miércoles, febrero 06, 2008

Crispación

En esta última legislatura se ha oído hablar demasiado de “crispación”. Se tiende a oponer esta crispación, considerada como fenómeno reciente, al consenso de la transición, asociado a la creación de un nuevo orden constitucional y democrático a partir de una dictadura, e idealizado tanto por la derecha como por la izquierda políticas. Ese consenso -que me hace pensar en la concordia de la que vanamente hablaba Cicerón al final de la República Romana y lo lejos que estamos los latinos de los germanos y sus coaliciones- pudo lograrse, muy probablemente, gracias a la situación de fuerza deliberadamente declinante que tenía el Gobierno salido de las Cortes franquistas. Si el poderoso cede, el débil accede gustoso a considerar como negociación, y por tanto como mérito propio como parte negociante, lo que ha sido un regalo y, sobre todo, tiende a conformarse con lo recibido y no ir más allá de lo razonable en sus reivindicaciones, para evitar que “todo” quede en “nada”.

Una vez superada esa fase constituyente y un tiempo prudencial de adaptación, la aparente sensatez de algunos agentes políticos, que no era más que virtud derivada de la necesidad, desapareció, y la hermosa máscara de consenso se desprendió de su rostro y mostró el rostro crispado de la exigencia, el partidismo, la prepotencia, el nacionalismo secesionista...Lo que a muchos sorprende es que haya tardado tanto en mostrarse la cara más monstruosa, el rostro desfigurado y horrendo de la inmoralidad política, lo cual ha sucedido en esta legislatura de “crispación” –aún con los precedentes de la pasada, que sólo la bonanza económica hizo llevaderos. Parece como si nuestra joven democracia sufriera el terrible mal de Dorian Gray: bella por fuera y en silencio corrompiéndose por dentro, en un proceso lento pero inexorable. Cuando Dorian Gray observa su retrato descubre su verdadero rostro. Esto sucede mucho después de haber sido este pintado. En el tiempo pasado entretanto se había entregado a vicios perversos y ocultos. La política educativa, tanto nacional como nacionalista, la primera empobreciendo los contenidos y reduciendo la exigencias y la segunda falseando la historia e intentando modelar a las personas, son consideradas por los sociólogos intuitivos –y seguramente por alguno profesional, no estoy al tanto de sus trabajos sobre nuestra sociedad y nuestra cultura- como la causa insidiosa de tanta degeneración.

Un electorado ignorante y adoctrinado es el componente indispensable, junto con una clase política demagógica y maquiavélica, para convertir –en un nuevo proceso constituyente informal pero mucho más profundo que transforma en papel mojado cualquier constitución escrita- una posible democracia liberal en una tiranía de las mayorías dirigida por oligarquías defensoras de intereses restringidos.

Lo que se destruye es el Estado de Derecho, porque este precisa de principios que insuflen espíritu a la ley (Montesquieu dixit, pixit), y estos, a su vez, de ciudadanos responsables, esto es, formados e informados y, sobre todo, formados e informados en/sobre principios. Largo sería de exponer los tortuosos caminos de la cultura de la degradación.

Pues bien, amigos, estamos finalizando la legislatura de la “crispación” y conviene hacer balance. ¿Cuál es la misión que la democracia atribuye a la oposición política?: el control y la denuncia de la actividad del Gobierno. Una oposición que secunda se parece mucho a una filial del Partido Único. Así pues la oposición del Partido Popular ha cumplido con su misión, al menos con la misión que le encomendamos sus votantes, a falta de poder ejercer las tareas ejecutivas y la iniciativa en las legislativas.

Se puede decir que en estos 4 años ha habido más tensión, que la oposición se ha excedido en su denuncias o sus controles, aunque en estas cosas los excesos no sean tan graves, excepto si impiden la gobernabilidad. Pero el comienzo de este período político no pudo ser más “explosivo”, y las políticas del Gobierno no han podido ser, por un lado, más superficiales, y por otro más divisoras. Se han desenterrado los muertos de la guerra civil, se ha propuesto una educación para la ciudadanía que de la puntilla final a la destrucción de la educación en los valores, se ha apostado por un proceso de deslegitimación de las víctimas del terrorismo y legitimación democrática de los violentos y contrarios ¡a la democracia!, se ha comenzado un nuevo proceso constituyente y desintegrador a través de la aprobación de nuevos estatutos, que sólo sirven para aumentar las Administraciones públicas pese a la reducción de las titularidades de la central,....etc etc.

Y en este contexto de fin de legislatura finiquitadora del Estado de Derecho y de España, leo un artículo del Magazine del El País, escrito por Juan Cueto, en el que se habla de la propaganda electoral por Internet. Deduzco por lo que leo que la paz solo se logra expulsando a la derecha. Es lo que se lee entre líneas una y otra vez en estos panfletos políticos disfrazados de reflexión indiferente. Un gobierno único de la izquierda sobre un país callado, sin voz, sin oposición, sobre un cementerio político en el que la ausencia de crispación y el consenso implican necesariamente la ausencia de vida, excepto, naturalmente, la del sepulturero.

Dice Cueto que la batalla de Internet, lucha maniquea dónde las haya en la que los buenos y los malos son perfectamente identificables como jóvenes de izquierda y “cachorros de la derecha”, mejor llamados “ciberfachas”, puede considerarse desde dos ópticas, que Cueto denomina “grandes teorías”:

1)- Que la juventud de derechas, ya (des-)calificada en el párrafo anterior, maneja mejor la Red, que se ha hecho con ella, y que la utiliza para escribir largas parrafadas cuyo contenido esencial son “ad hominens”. Y es que la derecha está “genéticamente reñida con la moderna cultura de la imagen en todas sus manifestaciones”, lo que nos lleva a la segunda gran tontería, perdón, teoría:

2)- Que la juventud de izquierdas, que forma la “ciberprogresía”, como es creativa con las imágenes (léase, siguiendo el aforismo de Nietzsche de que “toda alabanza implica una censura”, que la de derechas es infértil para otra cosa que no sea largas parrafadas de ad hominens), va a ganar la batalla de “las ideas” de Internet. Lo último lo entrecomillo, porque él no lo dice en esos términos, pero es obvio que lo que ha de transmitirse, con imágenes o palabras, son ideas. Si bien hay que admitir que implícita e inadvertidamente Cueto reconoce la agrafía de la juventud que le acompaña “ideográfica” que no ideológicamente, producto de la “alta escuela” de esta democracia. Aunque la izquierda, al fin y a la postre, tiene mucho de simbología vacía.

En resumen las dos perspectivas indicadas, que desde luego sería muy pobre considerar como únicas, apuntan claramente a una juventud de internautas de derechas compuesta por zoquetes con logorrea e incapacidad argumental, y una juventud de izquierdas creativa aunque, dada su juventud y los tiempos de gran desarrollo en tecnologías de la comunicación que nos ha tocado vivir, más creadora y manipuladora de imágenes que de palabras (bien pensado ambas cosas son vehículos de comunicación y ambas símbolos, pero ese es otro asunto).

La lucha maniquea en la red no puede tener mejor definidos sus actores, buenos y malos. Se critica así agriamente a los críticos del poder, primero englobándolos dentro del término “ciberfachas”, y después declarando sutilmente que solo saben ladrar, porque carecen de ideas.

La defensa del poder toma muchas formas. A la que esta última legislatura nos tiene acostumbrados es a la de la “crispación”. Los desmanes, desaguisados y despropósitos del Gobierno no son criticables. Lo es, en todo caso, aquel que los critique. Se practica la política de “matar al mensajero de malas noticias”, en este caso en su proyección mediática en la ciudadanía de la democracia. Dicha política era la que practicaban -¿lo adivinan?- los déspotas por antonomasia, los Monarcas Persas. El malo no es quien hace un mal, sino aquel que lo denuncia, no es quien oculta sino quien pide transparencia.

Cueto afirma que Rajoy tiene ataques de pánico que le provocan excesiva sudoración. Le recomienda tomar algún ansiolítico apropiado para el debate con ZP, al que, visto que no quiso debatir con él la pasada campaña, teme. Pero ZP no es temible, ni como orador, ni como argumentador, ni como persona violenta. Es temible como demagogo y como violentador de sociedades. Es temible porque su talante esconde rencor, porque sus superficiales filias solamente representan sus profundas fobias.

Los titiriteros y amanuenses de tercera contratados para la propaganda y el insulto gratuito –aunque cobrando discretamente por ello su precio- podrán seguir crispando. Pero la mirada crítica sabe de dónde procede verdaderamente la crispación.

La sociedad española no se atreve a mirar a sus “representantes” a la cara, para ver en lo que se han convertido, como Dorian Gray temía mirar su “representación” en el lienzo. Tememos, con verdadero pánico, provocador o no de sudoración, que ESO que se ha pintado dentro del marco de nuestra Democracia seamos nosotros.

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