Con esa obsesión de nuestro tiempo por la alegría, que la convierte casi en forzosa, y que ahora la propaganda progre ha vuelto enfermiza, se presentan muchos casos de lo que yo denominaría entusiasmo artificial. Este consistiría, en esencia, en un autoengaño emocional, cuyo horizonte temporal es de cortísimo plazo y cuyo ámbito ineludible son los lugares públicos. Alguien que padezca este mal del alma fingirá ante los demás, pero por encima de todo ante sí mismo, que lo que hace y lo que le sucede como consecuencia de lo que hace forman parte de una coherencia lógica y vital, y que por tanto tiene todas las razones del mundo para sentirse feliz, en su salsa, energético y saludable.
El hecho es que cuando uno lleva la contraria a su naturaleza, aunque sea con una sencilla sonrisa, termina por sufrir el golpe de boomerang de su perverso Karma. No es cuestión de abandonarse a los sentimientos más bajos ni de apostar por una sinceridad grosera. Simplemente hay que ser capaz de hacer una valoración cabal del contexto en el que uno se mueve y proyecta y de las propias fuerzas y preferencias.
Si un novio enamorado se va, borracho, de putas, por mucho que trate de convencerse al día siguiente de que obró conforme a su masculinidad, por efecto del alcohol, en una locura de juventud...etc etc, si no es un frívolo, un psicópata y un imbécil sentirá una zozobra y un malestar que no le dejarán vivir.
El ejemplo del protagonista de Crimen y Castigo, Raskolnikov, y de su destino buscado inconscientemente es, seguramente, la mejor muestra literaria de esa culpa fundamental, que nada debe a un sentimiento religioso. Por mucho que uno trate de argumentarse a si mismo con las más peregrinas razones (peregrinas porque, por muy sólidas lógicamente que sean no pueden con las “razones del corazón”) que obró, aunque sea relativamente, bien, su cuerpo y su alma le piden constricción, castigo, regeneración.
Tener la sensación de que una hoja en blanco ha sido manchada irreparablemente, comprender que el proyecto vital permanentemente renovado que es uno se quiebra gravemente con ciertas acciones u omisiones, no es, desde luego, grato, pero si purificador, y con seguridad contribuye a que mejoremos, no en las apariencias, sino en el fondo de nuestro ser. Nuestros errores presentes son la base de nuestros futuros aciertos....salvo que......¡¡¡Nos empeñemos en NEGARLOS!!!. Ese negacionismo conlleva que nos encaminemos hacia la catástrofe, en el caso de la política y la sociedad, y al fracaso vital, por imposturas reiteradas y no subsanación de errores, en el caso del individuo.
Emprender los cambios estructurales, como se dice en economía, es preciso tanto para la sociedad como para el individuo. De coyunturas no vive el hombre o, al menos, no por mucho tiempo, ni muy bien. El ser humano es un ser previsor por naturaleza. Eso implica preocuparse, y esto último implica no entregarse, con demasiado entusiasmo, al entusiasmo.
Pero ¿quién podría entregarse a un entusiasmo artificial con más ilusión que los ilusos partidarios del artificio y, por tanto, contrarios a la naturaleza, aunque sea la propia?.
El hecho es que cuando uno lleva la contraria a su naturaleza, aunque sea con una sencilla sonrisa, termina por sufrir el golpe de boomerang de su perverso Karma. No es cuestión de abandonarse a los sentimientos más bajos ni de apostar por una sinceridad grosera. Simplemente hay que ser capaz de hacer una valoración cabal del contexto en el que uno se mueve y proyecta y de las propias fuerzas y preferencias.
Si un novio enamorado se va, borracho, de putas, por mucho que trate de convencerse al día siguiente de que obró conforme a su masculinidad, por efecto del alcohol, en una locura de juventud...etc etc, si no es un frívolo, un psicópata y un imbécil sentirá una zozobra y un malestar que no le dejarán vivir.
El ejemplo del protagonista de Crimen y Castigo, Raskolnikov, y de su destino buscado inconscientemente es, seguramente, la mejor muestra literaria de esa culpa fundamental, que nada debe a un sentimiento religioso. Por mucho que uno trate de argumentarse a si mismo con las más peregrinas razones (peregrinas porque, por muy sólidas lógicamente que sean no pueden con las “razones del corazón”) que obró, aunque sea relativamente, bien, su cuerpo y su alma le piden constricción, castigo, regeneración.
Tener la sensación de que una hoja en blanco ha sido manchada irreparablemente, comprender que el proyecto vital permanentemente renovado que es uno se quiebra gravemente con ciertas acciones u omisiones, no es, desde luego, grato, pero si purificador, y con seguridad contribuye a que mejoremos, no en las apariencias, sino en el fondo de nuestro ser. Nuestros errores presentes son la base de nuestros futuros aciertos....salvo que......¡¡¡Nos empeñemos en NEGARLOS!!!. Ese negacionismo conlleva que nos encaminemos hacia la catástrofe, en el caso de la política y la sociedad, y al fracaso vital, por imposturas reiteradas y no subsanación de errores, en el caso del individuo.
Emprender los cambios estructurales, como se dice en economía, es preciso tanto para la sociedad como para el individuo. De coyunturas no vive el hombre o, al menos, no por mucho tiempo, ni muy bien. El ser humano es un ser previsor por naturaleza. Eso implica preocuparse, y esto último implica no entregarse, con demasiado entusiasmo, al entusiasmo.
Pero ¿quién podría entregarse a un entusiasmo artificial con más ilusión que los ilusos partidarios del artificio y, por tanto, contrarios a la naturaleza, aunque sea la propia?.
2 comentarios:
¡ Alguien con sentido de la realidad !
De acuerdo contigo en lo postulado.
Vivan los hermosos perdedores, tristes y conscientes del profundo dolor que es vivir.
Si, ¡y benditos los que se entusiasman de forma natural!...sin forzar el gesto.
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