Stephen Hawkins ubicó su universo en una cáscara de nuez. Y digo bien al decir SU universo, puesto que el universo que él percibe es único, como únicos son todos nuestros universos, únicas todas las conciencias y sus vivencias. La cáscara de nuez es como un cráneo que encierra un pequeño cerebro, la nuez. Cada nuez como un pequeño y a un tiempo inmenso universo es una buena metáfora de nuestra mente. Nuestro universo reside en nuestro cráneo, incluido el cráneo. Oberman, citado por Unamuno, decía: “Para el universo no soy nada, para mi todo”. Pero sin él su universo no era nada, de hecho no existía sin él. En medio de un infinito vacío sin centro, en ninguna parte, una singularidad explota y crea el cosmos. Big Bang. Igualmente, en medio de otro vacío irrelevante nuestra conciencia crea la realidad y el significado, que acaban con nuestra muerte, con el fin de las percepciones ilusorias y el movimiento de perpetua búsqueda.
La cáscara de nuez, rugosa, con circunvoluciones y surcos, como el cerebro, tiene una irregular esfericidad, similar a la que los físicos imaginan tiene el espacio-tiempo. Dentro de ella está el sentido, si es que puede hablarse de ello, está el universo personal de cada cual, que es irreductible a la condición de uno más porque lo es todo.
Ayer salía del trabajo y me preguntaba por el sentido de mi vida, pero solamente podía responderme que, o bien lo desconocía y era definitivamente incognoscible, o bien se lo daba yo, con lo que no tenía “sentido” preguntarse al respecto o era un sentido sin sentido más allá de la pura perpetuación y la búsqueda de placeres y calmas.
Esto último me inquietaba: siendo no más (y nada menos) que un producto de un proceso evolutivo sin dirección, sin director, un sonido en medio de una sinfonía caótica que misteriosamente sonaba a melodía en la caja de resonancia de mi cráneo, ¿qué sentido podía yo dar a mi existencia más allá de mis apetitos? ¿en qué se diferencian mis apetencias de ellos?. ¿Son mis apetencias, en fin, un juego en el que se combinan, a través de mi acción, mis distintos apetitos, que busco satisfacer, con los elementos de la realidad que percibo, a los que trato de adaptarme?.
El juego de los cachorros mamíferos es una preparación para la vida adulta. Más en nosotros. La neotenia ha prolongado nuestra infancia juguetona. Somos por tanto los más juguetones. Incluso de adultos jugamos. El juego es una simulación de la vida, porque la vida es un juego romano en el que la sangre corre y hay que estar preparado para ella, simulando, aunque de forma distinta, también en ella. El ser humano está, podría decirse, en permanente formación y, para ello, requiere renovadas entradas de información.
La neotenia y el desarrollo cognitivo van de la mano del desarrollo social. Este obliga a tomar en consideración numerosas variables. Con el nacimiento de la comunicación a través del lenguaje la cosa se complicó aún más, y nuestro cerebro también. Nuestro entorno fue siendo cada vez menos natural y cada vez más artificial, menos virgen y más mancillado por nuestra mano y sus herramientas. Lo más natural que nos rodea probablemente sean nuestros semejantes. Cuando Megadeth canta “All are gone, all but one” se refieren a la cuenta atrás de la extinción, pero no hace falta llegar tan lejos. Nos hemos quedado solos los unos con los otros, aunque otros seres vivan a nuestro alrededor sus vidas desprovistas de significado, siendo nuestra soledad, que es sociedad, a un tiempo reconfortante e inquietante. El juego se desarrolla entre mentes, entre cerebros enfrentados que anticipan intenciones y crean teorías de la mente ajena, que elaboran rituales retorcidos para manifestar sus instintos, que, en fin, son cerebros imbricados en una gran red de interés biológico, una adaptación hecha de individuos y sus mutuas interacciones al medio natural, dentro de la cual cada uno es su propia adaptación a la red, un potencial free rider atado por convenciones, costumbres y compromisos, por necesidad, en suma (disfrazada de cultura), como la célula está atada al organismo del que forma parte (en el tejido).
El juego que mejor representa nuestra situación es el ajedrez. Nuestro mundo, que es nuestro universo, cabe en un tablero.
La cáscara de nuez, rugosa, con circunvoluciones y surcos, como el cerebro, tiene una irregular esfericidad, similar a la que los físicos imaginan tiene el espacio-tiempo. Dentro de ella está el sentido, si es que puede hablarse de ello, está el universo personal de cada cual, que es irreductible a la condición de uno más porque lo es todo.
Ayer salía del trabajo y me preguntaba por el sentido de mi vida, pero solamente podía responderme que, o bien lo desconocía y era definitivamente incognoscible, o bien se lo daba yo, con lo que no tenía “sentido” preguntarse al respecto o era un sentido sin sentido más allá de la pura perpetuación y la búsqueda de placeres y calmas.
Esto último me inquietaba: siendo no más (y nada menos) que un producto de un proceso evolutivo sin dirección, sin director, un sonido en medio de una sinfonía caótica que misteriosamente sonaba a melodía en la caja de resonancia de mi cráneo, ¿qué sentido podía yo dar a mi existencia más allá de mis apetitos? ¿en qué se diferencian mis apetencias de ellos?. ¿Son mis apetencias, en fin, un juego en el que se combinan, a través de mi acción, mis distintos apetitos, que busco satisfacer, con los elementos de la realidad que percibo, a los que trato de adaptarme?.
El juego de los cachorros mamíferos es una preparación para la vida adulta. Más en nosotros. La neotenia ha prolongado nuestra infancia juguetona. Somos por tanto los más juguetones. Incluso de adultos jugamos. El juego es una simulación de la vida, porque la vida es un juego romano en el que la sangre corre y hay que estar preparado para ella, simulando, aunque de forma distinta, también en ella. El ser humano está, podría decirse, en permanente formación y, para ello, requiere renovadas entradas de información.
La neotenia y el desarrollo cognitivo van de la mano del desarrollo social. Este obliga a tomar en consideración numerosas variables. Con el nacimiento de la comunicación a través del lenguaje la cosa se complicó aún más, y nuestro cerebro también. Nuestro entorno fue siendo cada vez menos natural y cada vez más artificial, menos virgen y más mancillado por nuestra mano y sus herramientas. Lo más natural que nos rodea probablemente sean nuestros semejantes. Cuando Megadeth canta “All are gone, all but one” se refieren a la cuenta atrás de la extinción, pero no hace falta llegar tan lejos. Nos hemos quedado solos los unos con los otros, aunque otros seres vivan a nuestro alrededor sus vidas desprovistas de significado, siendo nuestra soledad, que es sociedad, a un tiempo reconfortante e inquietante. El juego se desarrolla entre mentes, entre cerebros enfrentados que anticipan intenciones y crean teorías de la mente ajena, que elaboran rituales retorcidos para manifestar sus instintos, que, en fin, son cerebros imbricados en una gran red de interés biológico, una adaptación hecha de individuos y sus mutuas interacciones al medio natural, dentro de la cual cada uno es su propia adaptación a la red, un potencial free rider atado por convenciones, costumbres y compromisos, por necesidad, en suma (disfrazada de cultura), como la célula está atada al organismo del que forma parte (en el tejido).
El juego que mejor representa nuestra situación es el ajedrez. Nuestro mundo, que es nuestro universo, cabe en un tablero.
No subestimemos lo que un tablero de ajedrez es capaz de contener. La India fue el país dónde se inventó este juego, esta matemática, este arte, como los números que usamos hoy en día (aunque ambos nos llegasen por los mitificados musulmanes medievales). Sobre su creación hay una historia muy ilustrativa, que copio de la siguiente entrada del blog de un aficionado al ajedrez:
Una antigua leyenda cuenta que el rey Sirham, soberano de la India, era inmensamente rico y a la vez envidiado por su poder, sin embargo, su riqueza era tan inmensa como su aburrimiento y, debido a ello, tiranizaba a su pueblo.
Un buen día un sabio brahmán, Lahur Sissa, con el fin de enseñarle a tratar debidamente a sus súbditos, buscó la forma de crear un juego donde el rey, a pesar de ser la pieza principal, nada pudiera hacer sin la ayuda de las demás. Lo llamó chaturanga y es el antepasado del ajedrez.
Sorprendido por la ingeniosidad del chaturanga, Sirham dio su palabra a Sissa de no martirizar más al pueblo y se comprometió a ofrecerle lo que pidiese. Sissa, queriendo darle una nueva lección, pidió que le recompensase con la cantidad de trigo que resultara de poner un grano en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera, ocho en la cuarta y así sucesivamente siempre doblando la cantidad.
El soberano, estimando que el tablero tenía sesenta y cuatro casillas y que la recompensa no excedería un saco de trigo, le concedió la petición, tan modesta a primera vista. Sin embargo, después de haber hecho los cálculos, resultó que todo el trigo de la India no era suficiente para recompensar a Sissa, pues se necesitaban nada menos que 18.446.744.073.709.551.615 (dieciocho trillones, cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y tres mil setecientos nueve millones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos de trigo, resultado de la suma de la progresión geométrica: 2 elevado a 64, menos 1). Si se considera que 21.000 granos pesan un kilo, lo que se debería haber entregado al inventor eran 878.416.384.462 toneladas, cantidad muy superior a la que se podría sembrar considerando toda la superficie de la Tierra. Sissa más tarde fue nombrado primer ministro y dice la leyenda que orientando a su rey con sabios y prudentes consejos y distrayéndolo con ingeniosas partidas de ajedrez, prestó los mas grandes servicios a su pueblo.
De esta leyenda extraigo al menos dos mensajes. El primero que el rey, el ego, el yo pensante, depende por completo de las demás piezas que podría decirse son sus instintos, cada cual con su particular manera de actuar en el mundo. La segunda que el tablero contiene una complejidad tal, ejemplificada con una simple progresión por el mítico creador del ajedrez, que considerando todos los posibles movimientos de todas las piezas y todas las posibles posiciones resultantes en una partida, tenemos todo un cosmos, toda una evolución, toda una historia, e infinitas contingencias derivadas de leyes inmutables.
Descartes hablaba de la res cogitans y de la res extensa, de la mente y la materia como dos universos paralelos, que solamente interaccionaban a través de la glándula pineal. Yo diría que la res cogitans es nuestro universo mental, nuestra realidad percibida o imaginada, las vibraciones en los mapas variables pero de esquemas fijos de nuestra psique siempre despierta. La Res extensa es todo aquello que no vemos, que no sentimos, que no percibimos en modo alguno, que no existe para nosotros, que esté o pueda estar, como dirían en Expediente X, “ahí fuera”.
Nos gusta hablar de todo lo que nos acaece como nuestro mundo (Wittgenstein dixit, el “nos” es mío y sustituye al impersonal “lo”). Res cogitans. El cosmos sería, en verdad, todo lo que nos acaece y lo que no nos acaece, siendo el mundo pues el subconjunto del mismo que verdaderamente nos importa. El verdadero universo, exista o no, sería el todo del que formarían parte los subconjuntos sin intersección de lo conocido y lo desconocido. Y dentro de la categoría de suceso personal estarían también todos los potenciales sucesos, todos los movimientos de piezas, sobre el tablero de ajedrez de nuestra ajetreada existencia, esos que, en su mayor parte ya, hacemos dentro de la sociedad humana.
6 comentarios:
Un texto magnífico, como no podía ser de otra manera en un individuo que rinde culto a la inteligencia y el pensamiento sostenido. Pensar es una virtud o una maldición, según se mire y nos puede otorgar libertad en grandes dosis o tiranizar de las peor de las maneras.
Conocía la leyenda que relatas, pero volví a leerla porque me resulta muy grata y además me interesa todo lo referente al ajedrez. En la literatura, han sido varios los autores que han escrito novelas en las que el arte o noble juego (llámalo como quieras) ocupa un lugar significativo en la trama. Así, a bote pronto, dos títulos acuden a la llamada de mi mente: "Novela de ajedrez", de Stefan Zweig, y "La variante Lüneburg", del italiano Paolo Maurensig. Ambas, muy recomendables y, ahora mismo, me estoy acordando de un gracioso cuento sobre una partida de ajedrez, escrito por Woody Allen y recogido en su libro "Cómo acabar de una vez por todas con la cultura".
Sobre el sentido de la vida....Víktor Frankl decía que era el motor que movía a los hombres. Cuando recibía a un paciente en su consulta con necesidad de ayuda terapeútica, le descolocaba preguntándole: "y usted, ¿por qué no se suicida?".
Hoy, esta mañana, en un vano intento de zancadillear al azar, me involucré en un acto excéntrico. No porque supiera que los frutos iban a ser los deseados (soy consciente de que los milagros no ocurren desde los tiempos bíblicos) sino justamente por eso, como acto de rebelión contra el azar, que no sólo no me otorga ninguna gentileza sino que se muestra implacablemente indiferente.
Sin ánimo de abusar de ti, y sin poder publicarlo, quisiera proponerte entres en mi e-mail personal (badkar05@hotmail.com) yte informo al respecto.
Un saludo grande
Gracias Carlos,
Yo efectivamente rindo culto a la inteligencia y al pensamiento sostenido, lo cual no significa que......los posea. De hecho se rinde culto a aquello a lo que atribuimos todas las virtudes y poderes de los que carecemos, léase Dios o cualquier otra cosa. A Séneca le acusaban de teorizar sobre el estoicismo y la pobreza y tener una praxis más bien epicúrea, en el mal sentido del término, adormilado en sus riquezas. Siempre respondía que quizá el no llegara a ser como sus ídolos estoicos, pero sí era capaz de apreciar su virtud y de intentar cada día emularla, viviendo con poca ostentación, frugalidad y prudencia.
Claro que con tanto mito al final puede pasarle a uno lo que al doctor del Pabellón nº 6 de Chejov, admirador como Séneca de los viejos estoicos, y del barril del cínico Diógenes en sus abstracciones teóricas, que, si no recuerdo mal, pues hace mucho que la leí, acaba llevado de la mano de la locura simpática y bastante cuerda de uno de sus pacientes a la reclusión forzosa y a la desesperación....a la locura.
Pensar demasiado es, en efecto, una virtud y una maldición, simultáneamente. Pasada cierta frontera uno puede acabar loco. Nietzsche, que acabó pirado –aunque parece ser que como consecuencia de una sífilis- hablaba de una cuerda tendida sobre el abismo. Una vez comienzas a andar por ella no puedes dar marcha atrás, tienes que seguir adelante, con el riesgo siempre presente de caer al vacío. Los exploradores de nuevas tierras pueden encontrar grandes tesoros y terribles bestias o caníbales que los devoren. La mente inquiridora puede acabar trastornada, pero lo que no puede es cumplir con el breve aforismo de Pascal: “hay que entontecerse”, que era el anhelo de Tolstoi cuando mitificaba (también rendía su culto) a los mujics.
Fíjate en el propio Woody Allen, al que podría calificarse de genio, se autoretrata de neurótico en todas sus películas.
¿Por qué no nos suicidamos?.....¿y por qué lo hacemos?....ese tema me parece infinitamente más interesante, la psicología del suicidio. Después de todo lo normal es no suicidarse. Claro que, volviendo a Nietzsche, quizá la norma sea más interesante que la excepción, y me esté equivocando en mi foco de interés. Sobre el asunto de lo que es normal y damos por descontado diré algo en mi próximo post, que ya te anticipo que es pura y dura neurociencia.
Veo que ayer hiciste un movimiento de caballo, desafiando las leyes de la ...¿física?. ¿Zancadillear al azar?.....haces bien en hablar de vano intento. Es como la lucha de David contra Goliat. ¿Cogiste la onda?. Luego me lo dices por email. Te mandaré uno desde mi dirección socratico@terra.es.
Gracias, esta mañana te envié un mail.
Me gustó mucho el comentario que vertiste en mi blog.
Tengo ganas de leer algo de Cesare Lombroso, el padre de la Antropología Criminal. ¿Conoces de algo suyo publicado por estas latitudes?
Hermánico: Tocas tantos temas y tan complejos que se hace difícil condensar en una breve respuesta algo que tenga mínimamente un sentido pero, sobre todo, una altura, dignos.
Me gusta mucho como defines lo complejo de nuestro universo particular, que no es más que un elemento más dentro de la sinergia en la que estamos impregnados.
Me gusta mucho el ajedrez que es, como dices, complejidad disfrazada de simpleza. Sabiduria y meditación. Es quizás, como resume la brillante historia que incluyes, un universo en donde se impone la coherencia por encima del caos. Auque no por ello deja de existir la crueldad.
Abrazo
Carlos, no conozco a Lombroso. En realidad conozco muy poca literatura, casi toda de finales del XIX y principios del XX. Aunque puedo ayudarte recomendándote que busques libros raros en esta página:
http://www.iberlibro.com/
Yo he buscado a tu autor y me ha salido esto:
http://www.iberlibro.com/servlet/SearchResults?sts=t&an=cesare+lombroso&y=14&x=49&sortby=3
Espero que consigas cosas interesantes por esta vía.
Lebeche,
Nunca podremos abarcar la complejidad encerrada en el tablero, pero podemos ir aprendiendo poco a poco cómo se mueven las piezas y cuales son las mejores estrategias de juego para no acabar con nuestro ego (rey) acorralado y todas nuestras fuerzas derrotadas. La crueldad creada por nuestros juegos sociales solo es un débil reflejo de la necesidad en la naturaleza, que lleva a los seres a construir sus vidas sobre la ruina de otros seres (aquí, por cierto, cito sutilmente a Gibrán, que dijo muy acertadamente, que los hijos crecen sobre las ruinas de sus padres).
te paso un meme para que escribas tus ideas ....yo ya lo hice me ha infectado eduardo ...un kiss:)
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