

"¿Matilde?....Matilde hija.....¿estás ahí?".

¿Cómo?, ¿Será posible que no me viera?. La sombra avanzó por el pasillo con pasos lentos. Poco a poco se podían distinguir sus formas, la tenue luz que entraba por la ventana semicerrada del salón bañaba el rostro y el cuerpo de un anciano de unos setenta y muchos años, que avanzaba sujetando un bastón.....¡de ciego!.

Un instante de profundo alivio fue sucedido por un nuevo arrebato de intenso pavor al comprobar la marcha implacable del bastón hacia la ropa tirada en el suelo. Me abalancé desesperadamente a recogerla, haciendo con ello gran ruido, y el anciano se sobresaltó y sus ojos ciegos, abriéndose como platos, parecieron por un momento estar dotados de vista aguileña.

"¡¡¡Quién anda ahí!!!"....."¡¡¡Matilde!!!!,...¿eres tú?... ¡¡¡¡esto no tiene ninguna gracia!!!!".

Un viejo ciego así no podía venir solo. Alguien tenía que acompañarle. Si no estaba ya allí debía estar a punto de llegar. Debía actuar con gran rapidez. Ya no me preocupaba hacer ruido. Poco importaba que un ciego oyese ruidos. Llevé toda la ropa al cuarto de mi vecina y la dejé en su sitio desordenadamente. De fondo sonaba la voz del viejo, cada vez más alta, cada vez más asustada:

"¡¡¡¡Por favor no me hagan daño!!!, soy un pobre ciego".....

Volví de un salto al salón, tomé mi ropa y corrí hacia la salida como supongo debieron correr nuestros ancestros en la sabana africana hace miles de años cuando les perseguía una bestia más grande y fuerte que ellos.

Crucé el rellano de la escalera aturulladamente, sin pensar siquiera que pudiese haber alguien subiendo o bajando. Con las manos temblorosas introduje la llave en la puerta de mi casa y comencé a darle vueltas en la cerradura. Aquello hizo un ruido enorme y según lo hacía me daba cuenta de que el viejo lo iba a oír, pero ya era tarde, todo era absurdo y tenía que tomarme un respiro en mi casa, así que entré y cerré a mis espaldas.

Me puse a recapitular. La ropa de mi vecina estaba en sus cajones, aunque mal puesta. Siendo ella como es tan ordenada lo notaría de inmediato a su vuelta del Caribe. Mi ropa la llevaba conmigo, hecha un gurruñapo entre mis brazos. Miré todas las prendas: zapatos, calcetines, calzoncillos, camisa, cinturón, pantalón....estaba todo. El viejo había oído mis movimientos en la casa y el CLAC CLAC CLAC CLAC del girar de mi llave en la cerradura de la puerta de la mía. Quizá algún vecino hubiera pasado escaleras arriba o abajo cuando cruzaba en bolas el rellano de la escalera.

Ay ay ay, ay, las cosas pintaban muy negras.

Estuve tirado un rato en el pasillo de la entrada de mi casa, respirando afanosamente, dando vueltas a todo el asunto, sintiendo una terrible ansiedad.

No oía nada. Había un silencio de ultratumba.

Aquello empezaba a ser bastante extraño. Me levanté y fui hacia la puerta. Miré por la mirilla: la puerta de mi vecina seguía abierta. Esto no tenía sentido. Comencé a vestirme despacio, sin quitar el ojo de la mirilla. Una vez adecentado abrí la puerta, miré escaleras arriba, miré escaleras abajo....¡nadie!. Avancé por el rellano hacia la puerta de la vecina. No sonaba nada.

Entré de nuevo en el lugar de la pillada. El hombre estaba sentado en el sillón, muy quieto, aparentemente tranquilo. Movió la cabeza hacia mí cual si me mirase y dijo con voz serena:

"De acuerdo, me rindo. ¿Quién eres, el vecino?".

"Sí señor, había venido a regar las plantas".

"¡Ah ya!....¿y Matilde, dónde está?".

"Marchó al Caribe de veraneo".

"Entiendo....eh....tienes una forma muy rara de regar las plantas ¿sabes?".

"Uff, sí, bueno, cuando usted llegó ya había acabado pero como se me había caído una regadera al suelo estaba limpiándolo"

"No eres el primero"

"¿Qué?"

"Que no eres el primero".

¿Qué estaría queriendo decirme el viejo?. Aquellas palabras eran francamente enigmáticas.

"¿El primero en qué?".

"¿En qué va a ser?, ¡en tirar una regadera!".

"Aaaaaaah", suspiré aliviado.

Aquella tarde la pasé charlando con el viejo. El hombre resultó ser un conversador excelente y un brillantísimo narrador de historias, de las que tenía muchas que contar. Estuve tan sumergido en la charla y en la escucha de sus palabras que olvidé por un largo rato mi sobresaltado estado de ánimo y me sentí paradójicamente relajado.

Pero la duda me asaltaba de cuando en cuando: ¿por qué aquel viejo se comportaba como si nada hubiera pasado, tras haber recibido un susto casi mortal, y se conformaba con las precarias y balbuceantes explicaciones que yo le había dado sobre el suceso?. ¿Cómo podía estar hablando sosegadamente conmigo, como si tal cosa, con un perfecto extraño que le había puesto al borde de la muerte, de su vida y obra?.

No me lo podía explicar. Por la lucidez que mostraba, por cómo se expresaba, era obvio que aquel hombre estaba en su sano juicio y no padecía ninguna de esas enfermedades que en la vejez convierten el alma en un caos, que fragmentan el ser como si se deshiciese un puzzle.

Por otro lado no sabía quien era, qué relación tenía con Matilde. Su padre sé que no era porque le había oído decir alguna vez que estaba muerto.

Pero ambos misterios quedaron de golpe revelados cuando me despedía del ciego.

Iba hacia la puerta con cortos pasos, que yo acompañaba ligeramente retrasado, mientras nos decíamos el placer que había sido conocernos, etc etc...., cuando de pronto se volvió: "Bueno, muchacho, debo decirte que tengo un buen olfato. Desde que me quedé ciego, hará 40 años, he desarrollado un olfato canino". Aquello me pareció algo fuera de lugar, no entendía muy bien a qué venía en plena despedida. El viejo echó una carcajada: "Ja ja ja ja ja....¡no te preocupes, este será un secreto entre tú, mi olfato y yo!".

"¿Qué?...¿Qué quiere decir?".

"¡Venga majadero, no te hagas el sorprendido!. Al llegar olí a Matilde, pero luego me di cuenta de que eran prendas de ropa de Matilde y no la propia Matilde. ¿Sabes que las plantas desprenden un olor especial después de haber sido regadas?. Sí, olí ese olor, pero también olí un poco a hombre, ejem...y olí además el miedo. Entonces llegó ese estruendo monumental, y ese ir y venir de olores, y yo también me asusté. Pero el susto me duró poco. Muy pronto pude hacerme una composición de lugar. Y en cuanto oí el ruido de la puerta de al lado abriéndose me tranquilicé y me senté a esperar. Era obvio que Matilde se había ido al final de viaje, como venia anunciando a bombo y platillo desde hace meses a toda la familia, y que el vecino, que había pasado a regar las plantas, estaba haciendo cosas indecentes en medio del salón con su ropa íntima, aprovechando la circunstancia. ¡No hace falta que intentes justificarte!, creo que lo que has hecho está mal pero no voy a contárselo a nadie, puedes estar tranquilo".

"Ups, glup, vaya, que olfato más prodigioso el suyo.....pero, permita que le pregunte.....¿a qué vino usted?".

"Ay, joven, Matilde me pidió que viniese, no lo hice por gusto. Desde hace tiempo viene percibiendo un desagradable olor en su habitación, y por mucho que intenta eliminarlo el olor persiste. No sabe además de donde procede. Me dijo que tu habitación está pared con pared con la suya, y que sospechaba que el hedor pudiese provenir de tu casa. No te lo voy a ocultar, majo, Matilde me dijo que no le cabía duda de que aquel repulsivo olor venía directamente de la casa del cerdo de su vecino, o sea, de TU casa".

miércoles, julio 05, 2006

La impostura del anhelo (Seguimos...)

Aquella extraña monotonía de viajes y clientes ebrios de aventura se vio alterada durante aquellos calurosos días de Junio en los que la necesidad de otro nuevo acuerdo comercial me llevaría a K.

Recuerdo ese levantar sudoroso y la luz de las farolas todavía alumbrando las calles de Madrid. La premura de aquellos viajes en los que debíamos condensar una eternidad de actividades y visitas en apenas un par de días nos obligaba a reservar en vuelos con un horario de salida sólo apto para insomnes y en los que solían viajar hombres de negocios que restaban horas a su sueño para poder llegar a sus reuniones con tiempo suficiente como para retornar al calor de sus existencias en la misma jornada en la que habían partido. Era siempre el mismo ritual de ordenadores portátiles, corbatas perfectamente anudadas, miradas displicentes desde el borde un periódico aún caliente y actitudes de viajero experimentado. Un viajero de ida y vuelta que, sin duda, estaba acostumbrado a madrugar más de la cuenta para poder trasladar su rutina laboral a otro punto del planeta sin tener siquiera capacidad de percibir una sensación distinta a la que pudiera experimentar un día cualquiera en su oficina, excepto la del cansancio y el cabreo de aquel que no ha tenido más remedio que madrugar demasiado.

El calor subía desde el asfalto de las calles de Madrid en un vano intento por librarse, durante la tregua que le concedían las cortas noches de verano, de todo el exceso de impenitentes rayos solares, neumáticos al borde del suicidio y humo plagado de esa mala uva que uno puede cortar con un cuchillo romo en cualquiera de los miles de atascos que protagonizan cualquier día laborable en la capital. No corría una gota de viento y el taxista que me trasladaba a Barajas hablaba y hablaba con el humor inmejorable de aquel que tiene la esperanza puesta en que la buena carrera que acaba de conseguir es un signo inequívoco de que en el día que recien comenzaba la fortuna por fin está de su parte. Su voz cascada se mezclaba con las noticias de la radio y todo sonaba de fondo, enlatado, inmisericorde y amalgamado. Gracias a mi trabajo había comseguido perfeccionar hasta límites insospechados un gesto de atención que conseguía que mi interlocutor no sólo no se sintiera incomodo soltando un rollo al que yo no prestaba ninguna atención sino que, por lo general, parecía animarlo más en lo que para él era, sin duda, una charla interesante. Había aprendido, incluso, a aseverar y sonreír, en los momentos en los que debía hacerlo para que la impostura de aquel instante fugaz resultase perfecta. Y yo pensaba, mientras observaba a través de la ventanilla entreabierta del taxi como la bestia se desperezaba en un bostezo tórrido, en el mar; y en aquella niñita agarrada de mi mano, titubeante en su andar y sonriendo mientras yo le decía señalando la inmensidad del horizonte: “Has visto que grande es, es enorme, y tú tan chiquitina….tú eres mi chiquitina”.

El aeropuerto a esas horas intempestivas aparece como una mezcla de alevosía y serenidad. Por sus salas deambulan aquellos que, como buenos viajeros expertos, apuraron demasiado el sueño y que se dirigen hacia sus puertas de embarque a una velocidad que no termina de encajar muy bien con el entorno somnoliento y perezoso en el que trafican y los que, como yo, prefieren dormir menos y no verse sometidos a los apuros inexorables del cronómetro. Solía quemar el tiempo, hasta que llegaba la hora de ir a la búsqueda de los compañeros de viaje que me hubieran tocado en fortuna en aquella ocasión, apostándome al calor de un café en la barra de cualquiera de los bares que a modo de enormes miradores se situaban estratégicamente a lo largo y ancho del aeropuerto. Y desde aquel lugar de privilegio, a través de sus anchos ventanales, observaba con pausa el ir y venir de la fauna matinal y jugaba a trazar el boceto de sus biografías. Era como coleccionar vidas ajenas mientras ejercitaba amablemente mi imaginación. Cuando veía a alguna mujer hermosa dejaba que mi fantasía se desbocara construyendo tórridas historias en las que resultaban ser, por los azares inciertos del destino caprichoso, una cliente que más tarde caería prendada de mis encantos y sabiduría de viajero. La imaginaba frente a la cama de mi habitación de hotel, desprendida ella de la ropa y yo de la responsabilidad de las explicaciones inoportunas. Y nos perdíamos en un mar de deseos desbocados alejados por unos momentos de nosotros mismos y de nuestras habituales existencias.

(... seguiremos ...)

¿Ya no me quieres?

Después de soltarle la pregunta a bocajarro le miró a los ojos y descubrió en su mirada el engaño. Y calló. Como tantas otras veces lo había callado. Volvía a sentir esa sensación de sabiduría tonta, la misma que experimentaba cada vez que adivinaba que iba a hacer o decir antes de que siquiera él mismo lo hubiera pensado.

Desde el sofá del salón donde estaban sentados, con las miradas y los pensamientos fijos en ese televisor siempre encendido y que ahora escupía sin piedad las noticias de las nueve, se podía oír perfectamente a los niños en la cocina reclamando su cena, ajenos al íntimo desaliento que recorría toda su columna para acabar asentándose, como si de una enorme pesa se tratara, justo entre los omoplatos. Y como un mitológico Atlas se levantó, se arregló un poco el pelo y enderezó como pudo una sonrisa que no era otra cosa que un amago por perpetuar la impostura de una vida que un día creyó poder hacer distinta. Como el río cuando nace bravo y límpido y desconoce que su cauce ya fue trazado mucho tiempo atrás.

Así se sentía y así nunca demostraba sentirse, quien sabe por qué, quizás fuera por el temor a expresar abiertamente que había fracasado. Ya no podía distinguir si era una cuestión de orgullo o simplemente una mera necesidad de supervivencia. Al fin y al cabo, ¿Qué podría haber más allá de esta vida que le había tocado vivir? ¿No se volvería a encontrar una y otra vez con lo mismo? ¿En que momento se rompió la seda que les unía? ¿Cuándo abandonaron la lucha?

El cariño, eso es lo que ella más anhelaba, la intimidad de un amor desbocado que se cuece entre caricias y risas nerviosas que son fruto de la impaciencia y del temor por la remota posibilidad de despertar a los niños y ser sorprendidos en un acto que uno mismo volvió proscrito. Se preguntaba donde quedarían esos momentos cuando ella desapareciera, no estaba segura de que él los llegase a conservar en algún recodo de su memoria, y en el caso de que así fuera, tampoco alcanzaba a imaginar como los recordaría. Siempre tuvo la tentación de preguntárselo pero siempre encontraba algún obstáculo momentáneo que conseguía oportunamente retrasar ese momento.

Y ahora, mientras ven, en ese televisor siempre encendido, los cuerpos despedazados de otra gente y Matías Prats habla de atentados suicidas e inestabilidad política, le ha mirado a los ojos y le ha preguntado a bocajarro… ¿Ya no me quieres?

Ayer maté a un tío

Ayer maté a un tío. Fue una situación absurda, lo juro. Iba yo por la calle absorto en mis pensamientos cuando de pronto me topé con un gigante. Fue un choque un tanto desigual, de resultas del cual caí al suelo de culo. Desde esa incómodo y ridícula posición miré hacia las alturas y vi una cara enfadada que me hizo pensar de inmediato en un ogro. El tipo me miraba ceñudo. "Mira por dónde vas, gilipollas" me espetó. Y después de eso continuó andando, pisándome la pierna izquierda en su primer y torpe paso.

Si, lo sé, seguramente penséis que aquel grandullón formidable cayó ante un certero golpe de mi puño o de mi pierna. Nada menos cierto. Siguió hacia adelante sin mirar ni una sola vez hacia atrás y me dejó tirado y humillado en la fría y sucia acera.

Pero ay, en ese momento llegó el pringao. Un pequeño y gordito samaritano que vino a hacer la labor humanitaria. No dudo de sus buenas intenciones, pero se equivocó de víctima inocente. "¿Puedo ayudarle?. He visto como ese animal le arrollaba".

Si la cara es el espejo del alma en aquel momento yo debí parecerle Lucifer:

"¡Déjeme tranquilo coño!, ¡no necesito su ayuda, joder!...se valerme por mi mismo".

El gordito se echó hacia atrás. Pero no, no le ataqué, no le golpeé ni nada por el estilo. Me miró entre asustado y consternado y se fue alejando de mí con pasos lentos de cangrejo, sin dejar de mirar.

Con rabia y rencor me levanté trabajosamente y miré a mi alrededor. Una pequeña multitud se había congregado en torno a mí.

"¡Qué cojones miran!".

Una tipo y una chica que iban juntos se reían. Deseé en ese momento que les fulminase un rayo. Pedí a Zeus que se lo tirase. Fui hacia ellos como imagino que un gorila debe ir hacia quien invade su territorio y me dispuse a golpear al hombre (a la mujer ni tocarla, que uno es un caballero), pero en ese momento tropecé y caí nuevamente, esta vez de bruces, contra las piernas de una señora cincuentona. De resultas de ello la señora cayó de culo (como yo con anterioridad), con mi cabeza en su entrepierna, y el público presente prorrumpió en una masiva carcajada colectiva.

Era tal el bochorno, tan patética la situación, que quise desaparecer. Me levanté deprisa y comencé a correr, atravesando las filas y filas de espectadores como un cuchillo la mantequilla. Estuve así, corriendo, lo menos 10 minutos. Cuando paré no sabía dónde estaba. Era una calle pequeña, con pocos transeúntes. Ninguno me miraba.

Pasé por delante de un edifico en obras. Había dentro una pila de ladrillos. Tenía unas ganas enormes de desahogarme, así que cogí uno y me dispuse a tirarlo contra una pared con toda las fuerzas de las que mi físico dispusiera. Lo tiré. El ladrillo no chocó contra la pared. La atravesó. Había un hueco de ventana que había pasado por alto. Apunté mal, no sé muy bien cómo pudo ser. De hecho no había tenido en cuenta esa ventana. Sonó un golpe sordo al otro lado. Después sonó un ruido blando, como el que produce un blando cuerpo al caer sobre el duro suelo. Corrí hacia la ventana. Al otro lado había un hombre vestido con mono, tirado en el suelo, con sangre manando profusamente de una enorme brecha en su cabeza.

¡Dios NOOOOOO! ¿Qué he hecho?......¡Señor, señor....¿se encuentra usted bien?!. Le zarandeé. Su cuerpo respondía pasivamente al movimiento que le imprimían mis manos, sus ojos estaban abiertos mirando a ninguna parte.

Me puse de nuevo a correr, alocadamente, desesperadamente. En las noticias de la noche lo dijeron. La policía lo estaba investigando. Se buscaban posibles autores en el entorno de la víctima.

Mis huellas están en el ladrillo. Solo es cuestión de tiempo que me cojan.

Un malentendido

"Nadie es como otro. Ni mejor ni peor. Es otro. Y si dos están de acuerdo, es por un malentendido". Sartre.

Cuando ves a un sacamantecas degollando a un pobre hombre comprendes que unos son mejores que otros. Para mi es un hecho objetivo: hay bien y hay mal. Aunque en medio, entre ellos, haya un gran barullo de indefinición moral. Gran parte de la confusión se debe, en cualquier caso, a nuestra negligencia interpretativa, al relativismo aplicado a todo (en pequeñas dosis es no solo bueno, sino necesario), a la ignorancia deliberada, a la estulticia muchas veces estudiada.

Todo asesino cree en la justicia de su causa. No hay malo que no se proclame bueno. Si el bien que dice hacer no está en sus acciones presentes lo proyectará en las consecuencias futuras de dicha acción, que la justificarán a sus ojos: el fin justifica los medios. Las utopías fácilmente derivan en terrorismo, en autoritarismo, en totalitarismo, en fundamentalismo, y en más de lo mismo.

Si Sartre dice, desde las alturas de su intelecto, que "ni mejor ni peor", me inclino a pensar que se refiere a la calidad humana toda, al valor del individuo tomado en global. Resulta difícil juzgar a los demás, sea por sus intenciones sea por sus actos, especialmente en su conjunto. Pero algunos hacen sencillo el juicio con la magnitud de sus crímenes o de sus buenas obras. Difícil es sentir lástima por Al Zarqaui, sorprendente que se haga una agria crítica de la labor humanitaria de Teresa de Calcuta.

Es fácil apreciar quien corre más rápido los 100 metros lisos o quien resuelve más litigios, o que músico reúne más espectadores en un concierto. Solamente hay que echar mano de los números. Otras cosas no pueden cuantificarse, y solamente el denominado sentido común, nuestra intuición o nuestras filias y fobias pueden orientarnos.....bastante mal en demasiadas ocasiones por cierto.

La mayoría de la gente no es ni mejor ni peor. Pero el mal, como el bien, tienen sus genios, sus figuras, sus iconos, sus santos y demonios.

Y los malentendidos se suceden, pero seguimos formando alianzas, partidos, grupos. Seguimos llegando a acuerdos. Estamos de acuerdo y ello nos une. Las pequeñas (o grandes) diferencias de fondo no impiden que hagamos el común. Con lazos espontáneos o forzosos avanzamos hacia el incierto futuro. Y al reforzar nuestro acuerdo hacemos más fuerte también el desacuerdo con otras agrupaciones, y llega el choque; el bien y el mal se deducen de la pertenencia o no a la propia secta.

Claro que todo esto que digo se debe a un malentendido. ¿Qué quiso decir Sartre?.

martes, julio 04, 2006

Borracho

Me gusta el vaso grande. En él puedo meter 1 lata y media de cerveza. Bebo en pequeños sorbos, mirando al infinito, tumbado en el sillón. Hay un tic tac de fondo. Miro el reloj. Las 6 de la tarde. Quedan 2 horas y las voy a llenar bebiendo y hablando solo. Si, hablo solo. Intento poner en orden mi desordenada psique. Las neuronas expuestas al shake oh shake del alcohol esbozan respuestas a través de complejos entramados eléctricos. ¿Respuestas, dije?. Una marabunta de frases entrelazadas.

Una vez tuve una vida. O eso que así se llama. Trabajo, mujer, hijos. Después empecé a beber y hasta la fecha no he parado. Beber es vivir. Vivir es beber. Un fracaso solipsista. Aislado del movimiento. Sólo sin fines, solamente un fin: la siguiente cerveza.

Suena el timbre de la puerta. ¿Quién será?. Esto es completamente innecesario, completamente inoportuno. ¿Qué pretenden?. ¿Será la jodida vecina del perrito chillón?.¡Ay!, tengo que levantarme de mi postración física y existencial y abrir la maldita puerta, que está lejos y se ve borrosa. Y tendré que farfullar algunas palabras, decirle algo a quien sea, expresarme de alguna forma mínimamente coherente e inteligible. El hombre es un animal social. Hablamos y hacemos cosas juntos. O deberíamos, al menos.

Abro. Un tío con cara de gilipollas con un libro en la mano. Comienza a hablar velozmente acerca de la salvación. Cierro. Vuelvo al sillón renqueante. Me empiezo a encontrar mal, mareado, con una somnolencia preludio seguro de muerte. Si entro en coma etílico nadie me encontrará.....salvo por el olfato, cuando me pudra. He de escapar , he de salir. Cojo la chaqueta de la percha de la entrada y vuelvo a abrir la puerta. El gilipollas sigue ahí, en el piso de enfrente, con la vecina del perrito chillón. Este, cómo no, chilla, ladra agudamente, mira con miedo y odio al señor con cara de.....es un testigo de Jehová. Jehová, si, ese dios cruel cuyo nombre no osaban siquiera nombrar los judíos. Con testigos así más le vale rezar a ese dios porque todos nos volvamos gilipollas.

Tiro escaleras abajo y llego al portal en un tiempo que estimo breve, sin caerme ni nada. En ese momento entra otra vecina, esta atractiva. La miro con deseo. Me mira con asco. Es obvio que hay química, pero de distinto tipo.

Esta noche va a ser cojonuda.