Raúl iba en el metro observando a los inmigrantes. Se sentía extranjero en su país. Él y una chica morena que estaba al otro lado del vagón eran los únicos que podía reconocer como españoles de origen, si bien se equivocaba, porque la morena era húngara y había un español rubio con aspecto de nórdico . Una mujer cuarentona, negra y gorda le devolvió la mirada desde la fila de asientos que tenía en frente. Siempre había pensado que habían puesto los asientos de esa manera para torturar a los viajeros, poniéndolos unos frente a otros para que sus miradas se cruzasen, o bien los diseñadores no tenían idea de la psicología de las personas porque eran ingenieros que vivían en su mundo geométrico de espacios distribuidos óptimamente. La mirada de un extraño es una forma de agresión. La mujer no le asustaba, más bien le excitaba. Aún así tenía un miedo mitigado, pero miedo a fin de cuentas, a parecer demasiado explícito, a incomodarla. Retiró la mirada. Si la mirada hubiera sido la de un hombre le hubiera intimidado más, y más aún si hubiera sido la de un hombre de otra raza, y más aún si esa otra raza estuviera asociada en su cabeza con la violencia, y más si tuviera aspecto de desaseado. En resumen, que le acojonaría un huevo una mirada de un obrero marroquí. Por otra parte la mirada femenina produce mayor agobio cuanto más deseable es la mujer, desde el punto de vista de la valoración general, pues esta condiciona también la receptividad de la hembra. Uno puede desear un tipo femenino que se aparte de la norma, del canon de belleza, precisamente por ese sesgo hacia lo grotesco, hacia lo irregular. En la cuarentona negra y gorda veía una Venus primitiva, con nalgas y pechos grandes. Hubiera querido tener un encuentro ardiente con ella, pero no sabía de qué forma podría suceder. Si por un casual intercambiaban unas palabras sabía –estaba casi seguro de ello, lo cual equivale a una certeza- que no iban a comunicarse con fluidez y a un mismo nivel. Eso hubiera roto el encanto. Además el tenía una necesidad de comunicación humana que siempre tendía a anteponerse al coito animal, haciéndolo sumamente improbable –lo que equivalía a imposible. Si no entraba en sintonía con alguien –y esto era previsible en este caso- no podía seguir adelante con lo que se le antojaba una repugnante impostura. Eso creía.
Raúl estaba solo, completamente solo, en una ciudad extraña, rodeado de extranjeros, desde que vino de Cáceres a estudiar a la capital. Sabía que no conectarían, que no funcionaría. Pero él era joven, estaba vivo, y cuando la negra se bajó en la estación de Sol la siguió sin pensarlo. Ese día no iría a la Universidad. Su instinto le exigía hacer pellas, aunque se dio cabal cuenta de ello una vez bajado del vagón.
Por entre callejuelas del centro de Madrid, con un sol de justicia cayendo sobre sus cabezas, caminaron la negra y él, acosador siempre dispuesto a la huída, a la ignominiosa retirada, durante al menos 10 minutos. Con cada mirada o amago de mirada hacia atrás de la hembra de primitiva sensualidad, Raúl sentía un escalofrío y una duda, y con dificultad retomaba la persecución. Finalmente la mujer llegó al portal de un edificio viejo y se volvió suavemente. Raúl detuvo su paso a unos 5 o 6 metros e intentó aparentar que su parada se debía a que andaba cavilando algo, echándose la mano a la barbilla y poniendo gesto pensativo. En una mirada fugaz se percató de que ella le había levantado las cejas a modo de saludo antes de desaparecer dentro del portal. Su cuerpo tiró de su dubitativa alma hacia delante y atravesó él también el umbral de la finca, tembloroso y sudoroso. Al fondo de un estrecho y oscuro pasillo estaba la mujer, vuelta hacia él, al lado de una puerta de ascensor abierta, sonriendo pícaramente.
Su olor era intenso, y aumentaba la excitación que ya de por sí tenía Raúl. No era agradable, era agrio, una peste ambigua que le volvía loco. Tocaba sus pechos y sus nalgas, movía las manos sobre ellos, los exploraba, primero con estas y después con la boca y la lengua. Se veía irremediablemente arrastrado a las profundidades superficiales del sexo, no pudiendo atravesar la piel más que penetrando con su falo. A la tensión dispersa le sucedió un concentrado orgasmo, y apresuradamente se vistieron. La negra presionó el botón del tercero, y el ascensor se movió de nuevo, tras haber estado un tiempo indefinido en stop. Nadie había llamado. Ellos habían hecho lo suyo. Al llegar a su piso la mujer bajó del ascensor y se fue hacia la puerta de la que debía ser su casa.
-“No te digo que entres porque está mi hombre dentro y se puede enfadar, mi amor” –le dijo, con acento dominicano. “Ha estado muy bien, guapo”.
-“Pero,....¿nos veremos otra vez,....?...me podrías dar tu teléfono”.
-“Mejor no, guapo” –dijo la mujer abriendo su puerta- “vete antes de que salga mi hombre”.
Comprendió que era eso exactamente lo que tenía que hacer. Aquella mujer y él nunca congeniarían, y el hombre, en efecto, podía salir y darle una manita de ostias. Cerró la puerta del ascensor y apretó el botón del bajo.
¿Por qué diablos había hecho aquello?....él no era así. Había sido emocionante pero vulgar. Se sentía un poco culpable y sucio. Y la mujer le había despedido como si nada, como si no hubiera pasado nada, absolutamente nada, entre ellos. ¡Pero por Dios, si habían follado!. ¿Era eso lo que le valoraba?. ¿Era el objeto de una hembra en celo, él, Raúl López, estudiante de Derecho, español, de buena familia, buena persona, noble, amable, encantador?....Él, Raúl López, no era más que un mono follador...un animal irracional, una bestia ignorante. Había penetrado a la Venus primitiva y se había convertido en un hombre-mono del pleistoceno, en un homo erectus, por eso del pene erecto. ¿Por qué?....¿por qué había hecho aquello?. Y todo por un par de segundos escasos de recompensa.
Corrió hacia la estación de metro. Si se daba prisa quizá llegase a la segunda clase del día. Al final si iría a la Universidad, más vale tarde que nunca. El Profesor Del Valle exponía Derecho Romano.
¿Dónde narices se había dejado la carpeta?.
No sabía entonces, ansioso y atolondrado como estaba, de qué poco le servirían su posición y sus profesores para enfrentarse a la denuncia por violación que muy pronto presentarían contra él.
Raúl estaba solo, completamente solo, en una ciudad extraña, rodeado de extranjeros, desde que vino de Cáceres a estudiar a la capital. Sabía que no conectarían, que no funcionaría. Pero él era joven, estaba vivo, y cuando la negra se bajó en la estación de Sol la siguió sin pensarlo. Ese día no iría a la Universidad. Su instinto le exigía hacer pellas, aunque se dio cabal cuenta de ello una vez bajado del vagón.
Por entre callejuelas del centro de Madrid, con un sol de justicia cayendo sobre sus cabezas, caminaron la negra y él, acosador siempre dispuesto a la huída, a la ignominiosa retirada, durante al menos 10 minutos. Con cada mirada o amago de mirada hacia atrás de la hembra de primitiva sensualidad, Raúl sentía un escalofrío y una duda, y con dificultad retomaba la persecución. Finalmente la mujer llegó al portal de un edificio viejo y se volvió suavemente. Raúl detuvo su paso a unos 5 o 6 metros e intentó aparentar que su parada se debía a que andaba cavilando algo, echándose la mano a la barbilla y poniendo gesto pensativo. En una mirada fugaz se percató de que ella le había levantado las cejas a modo de saludo antes de desaparecer dentro del portal. Su cuerpo tiró de su dubitativa alma hacia delante y atravesó él también el umbral de la finca, tembloroso y sudoroso. Al fondo de un estrecho y oscuro pasillo estaba la mujer, vuelta hacia él, al lado de una puerta de ascensor abierta, sonriendo pícaramente.
Su olor era intenso, y aumentaba la excitación que ya de por sí tenía Raúl. No era agradable, era agrio, una peste ambigua que le volvía loco. Tocaba sus pechos y sus nalgas, movía las manos sobre ellos, los exploraba, primero con estas y después con la boca y la lengua. Se veía irremediablemente arrastrado a las profundidades superficiales del sexo, no pudiendo atravesar la piel más que penetrando con su falo. A la tensión dispersa le sucedió un concentrado orgasmo, y apresuradamente se vistieron. La negra presionó el botón del tercero, y el ascensor se movió de nuevo, tras haber estado un tiempo indefinido en stop. Nadie había llamado. Ellos habían hecho lo suyo. Al llegar a su piso la mujer bajó del ascensor y se fue hacia la puerta de la que debía ser su casa.
-“No te digo que entres porque está mi hombre dentro y se puede enfadar, mi amor” –le dijo, con acento dominicano. “Ha estado muy bien, guapo”.
-“Pero,....¿nos veremos otra vez,....?...me podrías dar tu teléfono”.
-“Mejor no, guapo” –dijo la mujer abriendo su puerta- “vete antes de que salga mi hombre”.
Comprendió que era eso exactamente lo que tenía que hacer. Aquella mujer y él nunca congeniarían, y el hombre, en efecto, podía salir y darle una manita de ostias. Cerró la puerta del ascensor y apretó el botón del bajo.
¿Por qué diablos había hecho aquello?....él no era así. Había sido emocionante pero vulgar. Se sentía un poco culpable y sucio. Y la mujer le había despedido como si nada, como si no hubiera pasado nada, absolutamente nada, entre ellos. ¡Pero por Dios, si habían follado!. ¿Era eso lo que le valoraba?. ¿Era el objeto de una hembra en celo, él, Raúl López, estudiante de Derecho, español, de buena familia, buena persona, noble, amable, encantador?....Él, Raúl López, no era más que un mono follador...un animal irracional, una bestia ignorante. Había penetrado a la Venus primitiva y se había convertido en un hombre-mono del pleistoceno, en un homo erectus, por eso del pene erecto. ¿Por qué?....¿por qué había hecho aquello?. Y todo por un par de segundos escasos de recompensa.
Corrió hacia la estación de metro. Si se daba prisa quizá llegase a la segunda clase del día. Al final si iría a la Universidad, más vale tarde que nunca. El Profesor Del Valle exponía Derecho Romano.
¿Dónde narices se había dejado la carpeta?.
No sabía entonces, ansioso y atolondrado como estaba, de qué poco le servirían su posición y sus profesores para enfrentarse a la denuncia por violación que muy pronto presentarían contra él.
36 comentarios:
Excelente.
Una erección no tiene conciencia y un polvo, siempre es un polvo.
Saludos.
El pobre Raúl no sabía el alto precio que iba a pagar por su polvito.
Vaya Germánico, que vuelco me ha dado el último párrafo.
Tú sí que has mezclado el rojo pasión con el negro.
Muy bueno y espeluznante.
Mavi,
Procuro que mis personajes no tengan sosiego y que sus placeres y alegrías sean efímeros.
Germánico:
No me copie la filosofía de mis personajes.....
Bueno, seguro que el cárcel también tendrá acceso a polvos interraciales....
Je je je Carlos....polvos interraciales pero con hombres de ojos intimidantes y cuerpos robustos y peludos.
No es mi intención plagiar a nadie, pero si he de hacerlo plagiaré a un buen literato....
Joder, me leo y mis palabras me parecen muy ambiguas. Por supuesto el gran literato eres tú....
Un buen literato ? entonces, me temo que estará refiriendo a su señor hermano.
Pues nada, siguiendo tus indicaciones voy a ver si plagio en algún relato la filosofía de sus personajes.
PD: Permite que sea tu público quien te juzgue, como le pasó al pintor de tu último post.
Emitiré mi juicio entonces:
Bravo Germánico!!!, siga con sus personajes atormentados (como los del Sr. Leví), que los rosas ya los pondremos los demás jajaja.
Me salen así. Ellos no tienen la culpa pero hago caer sobre ellos todo el peso del azar.
Bueno señores, un poco de seriedad. El plagio es cosa de sinvergüenzas como Lucía Etxebarría y los sociatas canarios. Ustedes son gente seria.
Por otra parte, si bien puede haber una concomitancia en el carácter o las circunstancias que rodean a sus personajes, el estilo literario es bien diferente.
Por ejemplo, en el primer párrafo hay una descripción de los pensamientos del protagonista, quizá demasiado extensa comparada con la agilidad del relato posterior (es una opinión).
Y, en efecto, la última frase tiene mucha mala leshe, jeje.
Pd. ¿Te llegó al final el correo sobre Houellebeq?
Pues no me llegó el correo, Ijon, no. Pero es bueno saberlo porque creía que no te había llegado a ti.
Pues no lo entiendo. Lo he reenviado quitando un enlace a ver si era cosa de algún filtro.
Ya lo recibí...
Por cierto, ahora que caigo,... sexo, razas, delitos,.... tu relato debe ser del estilo de Houellebeq!
Pues entonces no es a Carlos a quien plagio, sino a un autor del que no he leído una línea jamás....
Me encanta.
Germánico:
Es un afamado autor francés que tuvo que ir a juicio por decir "el islam es una religión de gilipollas".
Es un poco pesimista German, espero que estés de ánimo jajaja.
Entonces le pasó como a Sócrates, que le juzgaron por decir verdades incómodas (las de verdad, no las de Gore).
Estoy animado Mavi.
Oye, no nos cambies tanto de foto que al final no te vamos a reconocer...
Me cambié de foto por Ijon que decía que prefería el b/n, pero sabes que, que las voy a quitar y au.
Hasta mañana German que me voy a casa.
Besos.
Pues yo insisto en que queda mejor en blanco y negro.... aunque no sea en biquini, jeje.
Gérman, estás a plena Primavera!. Cuando leo cosas así, o como el de ayer, me pregunto si el autor comienza la idea por el comienzo o por el final.
(por no decir por adelante o por atrás para que no digan que estoy enfermo).
En serio, podrías despejarme esa duda?
Un abrazo, escritor.
Este está muy bien. El final, efectivamente, tiene su guasa cabrona. Yo creo que la diferencia de ritmos, que apunta Ijon, le va bien al relato. En la primera parte se describen un proceso racional, más meditado y en la segunda se reflejan la inmediatez y la culpa, más instintivo. Dos ritmos.
Bravo, Hermánico.
Muy buena la historia.
Te felicito y espero la respuesta a la pregunta de Pablo.
Saludos.
Pues Juan Pablo y Mónica, según que escrito me van viniendo las ideas o las tengo de partida. En este caso es una mezcla. El esquema general lo tenía al principio, pero las comeduras de tarro concretas del tío en el metro me vinieron según me lo imaginaba, y el final tétrico pues...¡se me ocurrió al final!. Comprendí que mi chaval no se podía ir de rositas. Si perdía la carpeta esto tenía que traer malas consecuencias....
Además me pareció coherente con el planteamiento general, con la historia. Se trata del conflicto entre dos modos de ver la vida, y este acaba en los tribunales y, paradójicamente, perjudicando al que, pese a sus defectos y ligeros prejuicios, es el más noble.
Lebeche,
No tenía la idea de poner dos ritmos, pero sí quería que al principio se pusiera de manifiesto la personalidad del chaval, sus comeduras de tarro, su racionalismo, y que esto contrastase vivamente con la carrera de después en pos de un encuentro sexual, y toda la irracionalidad de la misma. El barniz de razón del chico desaparece y sale a la luz el animal.
También podía haberlo titulado: "encuentro irracional"
Muchas gracias por la aclaración.
"Encuentro irracional", tambien es muy buen título.
Gracias por la aclaración.
Me encanta entender los Procesos creativos.
Salud.
Esa culpabilidad se parece a la de Rodion Romanovitch Raskolnikov... pero mucho más depurada y aclarada, lo cual es genial.
Coooorreee, estamos esperando el resto. ¿Es relato o novela?
Muy bueno Germánico. El final no me lo espera para nada. Me ha sorprendido.
El personaje al principio se muestra racional y poco a poco vas describiendo muy bien como se vuelve pasional.
Que no se sienta culpable Raul, de vez en cuando una locura no viene mal. Aunque esta le va a salir cara.
Berti,
¡Raskolnikov!....uf, ya me gustaría lograr un Raskolnikov. Sea como fuere este Raskolnikov de nuestro tiempo no seguirá sus venturas y desventuras por lo que a mi respecta. Le he matado unamunianamente, como autor que olvida a su personaje.
Mamba,
Has captado el contraste. Esa era una parte del mensaje del relato. Del "Doctor Jenkyl" ordenado, metódico, racional...sale el "Mister Hyde", nuestro lado oculto, salvaje, irracional, animal.
En realidad ambos lados forman una unidad indisoluble, pero en ocasiones se muestra su contraste, como si fueran extraños, distintos, contrapuestos incluso, como la cara "bifaz" de Jano o el Yin Yang.
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