viernes, octubre 06, 2006

El hombre supeditado

Ayer estuve viendo un documental sobre la disminución de la población de Leones marinos en la costa de Canadá. En él se trataba de analizar las causas que han influido en el alarmante descenso de individuos, un 20% anual, en los últimos años.

Se atribuía a diferentes causas, como impacto medio ambiental, cambio climático y las habituales en estos casos, pero se incidía especialmente en la disminución de los bancos de arenques que acuden a aquellas costas a desovar sobre los bosques de algas abundantes en la zona.
Era alucinante ver el mar, habitualmente azul marino intenso, convertido en blanco por el efecto del desove y observar como todos las poblaciones autóctonas (incluida la humana) se preparaban a conciencia en espera del festín que se avecina cada año con la eclosión de los millones de huevos. La pesca está regulada para los hombres, insaciables siempre, no siendo indiscriminada. A pesar de ello había para todos.

El hombre como predador autorregulado en aras de mantener un equilibrio adecuado.

Esto último me hizo meditar acerca de cómo el hombre se cree medida de todo y se ve a sí mismo como elemento necesario para la regulación del ecosistema que le permite vivir. Administrador de recursos en la medida de sus posibilidades. Pero me pregunto porque el hombre habrá llegado a esta conclusión sobre todo si tenemos en cuenta que la propia naturaleza se ha encargado, mediante una cuidada y paciente selección, que ha durado millones de años, de ir eliminando y añadiendo especies en función de sus propias necesidades de equilibrio.

Esto me lleva a pensar que si el hombre quiere subsistir no le quedará más remedio que acabar autorregulándose en aras de administrar los recursos naturales o, de lo contrario, el propio regulador natural lo eliminará, en aras de su propia supervivencia, de ese sistema que llamamos naturaleza.

Es decir, nosotros como especie, luchamos por nuestra propia supervivencia y es por ello que nos vemos obligados a auto regularnos porque somos una existencia supeditada a un sistema que no va a permitir que su equilibrio se rompa, que su subsidencia se vea amenazada, por mucho que nosotros creamos que somos capaces de ello.

Así cuando aparecieron predadores que amenazaron la supervivencia de algunas especies (como en el caso del documental, los arenques) su instinto de supervivencia arbitró que la solución era poner muchos más huevos para que de este modo las posibilidades de supervivencia de la prole fueran mayores. El problema es que estos procesos necesitan de miles o millones de años y que en nuestra ridícula, a efectos temporales, historia no somos capaces de percibirlos activamente. Podemos suponerlos o vaticinarlos pero no palparlos. Esto me lleva a suponer que nuestra observación sólo aprecia los procesos intermedios, algunas causas, pero, en absoluto estamos capacitados para apreciar el movimiento regulador en su conjunto y, mucho menos, explicarlo. Si sólo tememos unas pocas piezas del puzzle nuestra posibilidad de intuir la composición completa es nula.
Y así todas estas explicaciones son tan absurdas como limitadas nuestras capacidades frente a un sistema al que estamos inevitablemente supeditados.
Aunque en nuestra visión antropocentrista del mundo nos sea imposible concebirlo.

La naturaleza, el sistema, la vida, seguirá su curso con o sin nosotros.

2 comentarios:

Germánico dijo...

Con tanta ADM (de hecho con el invento en sí, con independencia de su proliferación, que solo es cosa de tiempo minúsculo en la escala geológica) uno puede pensar que la naturaleza seguirá sin nosotros, aunque seriamente tocada por la radiación.

Lo malo de las ADMs es que suponen un punto de no retorno. No se me ocurre que giro puede dar la historia para que deje de pender sobre nosotros esa "bomba nuclear" de Damocles.

Aunque nosotros somos la única oportunidad para la naturaleza, como seres pensantes (bien pensado), teniendo presente el destino cósmico que le espera al planeta tierra cuando el sol crezca y la engulla.

De todas formas pensar en la humanidad y pensar en la biosfera son tareas abstractas que no nos salvarán de nuestro drama personal, lo que cierto personaje de una novela de Sharpe denominó "la gran evidencia", es decir (debiera ser obvio): la muerte, que nos llegará, a más no tardar, antes de 100 años. Y si no fuera así, porque los genetistas alargasen los telómeros o por cualquier otra "feliz" circunstancia, tendríamos que abordar el problema de la sobrepoblación, y de cómo vaciar la tierra de bocas y cuerpos humanos. ¿Para cuando tendremos la tecnología que nos lleve a planetas habitables o para hacer habitables planetas cercanos?. ¿Es posible que nunca podamos encontrar un planeta ya habitable, a la "luz" de las limitaciones impuestas por la naturaleza (Einstein dixit) a las velocidades que superen la de la luz?.

En cuanto a hacer habitables planetas "relativamente" (en sus dos acepciones) cercanos haría falta crear otro sistema del mundo, otra biosfera. Complicado teniendo presente que, como dices, esta fue creada en millones de años de árdua evolución.

Y, francamente, no imagino un Arca de Noe estelar.

Germánico dijo...

Otra cosa en la que pienso es en el equilibrio, esa ficción cuando se habla de evolución. La naturaleza ha llegado a ser lo que ahora es en millones de años, pero la evolución no se ha detenido, no se puede hablar de un equilibrio final.

Y la evolución es, no lo olvidemos, supervivencia diferencial, con lo que su reverso es la muerte, la extinción.

La tarea de los conservacionistas no debiera ser tratar de conservarlo todo tal cual es en este momento, como un cuadro inmortalizado por el pincel ecologista, puesto que si la evolución continúa es absurdo pretenderlo y quizá incluso contraproducente.

Digo esto porque aunque en estos tiempos asistimos a cambios ecológicos importantes, estos, por la propia naturaleza dinámica e implacable del sistema, siempre han sucedido y siempre sucederán, y dado que no sabemos a ciencia cierta cual es el peso de nuestro actuar en el mundo en los cambios dados, ni la dirección que tomará el sistema con o sin nuestra acción, es erróneo intentar salvarlo todo a cualquier precio (y más si se tiene en cuenta que en la naturaleza cada cosa que tocas está relacionada con todas las demás de forma sutil), o de salvar al lince o a un rinoceronte (misiones todas ellas muy loables que merecen nuestra aprobación siempre que no nos impongan costes excesivos): se trata de valorar que daños ecológicos son más nocivos para nosotros, de establecer una escala de prioridades, de sopesar las cosas poniendo en la balanza también nuestras necesidades.

Y dada la dificultad de estas valoraciones lo mejor será tirar adelante y confiar en que el orden espontáneo de nuestra sociedad, imitando al orden espontáneo de la naturaleza, nos lleve por un buen camino.