viernes, octubre 27, 2006

¡No hay dolor!

Porsena, Rey etrusco, se disponía a golpear a los romanos con su poderoso ejército. Tenía su campamento muy cerca de la ciudad eterna, entonces villorrio del Lacio. Fue entonces cuando un romano trató de matarle, llevándose por delante a uno de sus secretarios, al que confundió con el propio Porsena. El magnicida y regicida frustrado fue apresado y se quemó la mano frente al monarca, para demostrarle su coraje y su indiferencia ante la muerte y el dolor. Cayo Mucio Escévola, así se llamaba, aguantó impertérrito mientras su mano ardía y se convirtió con ello en un símbolo de la dureza y determinación del soldado romano.

No se sabe si esta historia es cierta, al estar situada en los tiempos míticos, esos que se convierten en mitos...con el tiempo (y más gracias a la siempre tergiversadora y moralizante tradición oral). Pero si lo es que hay personas que soportan el dolor con un estoicismo admirable, como los mártires de una fe, y también algunas que se lo provocan como catarsis o ejercicio de gimnasia somatoespiritual, tales como los místicos o los brahmanes.

Lo sorprendente es que alguien se queme, como se quemó Escévola, pero sin buscarlo, sin inmutarse, sin sentir dolor. Una tierna muchachita canadiense lo hizo en una pierna con un radiador mientras miraba por la ventana. También se arrancó un trozo de lengua mientras masticaba la comida, sin percatarse. No había nada de heroico en ello. No se inflingía daños a si misma en nombre de ninguna elevada moral o alguna impostura grandilocuente. Simplemente no se enteraba del daño hasta que era visible para ella o para alguien que pudiera hacérselo saber. La Srta. C, como se la conoce entre los neurólogos, no sentía el dolor.

El organismo toma información del ambiente, y la relativa a los daños es vital. No todos los daños son inmediatos y explícitos. De hecho, aunque en pequeña medida, estamos sintiendo dolor permanentemente, pero es para nosotros un ruido de fondo que podríamos calificar de inocuo. Una cosa tan cotidiana y prosaica como cambiar de postura en el asiento se realiza gracias a la incomodidad (leve dolor que no se tiene por tal)- que experimentamos al llevar demasiado tiempo en una misma postura. Nuestro cuerpo realiza ajustes continuamente para evitar daños. Unos daños que se aprecian cuando se contempla la postración de un tetrapléjico. Una de las razones por las que mueren antes es probablemente el deterioro derivado de la falta de movimiento. Si moverse desgasta más lo hace estar quieto. El dolor produce una vivificante inquietud. Y esto me hace pensar en los denominados (y autodenominados) nerviosos. Quizá su nerviosismo se deba en parte a una percepción más fina del dolor, y esta, a su vez, a un alelo particular de algún gen, como comentaba hace un par de días.

Es el dolor, nos guste o no, información. Con él no se puede hacer lo que hacían los déspotas persas con los portadores que les traían malas noticias. Si matas al mensajero te estás matando a ti mismo. Renunciar al dolor es renunciar a la vida. Esto lo ilustra la Srta. C y su prematura muerte.

Esto es lo que cuentan Ronald Melzack y Patrick D.Wall en “The Challenge of pain” sobre su caso:

“No sentía ningún dolor cuando partes de su cuerpo eran sometidas a una fuerte descarga eléctrica, al agua caliente a temperaturas que normalmente producen quemaduras dolorosas, o a baños prolongados en agua helada. Igualmente sorprendente era el hecho de que no mostraba cambios en la presión sanguínea, el ritmo cardiaco o la respiración cuando se le aplicaban los estímulos dolorosos antes mencionados....Una gran variedad de estímulos, como insertarle un palo por los agujeros de la nariz, pellizcarle los tendones o inyectarle histamina bajo la piel, todos ellos considerados formas de tortura, tampoco le producían dolor alguno. La Srta. C tenía graves problemas médicos. Mostraba cambios patológicos de las rodillas, la cadera y la columna, y sufrió diversas operaciones. El cirujano atribuyó estos cambios a la falta de protección de las articulaciones debido a la ausencia de dolor. Al parecer, no cambiaba el peso de un lado al otro del cuerpo cuando permanecía de pie, no se daba la vuelta mientras dormía ni evitaba ciertas posturas que suelen evitar la inflamación de las articulaciones....

La Srta. C murió a la edad de 29 años debido a una infección masiva y a múltiples traumas en la piel y los huesos”.

4 comentarios:

Roberto E. Yury Yáñez dijo...

RESPECTO A LO ANTERIOR LEE EL BLOG PARA UNA RESPUESTA!!!

Anónimo dijo...

Y el dolor en el alma...de qué nos previene?.

Germánico dijo...

Buena pregunta.

Aunque hay que distinguir el dolor que nos viene de los sentidos, más informativo, digamos descriptivo, del que elaboramos casi exclusivamente en nuestra psique, pues son cualitativamente distintos. Y, dentro de este último hay varios subtipos, según sean más químicos (tanto genéticos puros como de expresión genética ambientalmente inducida) o más ambientales (causados por nuestras relaciones y situaciones sociales).

¿Qué "finalidad" evolutiva podría tener el dolor de una madre ante la pérdida de su hijo?. ¿Podría ser simplemente un subproducto, un reverso tenebroso del amor, del poderoso vínculo biológico cuya rotura produce una emoción igualmente poderosa?. Lo dudo, porque nuestro cerebro está diseñado para ese dolor espiritual. Es demasiado gravoso y demasiado fundamental para ser un subproducto.

Pero todavía no tengo las ideas muy claras al respecto. Este es un tema sobre el que reflexiono a menudo.

Germánico dijo...

Un dolor muy físico sin "finalidad" evolutiva aparente sería por ejemplo el dolor crónico, o el experimentado en un miembro fantasma.

Son de una fatal inutilidad.