jueves, agosto 30, 2007

La duda ofende

-"¿Crees que M* habrá meditado algo sobre el asunto?".
-"No, lo tiene claro desde el principio. En cerebro tan pequeño no puede caber ninguna duda".

martes, agosto 28, 2007

Una simple avispa


Ayer por la mañana fui al tinte a recoger unos trajes. La vuelta al trabajo tiene esas cosas. Tenían la entrada abierta de par en par, acaso para refrescarse, con el infernal calor que hacía. Acompañándome en la entrada vinieron dos avispas y yo hice ademán de aplastar a una de ellas que se me puso a tiro de zapatazo.

“Mejor no lo hagas” –me aconsejó la mujer de la tienda. “Te puede picar”.

Estaba yo un poco sensible con esos autómatas despiadados producidos por selección natural tras ver el día anterior la película Open Water. En ella una pareja americana acosada por el estrés vital y laboral, deseando darse un respiro y buscar un reencuentro con el amor y el ocio, decidió irse a bucear al Caribe. Iban en un barco con otros muchos turistas dispuestos a bucear en mar abierto. Por un error en las cuentas de los buceadores y un pequeño retraso de la pareja en salir del agua, el barco marchó de vuelta a puerto sin ellos. La película nos muestra la agonía y muerte de los dos tortolitos en unas aguas infestadas de tiburones. No había ningún sentido en ello, ninguna finalidad, ninguna moral. Solamente eran carnaza para tiburones a consecuencia de los números, de los números de un error de cálculo y de los números del tiempo del reloj. Primero unas medusas les picaron, después los tiburones les dieron un mordisquito de cata. Al final fueron el banquete de unos cuantos escualos.

La avispa no mata, me dije, y salí de la tintorería a seguir con mi vida y con otras cosillas.

Por la tarde salimos mi familia y yo de casa a un parquecito que está justo al lado, y nos instalamos en plan domingueros de pic nic para celebrar con algunos amigos de nuestra urbanización el cumpleaños de mi mujer. Teníamos una mesita plegable con viandas encima y vino una avispa a rondarlas.

-“Cariño, ¿y el matamoscas?!.

-“En casa. Si lo quieres sube a por él”.

Bajé con él dispuesto a fulminar a la maldita avispa. M e dirigía a la mesa, matabichos en mano, y un nene pequeñajo amigo de mi nene pequeñajo se interpuso porque quería mi arma de juguete. Se salió con la suya y me lo quitó. Poco después la avispa se había marchado y me olvidé de ella.

Volví a pensar en Open Water. ¡Qué horror!....¡Qué muerte más absurda!. La película estaba basada en hechos reales, así que fuera como fuere aquella pareja de americanos fue abandonada en aguas profundas, muy lejos de tierra, y murió en medio de la desesperación y el sufrimiento. Recordé al tiburón que había sido capturado en las costas de Tarragona. Aquello provocó un gran revuelo, pero solamente era uno y estaba muy enfermo y desorientado, según dijeron los biólogos que le trataron después en un acuario, tratando en vano de salvar su vida.

Unos amigos se retrasaban para tomar la tarta. Finalmente vinieron con sus trillizos. Les habían retenido en la piscina porque había fallecido una mujer repentinamente. Al parecer le había picado una avispa en el pecho al salir del agua, provocándole un shock anafiláctico que la mató en el acto.

¡Joder con la puta avispa!.....

Aquello me dejó tocado. No podía dejar de pensar en la mujer, una argentina de mi urbanización a la que conocía de vista. Cuando despertó por la mañana no habría podido imaginar que por la noche ya no estaría viva.

Y esa noche, vedada ya para mi vecina, mi mujer y yo nos pusimos a ver CSI Las Vegas. Repusieron un capítulo de hace tiempo sobre el miembro de un jurado que cae muerto sospechosamente tras alargar la deliberación impertinentemente. Los otros miembros del jurado tenían razones de sobra para quitarlo de enmedio. El fallecido era alérgico a muchas cosas, por lo que se sospechó que pudieran haberle envenenado con algún producto alimenticio que no pudiera tomar. Pero al final los CSI descubren al verdadero asesino, tirado al lado de una mesa. La abeja picó al hombre en el cuello provocándole un shock anafiláctico.

lunes, agosto 27, 2007

¡Qúe barba(ridad)!


Espero disculpen si estoy un poco obtuso, pero acabo de volver de vacaciones, o, como dije al despedirme, de vacas “locas” (o mejor sería de decir “tontas”). ¿O es que no sabían que las personas daban resultados más bajos en los test de inteligencia después de unas vacaciones?. Así es.

Y así, a lo tonto a lo tonto, la primera tontería de la que se me ocurre hablar es de la barba. Espero que ningún imberbe lo tome a mal, pero es que le he leído a Guy Brown que un científico publicó anónimamente en la revista Nature una interesante observación acerca de este atributo y adorno masculino. Parece ser que la actividad sexual, así como la anticipación mental de la misma, provocan una descarga de testosterona en el hombre (bueno, y en la mujer, aunque parezca increíble, pero este es otro asunto). Esto conlleva entre los machos el crecimiento del vello facial, es decir, de la barba.

¿Y qué pasa entonces?. Nada, simplemente que la barba crece más rápido, con cambios que podrían detectarse, en hombres que se afeitan a diario, de un día para otro. Así las mujeres de esos hombres podrían saber por los pelos de la cara de estos si el día anterior la reunión fue de negocios o de otra índole. ¿Entienden ahora que el autor del artículo de Nature lo publicara anónimamente?. ¡Que golfete!.

De todas formas esto no vale para las pajas, onanistas. Sí, pervertidillos por imperativo biológico, a vosotros no se os nota en el careto. Le leí a Eibl Eibesfeldt que había estudios que corroboraban que después de una masturbación no había tal oleada de la hormona masculina. Así que el chiste de los granos de la barba, de la barba, de la barba-ridad de pajas no tiene mucho sentido, fuera del sinsentido que le da sentido para hacer reír.

La gorra


Dejé a mi nene en aquel lugar lleno de otros nenes y nenas en caótica armonía. Era un recinto cerrado y asfaltado en el que hacían el loco en bicicleta, patinete o subidos a algún otro trasto con ruedas. Mi niño llevaba su gorra de colores con el escudo del equipo de fútbol de su abuelo (a mi el fútbol me la pela, se la regaló el abuelo).

Soy un poco borracho, lo confieso. No creí que fuera a pasar nada, realmente, y, de hecho, nada grave ocurrió, no al menos en mi ausencia. Estaría unas 2 horas fuera, tomando cervezas. El sol se sumergía en su ocaso y los niños se iban yendo. Cuando llegué estaban solo el mío, con su triciclo, y uno mayor en patín, con esos pendientes y ese pelo largo en la nuca, distintivos de horterez. El macarrilla llevaba la gorra de mi hijo. Se la pedí amablemente, pero el niño hizo caso omiso.

-“Niño, haz el favor de darme ya la gorra”.

-“No, es mía”.

Así estaríamos unos minutos hasta que al final me cansé y se la quité violentamente. El niño se enrabietó y fue contra mí, pero le di un manotazo y cayó de espaldas al suelo.

Ya estaba yo a punto de cruzar el umbral de la valla con mi hijo cuando apareció aquel policía impertinente.

-“Perdone, caballero, pero creo que tenemos un pequeño problema”.

Traté en vano de explicarle la situación a aquel descerebrado de uniforme. No hubo manera. Finalmente cogió la gorra de la misma cabeza de mi hijo para ponerla de nuevo en la del bribón aquel, que sonreía como un malhechor que se sale con la suya. Le tomó de la mano y se lo llevó hacia la puerta, dándome la espalda con prepotencia. Aquello era demasiado. Un puñetero imbécil se creía con derecho para intervenir en un asunto que no le concernía simplemente por tener el poder de coacción otorgado por el Estado. Cogí el triciclo de mi hijo y lo alcé muy alto. Con todas mis fuerzas lo hice caer sobre su cabeza. Sonó un golpe seco. ¡Crack!. El poli se derrumbó sobre el frío suelo. Un río de sangre brotó de su cabeza abierta e inundó el área circundante mientras su flácida mano aún agarraba la del niño ladrón, que miraba con un miedo catatónico hacia mi.

-“Y ahora dame la gorra pedazo hijo de perra!!!”.

El golfo obedeció, pero no podía dejar testigos. Cogí su pequeño cuello y le estrangulé. Pensé que sería más rápido, pero la cosa me llevó al menos un minuto. Tardaba en expirar, el enano.

Mi hijo estaba mudo y con la mirada perdida. Creo que no entendía nada de esa escena. Sabiendo que tenía menos de 3 años no me preocupé demasiado, lo olvidaría.

Antes de que alguien nos viera lo mejor era marcharse. Me percaté de que la gorra estaba en el suelo, pegada a la valla. ¿Qué hacía ahí, no la había cogido ya?. Mi mano derecha la sujetaba. Pero estaba ahí, en la valla. Estaba en mi mano y en la valla. Había dos cadáveres sobre el suelo de cemento, un policía y un niño, y dos gorras idénticas, una en mi mano y otra en la valla. Tardé unos segundos en comprender la situación…..lo mejor era marcharse antes de que nadie nos viera. Mi hijo lo olvidaría, sí, lo olvidaría…..tenía menos de tres años, joder.