miércoles, febrero 20, 2008

El Órgano Supremo

"Creadores lo fueron primero los pueblos, y sólo después los individuos; en verdad, el individuo mismo es la creación más reciente". Ya en su momento cité aquí esta idea de Nietzsche, si bien sin molestarme en buscar en su Zaratustra la frase exacta, que ahora transcribo. Es esta una de esas frases con fuerza, que impactan en la mente dejando en ella una huella indeleble. Puede incluso, una idea así, convertirse en un prejuicio difícil de erradicar con los argumentos más sólidos. Cuando el cerebro emocional es marcado a fuego por una frase bien dicha la razón se rebela incluso contra sí misma.


No voy a entrar a valorar en profundidad, a partir de lo antedicho, los enraizados prejuicios de la izquierda política, pero parece probable que las ideologías de izquierda se alimenten de diversas ideas-fuerza del estilo opíparamente, dada la natural tendencia de la mente progre a negar la realidad sistemáticamente. No otra cosa es el progresismo que una negación y una crítica de la realidad, y una afirmación y una fe cándidas, como contrapartida, en los más disparatados ideales, que siempre chocan con la realidad ,antes o después, como el Quijote con los molinos de viento.


Pero la cuestión de fondo a abordar, aunque sea superficial y lateralmente en esta pequeña reflexión es la relación entre el individuo y su ambiente social, económico y político, y si esta hace o no surgir al primero, al menos en cierto sentido restringido. Ello nos permitiría hablar, en todo caso, de la mentalidad de la izquierda.


Individuos somos desde el principio, y habría que decir que por naturaleza, sin que esto último suponga una valoración meramente especulativa. Como unidades de supervivencia miramos por nuestro interés, tenemos nuestros particulares proyectos y estrategias cognitivo-conductuales (genéticamente determinadas) para conseguirlos, que se desarrollarán mejor o peor en el ambiente ecológico y social que nos toque vivir. Cada individuo es un producto único de la evolución biológica, que comparte con sus coetáneos aquellas características físicas, fisiológicas y comportamentales que nos distinguen como especie, como organismos estrechamente emparentados con un antecesor común muy reciente, y asimismo supone una variación pequeña de diseño físico y cognitivo que puede marcar la diferencia en la competencia por los recursos en un entorno siempre cambiante, tanto social como biológico. Como muchos dicen la cultura evoluciona más deprisa que la biología. Así, son más los aspectos que nos hacen iguales que los que nos diferencian en la esencia de nuestro ser y actuar en el mundo, si bien se disfrazan con diferentes ropajes culturales, que pueden fácilmente confundir a la mirada más atenta.


Una sociedad más individualista es aquella en la que los individuos tienen la oportunidad de actuar de diversas maneras, es decir, donde tienen opciones, donde tienen libertad. En la medida en que los recursos escasean las sociedades se vuelven más toscas. La relación causa-efecto puede darse en ambos sentidos, o acaso habría que decir que se da en ambos sentidos simultáneamente, en una retroalimentación, en un círculo vicioso en el que no se puede encontrar un origen.


Una sociedad sin apenas división del trabajo, sin apenas infraestructuras, sin apenas tecnología, conocimiento, intercambio... exige de sus miembros una lealtad al grupo mucho mayor, puesto que la supervivencia de todos está en juego, en un entorno ecológico no reducido, no domeñado, no transformado a nuestra "imagen y semejanza", lleno de peligros y de dificultades. Asimismo exige un rechazo firme y beligerante de los extraños que puedan suponer una carga o una amenaza, más que una oportunidad. La carga de parásitos, cobardes y escépticos en ella es necesariamente baja. Cualquier mito que en ellas exista será compatible con la unidad del grupo, cuando no contribuya o sirva directamente a ella.


Los sentimientos morales más básicos, que todos compartimos, surgieron en las interacciones sociales que se daban en este tipo de agrupaciones rudimentarias y primitivas. Como es "natural", en ellos el individuo, tal y como hoy se entiende, es decir, como portador de derechos y libertades, no existía. Y entendido así tardó verdaderamente mucho en aparecer, en surgir, en "ser creado" por la evolución cultural y social (dejo aquí de lado la política, que en estas cosas va por detrás, mientras las otras tiran del carro). El individuo es, por tanto, en este sentido restringido, una creación muy reciente. Un tipo aislado en medio de una sociedad impersonal que puede llegar a padecer lo que Durkheim denominó anomia, por falta de lazos grupales acordes con su cerebro primitivo y tribal, podrá sentirse parte de una nación, de un equipo de fútbol, de un partido político o movimiento de masas o de una empresa mercantil, pero buscará, ante todo y sobre todo, una familia o un grupo de "iguales", de amigos, en el que cobijarse para satisfacer su desarrollado instinto social, hecho para el cara a cara.


Pero en medio de la abundancia proporcionada por el impersonal pero eficiente mercado, enmarcado en un Estado de Derecho que garantiza las libertades (y en una relación de retroalimentación con el mismo), podrá padecer la ficción de la irresponsabilidad plena, algo que puede matar desde dentro, por acumulación, a la sociedad, como un cáncer.


Fuera del círculo íntimo la sociedad está compuesta por extraños con los que uno no comulga más que en los rituales sociales más anodinos, y los actos concretos y comportamientos de una sola persona parecen cambiar muy poco las cosas. Así se produce una desvinculación entre lo que uno piensa y hace (cosas que en casos de necesidad deben coincidir) y la idea y el conocimiento que esa persona tiene del efecto causado en la sociedad. El individuo pleno, ya no solo el individuo dotado de derechos y libertades, surge así, como individuo ante la sociedad, como un YO que solo puede salvar su aislamiento renunciando a "cambiar el mundo" y centrándose en un entorno cercano, natural y asequible, con un negocio y transacción inevitable con el cuerpo social, entregando al mismo una parte del tiempo y de la acción a cambio de medios de subsistencia.


Pero el individuo puede hacer todo lo contrario, asociándose a otros para cambiar la sociedad en el sentido por ellos deseado. Ese afán transformador de la sociedad nace pues del individuo, entendido en un sentido moderno. El socialismo nació como un producto residual de la industrialización, pero alcanza su pleno desarrollo ideológico entre quienes viven al margen, de una u otra manera, del proceso productivo y de quienes viven, asimismo, desvinculados afectivamente en el núcleo de afectos y supervivencia que es la unidad doméstica. Estos "individuos" son hostiles a todo valor o principio naturales, y proponen a cambio diversidad de paraísos artificiales para quienes están dispuestos a creerles. Dentro de estos últimos los habrá con familia y trabajo productivo, pero con una compresión poco cabal de sus circunstancias, inmersos en una mezcla de confusión y ensoñaciones.


Así, nos hayamos ante dos individuos "políticos" muy distintos entre sí, ambos característicos de nuestro tiempo: aquel que cree en el individualismo en su sentido originario, como algo natural, y por tanto algo que debe ser aceptado como cimiento de cualquier construcción teórica o acción práctica, y aquel que cree en ese otro individualismo activista y reformista que pretende saciar su sed de sociedad por vías artificiales (léase políticas, Estatales), y que ve el individualismo originario como una actitud reaccionaria y de pueril tradicionalismo, así como una opción disgregadora y egoísta. Los individualista de nuevo corte podrán ser colectivistas y a un tiempo individualistas (entendiendo aquí el individualismo como la búsqueda del propio interés dentro de la sociedad) sin percatarse de la contradicción, porque sus pensamientos y sus actos estarán desconectados, en su mente, gracias a unos cuantos prejuicios-fuerza y de contrastación con la realidad, gracias a la ausencia de consecuencias inmediatas y relacionables en causa-efecto.


Ante la red enmarañada de causas y efectos –así como también, como hemos visto, de círculos de retroalimentación- que es la sociedad, el pensador progresista siempre podrá desviar la atención de quienes le escuchen estableciendo relaciones causales falsas o saltando de un tema a otro a través de la red conceptual superpuesta (y ajena en tantos aspectos) a la social (sin mayores consecuencias, como vimos). De esta forma sus contradicciones quedan a salvo en medio del caos de sus ideas, que además puede calificar de creativas, siendo la creatividad entendida como opuesta al orden (simplón). Quien le siga podrá hacerlo entonces por el argumento de autoridad, de acuerdo con un instinto básico de fidelidad a unas "ideas" y seguimiento leal a un liderazgo.
El brillante y prestigioso Hacendista Norteamericano Harvey S. Rosen, expone en la introducción a su obra Public Choice, las dos perspectivas existentes (como dos extremos entre los cuales caben pocos términos medios virtuoso-aristotélicos) para mirar la sociedad:


Por un lado tenemos a quienes ven en la sociedad un organismo natural:


Cada persona es una parte del mismo, y el Estado puede ser entendido como su corazón. Yang Chang-chi, maestro de ética de Mao Tse-tung en Pekín, mantenía que un país "es un todo orgánico de la misma forma que lo es un cuerpo. No es lo mismo que una máquina, que puede ser desmontada en partes diferentes y luego vuelta a armar". Cada persona solo cobra significado como parte de la Comunidad, y el bien individual se define con respecto al bien común. De esta forma la comunidad prevalece frente a los individuos.

Por otro lado está la perspectiva mecanicista, según la cual:

El Estado no es una parte orgánica de la sociedad. Más bien es un invento creado por las personas para alcanzar mejor sus fines individuales. Como el estadista americano Henry Clay sugería en 1829, "el Gobierno es una delegación de poder y los responsables políticos son los delegados; y ambos, delegación y delegados están para servir a la población". La persona, y no el grupo, es el foco de atención.

Pero los individualismos de nuestro tiempo difícilmente pueden ser encasillados en ninguna de estas dos concepciones. El progresista porque ha renunciado a la visión totalitaria (parcialmente) y ya no ve el Estado como un organismo sino como un invento –creado en virtud de un contrato social- y un invento muy útil, excelente herramienta para perseguir fines “sociales” (y otros no tan sociales). Y el individualismo llamémoslo naturalista, no cree en que la sociedad sea un organismo, o no al menos uno que tenga un corazón Estatal, sino un mecanismo complejo en que cada parte cuenta. Y ve que los individuos se realizan en el trato social, y que las instituciones básicas que lo fomentan y posibilitan, contribuyendo a mantener vínculos sociales, prácticamente todas ellas en el nivel “micro”, deben ser preservadas y respetadas. El progresista cree en una sociedad abstracta y en su ordenación racional desde arriba, y fundamenta esta fe en otra implícita, la de la tabla rasa, según la cual los individuos pueden desaparecer como tales y convertirse en obedientes ciudadanos perseguidores del interés común. El naturalista en cambio cree en la sociedad concreta e individualizada de todas y cada una de las personas persiguiendo su respectivo interés y llegando a diversas formas de acuerdo voluntario y pacífico para alcanzarlo. Y apoya esta fe en la evidencia de que somos máquinas de supervivencia, que miran invariable e inevitablemente por su interés.


Empecé con el Zaratustra de Nietzsche y acabo con él.


El Órgano Supremo, el monstruo estatal, es "el nuevo ídolo", "Estado se llama al más frío entre los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: "Yo, el Estado, soy el pueblo".


Y muchos se lo creen.

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