El sacrificio es inherente al altruismo. No cabe concebir un acto altruista que no lleve aparejada una renuncia o una pérdida. Cuanto mayores son estas mayor el altruismo. Por eso resultan tan desagradables a nuestro gusto moral instintivo ciertas manifestaciones puramente verbales de generosidad. Y más si estas conllevan que el sacrificio se hace recaer sobre terceros. No otra cosa es lo que hacen los líderes políticos demagógicos (generalmente sociatas): prometen actos altruistas con bienes y fondos obtenidos coercitivamente de otros.
Pero entre el extremo del acto altruista por excelencia, la muerte por otra persona, y el contrario de la pura palabrería y la generosidad a costa ajena, hay una amplia gama de comportamientos un poco egoísta y un poco altruistas que merecen un análisis.
Prácticamente siempre que damos lo hacemos con la expectativa de recibir. El intercambio no tiene porque ser en los mismos términos ni en el mismo tiempo. Ni el crédito ni el dinero lo inventaron los bancos. Siempre ha habido en todo intercambio de favores expectativas, pagos diferidos, cobros anticipados y desigualdad cualitativa de lo entregado y lo recibido (aunque cuantitativamente se hayan intentado igualar).
Cuando damos algo “sin esperar nada a cambio” es porque no valoramos en nada lo que damos ni a quien lo damos ni a quien nos mira cómo damos. Y a eso se le llama desprecio. Sencillamente, algo se cae de nuestra mano y otra lo recoge.
No debemos cegarnos con la remuneración a corto plazo, ni con que sea en los mismos términos, ni tampoco con que nos la proporcione aquel a quien le hemos dado. Incluso si solamente diéramos porque nos produce placer dar, ya estaríamos obteniendo una gratificación de nuestro sistema de recompensa interno. Pero en esto hay una contradicción: nuestro sistema de recompensa interno es egoísta y responde a aquellos actos que benefician nuestra supervivencia y la de nuestros genes. Si nos recompensa no está diciendo, a su manera, que somos egoístas, y esto apunta a nuestros actos y quizá a expectativas no conscientes.
Volviendo a los costes del altruismo, nos podemos hacer una reflexión acerca de nuestras generosidades diarias.
Dar algo cuyo valor es pequeño para nosotros y elevado para otros resulta ser un acto de “generosidad” muy bien remunerado socialmente. Uno adquiere prestigio como “dador”, como proveedor. Si somos capaces de ocultar el poco aprecio que nos merece lo que entregamos pareceremos aún más excelentes y seremos aún mejor recompensados con el aprecio de quienes reciben y quienes nos ven dar. Uno puede jugar a un juego aún más sutil: puede dar y ocultar no sólo el poco valor de lo que da, sino además que está dando. Al final alguien se entera y el prestigio que obtenemos es mucho mayor, aunque lo sea para un círculo más reducido, porque nuestra generosidad parece auténtica, y no nacida de un deseo de obtener fama y poder.
Aunque no siempre se entregan cosas de poco valor relativo. Demasiadas veces tenemos que asumir pérdidas, tenemos que hacer renuncias, para obtener lo que queremos. Los caminos del señor son retorcidos. Como animales capaces de planificación interponemos una escalera de medios para ascender a nuestros fines, y no siempre calculamos correctamente las proporciones de las escalas, cayendo al vacío en más de una ocasión. Y como planificadores sociales, es decir, siendo simultáneamente planificadores y miembros de una sociedad, que es nuestro ambiente, hemos de emplear a otras personas como medios y no, como dijera Kant, como fines en sí mismos. En el juego social se buscan aliados y colaboradores, amigos y simpatizantes, o, dicho en la acepción amplia y original del término romano: “clientes”. Podemos decir que son fines en sí mismos, ciertamente, y podemos sentirlo así. Pero subterráneamente operan esos otros fines, esos fines últimos de la biología.
Poner medios es asumir costes. Los medios nunca son gratuitos. A todos se les tiene que remunerar de una u otra manera. Esto supone anticipar, renunciar, perder.
Lo ideal sería tener billetes de Monopoly expedidos por algún banco central amigo con los que pagar a todos por sus favores, por su “papel” de medios. Así se pagaría un “papel” valioso con otro sin valor. Pero existe eso que se llama inflación, fenómeno que, si lo miramos en profundidad, va más allá del dinero y tiene que ver con valores relativos. Este hace imposible este tipo de trampa a medio plazo.
Siempre que damos tenemos que procurar reducir al mínimo el valor subjetivo (se entiende, para nosotros) de la composición del paquete entregado. Así nuestra pérdida y/o renuncia no es grande y nuestra ganancia potencial es, comparativamente, alta.
Un altruismo calculado puede obtener grandes beneficios, si este cálculo no se desvela. Lo ideal para que así sea es que ni siquiera quien calcula sepa que lo está haciendo. Y así ocurre casi siempre. El cálculo es básicamente inconsciente y ponderador, no consciente y con cantidades exactas. De los favores hechos no se recibirá casi nunca una respuesta proporcional: muchos devolverán mucho menos de lo recibido, otros tantos nada. Pero los habrá que devuelvan por encima de lo que recibieron y por la ley de los grandes números cuantos más reciban nuestros favores u observen como los hacemos mayor será la probabilidad de que seamos recompensados más que proporcionalmente.
Algo que repugna de la economía es que los cálculos se explicitan. Esto la hace parecer menos “humana”. Y en cierto sentido es así, puesto que esa clase de cálculos surgieron como mecanismo en gran medida inconsciente, y explicitarlos los desnaturaliza, aunque pudiera mejorarlos en cuanto a exactitud.
La mayoría de nosotros no ha entregado su vida a una “causa” o por otra persona. Nos gusta jactarnos de que lo haríamos, si se diera la circunstancia, pero nadie desea que esta se de y ver sometida de esta manera a prueba su presunción. Si nos dicen que por 1 euro al mes damos de comer y vestimos a un niño del Congo podemos sentirnos altruista entregando esa pequeña cantidad, que para nosotros nada representa y para el congoleño supone la diferencia entre pasar hambre y estar tirado o comer y a resguardo. Pero ese altruismo es una ficción. No es verdadero altruismo, si nos atenemos a lo dicho al principio. El sacrificio hecho es ridículo. 1 euro al mes no es una pérdida que nos quite el sueño. Tampoco el coste de oportunidad (el precio) es elevado. Renunciaríamos, en todo caso, a una coca cola.
Muchos se siente generosos con actos de entrega de este estilo, y acudiendo a reuniones en las que algún orador habla de salvar a la humanidad de sí misma. Pero luego pueden ser pésimas parejas, pésimos hijos y padres, malos deudores, malos acreedores, despilfarradores, poco serios, malos, malos, malos.
Y luego llega algún payaso demagogo y dice que tenemos que dar un 0,7% del PIB al tercer mundo porque no es nada para la sociedad. Es como 1 eurillo de nuestro bolsillo (o menos), pagado por todos. Pero no nos vayamos a quienes pasan hambre que la sensibilidad se pone a flor de piel y es entendible. Pensemos en todas esa cosas que solo suponen 1 eurillo de nuestro dinero, como que hay que proteger la cultura propia (por ejemplo el cine), o fomentar tal o cual actividad lúdica. Pero eso no es altruismo, tampoco. Eso es ROBAR a quien produce la riqueza para proclamarse generoso sin pagar el precio del altruismo. Estas cosas solamente pueden pasar en sociedades como la actual, en la que las transacciones son tantas, por tantas vías, imbricadas en una red tan compleja y camufladas por el “papel” del dinero que, sencillamente, es difícil distinguir, sin un mínimo conocimiento de cómo funcionan la sociedad y la economía, o sin una psicología muy fina, a los embaucadores de las personas decentes.
Un método que se revela bueno casi siempre para establecer esta distinción es el de la mención de los costes. Quien quiere engañarnos los pasará por alto, los negará, los rebajará, los tergiversará. Incidirán una y otra vez en los beneficios, en el bien que causará tal o cual acción (casi nunca los beneficios serán los prometidos ni lo serán para los supuestos receptores de los mismos, pero este es otro asunto para tratar en otro lugar y ocasión).
¿Y dónde queda el altruismo después de esto, se preguntarán algunos?. ¿Es que acaso vale tanto el comportamiento de un perfecto egoísta egocéntrico que el de alguien que se da a los demás sin pedir nada a cambio?. Pero estas preguntas no tienen sentido si se comprende el problema en profundidad. En nuestra vida tendemos a apreciar a aquellos que nos favorecen y nos tratan bien. Que quien tenga un comportamiento así lo haga por motivaciones más o menos egoístas (visto superficialmente) o enteramente egoístas (si lo analizamos desde una perspectiva biológica), no cambia en absoluto nuestro sentimiento de gratitud, pues este es también natural, nos sale sin demasiados cálculos conscientes previos.
Así pues podemos seguir –y seguiremos- nuestra comedia y nuestra tragedia de intercambios, filias y fobias con naturalidad, y saber estas cosas, o percibir las cosas de esta manera, de forma racional, no cambiará nada. Porque la vida va mucho más deprisa que nuestro intelecto.
Pero entre el extremo del acto altruista por excelencia, la muerte por otra persona, y el contrario de la pura palabrería y la generosidad a costa ajena, hay una amplia gama de comportamientos un poco egoísta y un poco altruistas que merecen un análisis.
Prácticamente siempre que damos lo hacemos con la expectativa de recibir. El intercambio no tiene porque ser en los mismos términos ni en el mismo tiempo. Ni el crédito ni el dinero lo inventaron los bancos. Siempre ha habido en todo intercambio de favores expectativas, pagos diferidos, cobros anticipados y desigualdad cualitativa de lo entregado y lo recibido (aunque cuantitativamente se hayan intentado igualar).
Cuando damos algo “sin esperar nada a cambio” es porque no valoramos en nada lo que damos ni a quien lo damos ni a quien nos mira cómo damos. Y a eso se le llama desprecio. Sencillamente, algo se cae de nuestra mano y otra lo recoge.
No debemos cegarnos con la remuneración a corto plazo, ni con que sea en los mismos términos, ni tampoco con que nos la proporcione aquel a quien le hemos dado. Incluso si solamente diéramos porque nos produce placer dar, ya estaríamos obteniendo una gratificación de nuestro sistema de recompensa interno. Pero en esto hay una contradicción: nuestro sistema de recompensa interno es egoísta y responde a aquellos actos que benefician nuestra supervivencia y la de nuestros genes. Si nos recompensa no está diciendo, a su manera, que somos egoístas, y esto apunta a nuestros actos y quizá a expectativas no conscientes.
Volviendo a los costes del altruismo, nos podemos hacer una reflexión acerca de nuestras generosidades diarias.
Dar algo cuyo valor es pequeño para nosotros y elevado para otros resulta ser un acto de “generosidad” muy bien remunerado socialmente. Uno adquiere prestigio como “dador”, como proveedor. Si somos capaces de ocultar el poco aprecio que nos merece lo que entregamos pareceremos aún más excelentes y seremos aún mejor recompensados con el aprecio de quienes reciben y quienes nos ven dar. Uno puede jugar a un juego aún más sutil: puede dar y ocultar no sólo el poco valor de lo que da, sino además que está dando. Al final alguien se entera y el prestigio que obtenemos es mucho mayor, aunque lo sea para un círculo más reducido, porque nuestra generosidad parece auténtica, y no nacida de un deseo de obtener fama y poder.
Aunque no siempre se entregan cosas de poco valor relativo. Demasiadas veces tenemos que asumir pérdidas, tenemos que hacer renuncias, para obtener lo que queremos. Los caminos del señor son retorcidos. Como animales capaces de planificación interponemos una escalera de medios para ascender a nuestros fines, y no siempre calculamos correctamente las proporciones de las escalas, cayendo al vacío en más de una ocasión. Y como planificadores sociales, es decir, siendo simultáneamente planificadores y miembros de una sociedad, que es nuestro ambiente, hemos de emplear a otras personas como medios y no, como dijera Kant, como fines en sí mismos. En el juego social se buscan aliados y colaboradores, amigos y simpatizantes, o, dicho en la acepción amplia y original del término romano: “clientes”. Podemos decir que son fines en sí mismos, ciertamente, y podemos sentirlo así. Pero subterráneamente operan esos otros fines, esos fines últimos de la biología.
Poner medios es asumir costes. Los medios nunca son gratuitos. A todos se les tiene que remunerar de una u otra manera. Esto supone anticipar, renunciar, perder.
Lo ideal sería tener billetes de Monopoly expedidos por algún banco central amigo con los que pagar a todos por sus favores, por su “papel” de medios. Así se pagaría un “papel” valioso con otro sin valor. Pero existe eso que se llama inflación, fenómeno que, si lo miramos en profundidad, va más allá del dinero y tiene que ver con valores relativos. Este hace imposible este tipo de trampa a medio plazo.
Siempre que damos tenemos que procurar reducir al mínimo el valor subjetivo (se entiende, para nosotros) de la composición del paquete entregado. Así nuestra pérdida y/o renuncia no es grande y nuestra ganancia potencial es, comparativamente, alta.
Un altruismo calculado puede obtener grandes beneficios, si este cálculo no se desvela. Lo ideal para que así sea es que ni siquiera quien calcula sepa que lo está haciendo. Y así ocurre casi siempre. El cálculo es básicamente inconsciente y ponderador, no consciente y con cantidades exactas. De los favores hechos no se recibirá casi nunca una respuesta proporcional: muchos devolverán mucho menos de lo recibido, otros tantos nada. Pero los habrá que devuelvan por encima de lo que recibieron y por la ley de los grandes números cuantos más reciban nuestros favores u observen como los hacemos mayor será la probabilidad de que seamos recompensados más que proporcionalmente.
Algo que repugna de la economía es que los cálculos se explicitan. Esto la hace parecer menos “humana”. Y en cierto sentido es así, puesto que esa clase de cálculos surgieron como mecanismo en gran medida inconsciente, y explicitarlos los desnaturaliza, aunque pudiera mejorarlos en cuanto a exactitud.
La mayoría de nosotros no ha entregado su vida a una “causa” o por otra persona. Nos gusta jactarnos de que lo haríamos, si se diera la circunstancia, pero nadie desea que esta se de y ver sometida de esta manera a prueba su presunción. Si nos dicen que por 1 euro al mes damos de comer y vestimos a un niño del Congo podemos sentirnos altruista entregando esa pequeña cantidad, que para nosotros nada representa y para el congoleño supone la diferencia entre pasar hambre y estar tirado o comer y a resguardo. Pero ese altruismo es una ficción. No es verdadero altruismo, si nos atenemos a lo dicho al principio. El sacrificio hecho es ridículo. 1 euro al mes no es una pérdida que nos quite el sueño. Tampoco el coste de oportunidad (el precio) es elevado. Renunciaríamos, en todo caso, a una coca cola.
Muchos se siente generosos con actos de entrega de este estilo, y acudiendo a reuniones en las que algún orador habla de salvar a la humanidad de sí misma. Pero luego pueden ser pésimas parejas, pésimos hijos y padres, malos deudores, malos acreedores, despilfarradores, poco serios, malos, malos, malos.
Y luego llega algún payaso demagogo y dice que tenemos que dar un 0,7% del PIB al tercer mundo porque no es nada para la sociedad. Es como 1 eurillo de nuestro bolsillo (o menos), pagado por todos. Pero no nos vayamos a quienes pasan hambre que la sensibilidad se pone a flor de piel y es entendible. Pensemos en todas esa cosas que solo suponen 1 eurillo de nuestro dinero, como que hay que proteger la cultura propia (por ejemplo el cine), o fomentar tal o cual actividad lúdica. Pero eso no es altruismo, tampoco. Eso es ROBAR a quien produce la riqueza para proclamarse generoso sin pagar el precio del altruismo. Estas cosas solamente pueden pasar en sociedades como la actual, en la que las transacciones son tantas, por tantas vías, imbricadas en una red tan compleja y camufladas por el “papel” del dinero que, sencillamente, es difícil distinguir, sin un mínimo conocimiento de cómo funcionan la sociedad y la economía, o sin una psicología muy fina, a los embaucadores de las personas decentes.
Un método que se revela bueno casi siempre para establecer esta distinción es el de la mención de los costes. Quien quiere engañarnos los pasará por alto, los negará, los rebajará, los tergiversará. Incidirán una y otra vez en los beneficios, en el bien que causará tal o cual acción (casi nunca los beneficios serán los prometidos ni lo serán para los supuestos receptores de los mismos, pero este es otro asunto para tratar en otro lugar y ocasión).
¿Y dónde queda el altruismo después de esto, se preguntarán algunos?. ¿Es que acaso vale tanto el comportamiento de un perfecto egoísta egocéntrico que el de alguien que se da a los demás sin pedir nada a cambio?. Pero estas preguntas no tienen sentido si se comprende el problema en profundidad. En nuestra vida tendemos a apreciar a aquellos que nos favorecen y nos tratan bien. Que quien tenga un comportamiento así lo haga por motivaciones más o menos egoístas (visto superficialmente) o enteramente egoístas (si lo analizamos desde una perspectiva biológica), no cambia en absoluto nuestro sentimiento de gratitud, pues este es también natural, nos sale sin demasiados cálculos conscientes previos.
Así pues podemos seguir –y seguiremos- nuestra comedia y nuestra tragedia de intercambios, filias y fobias con naturalidad, y saber estas cosas, o percibir las cosas de esta manera, de forma racional, no cambiará nada. Porque la vida va mucho más deprisa que nuestro intelecto.
6 comentarios:
Como sé que te interesa este asunto y sin leer tu post todavía y comentarño, aprovecho aquí para pasarte el comentario que dejé en un post no-reciente de Evolucionibus. Luego leeré el tuyo y si acaso tengo algo más que valga la pena lo añadiré. Entretanto, ahí va aquel:
A pesar de que es un post "sepultado", pongo aquí mi punto de vista ya que se corresponde con el tema. Aviso que escribo esto sin haber leído todos los comentarios, de modo que lo mismo digo algo que ya fue dicho. Bien, sólo quiero apuntar un par de cosas: (1) el test debería complicarse mucho más para observar hasta qué punto predominan las tendencias grupistas o grupalistas (a mi entender la vía regia "descubierta" -o "emergida"- en el curso de la evolución por la rama que dio origen al hombre para garantizar la supervivencia, como una forma en que ésta forma se establece y reproduce, concretamente, poniendo en conocimiento previo o en simultáneo del "héroe" datos diversos adicionales como: que el hombre-bulto es menos amigo que los otros 5 (digamos que el "héroe" es sociata y el "bulto" del PP, o la inversa, o que sabe que se trata de un científico y que los otros 5 son una familia de gitanos, o que él es antisemita y el grupo de la gestapo, en fin... ya me entendereis, espero, al margen de los ejemplos burdos pero ilustrativos que he expuesto para dramatizar la cuestión.)
La otra cosa (2)que no se puede considerar moralmente la moral, es decir, que esta sea buena o mala. Es incoherente, aunque comprensible, ya que responde al mismo imperativo genético que da lugar a la moral.
Dejo esto apuntado no sólo para vosotros todos sino para mí mismo con vistas a su desarrollo ulterior.
Se admiten y esperan (y solicitan) discusiones provechosas.
Un post claro y meridiano Germánico. Me resulta particularmente esclarecedora la afirmación acerca de la "recompensa interna": Dar, sin motivo y sin esperar nada a cambio... salvo sentirte bien.
Por cierto, sobre el monopoly. Creo que nos acojonaríamos si supiéramos cuanta gente piensa en lo generoso que es el gobierno al dar x-mil euros por recién nacido o cosas así. No digo que piensen que lo dan de su bolsillo (aunque alguno lo exprese así: "ZP va a dar..."), sino que en efecto están convencidos de lo ratas que son algunos gobernantes que no ponen a funcionar en horas extras las máquinas de hacer dinero para repartirlo a los necesitados.
Así a bote pronto, y desde un punto de vista biológico:
¿es el amor un "perfecto" equilibrio de egoismo mutuo?
(Sé comprensivo, soy de letras)
Hola a todos,
Carlos, interesante.
Ijon,
Ahora que el Banco Central está en el norte no se pierde tanto el norte con la máquina de emitir papeles de colores. Pero “con dinero o sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley” es una máxima de los sociatas y otros animales políticos.
Jinete,
El término “amor” abarca muchos significados. Lamentando autocitarme te remito a este post que escribí no hace mucho.
De todas las maneras hablar de equilibrio “perfecto” (aunque la perfección se halle encerrada en las comillas) es demasiado. Yo diría que es un equilibrio inestable.
Pues el mío es perfecto y estable. ¡de momento¡. jeje.
Buena tarde, y buen puente a todos.
Me alegro que así sea, Jinete. Aunque imagino que algún sacrificio, aunque sea pequeño, te supondrá.
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