Se dice de los sentimientos que son el producto de la combinación de las distintas emociones. Serían entonces las emociones los “cuantos” o unidades irreductibles del sentir, las fichas del juego de construcción con las que elevaríamos nuestros castillos sentimentales.
Tradicionalmente se considera a la envidia como un sentimiento. Y así lo parece si consideramos las cosas tal cual las hemos planteado: el sentimiento como suma de emociones. ¿Podría acaso la envidia ser algo frío y desapasionado?: no cabe esa posibilidad. Nada es menos desapasionado que la envidia. Las emociones que la componen son muy intensas, y esto es así porque en nuestra mente se valoran asuntos que afectan -si bien sutil e indirectamente en la mayoría de los casos- a la supervivencia.
Se trata de una pasión que se mira en las pasiones. Y es un sentimiento social, que no podría existir mas que entre nosotros. Se mira en las pasiones porque surge de la ausencia de satisfacción de esas otras pasiones, que se ven o se creen satisfechas en otros. Y es un sentimiento social porque esos otros, que suponemos sienten como nosotros, y comparten nuestras pasiones, son nuestra sociedad.
Se abusa de la envidia atribuyéndola con facilidad a los demás. Esto lo hacemos más por lo que queremos parecer que por lo que podemos imaginar que piensan/sienten los demás. “¿Qué envidiaría un ser tan despreciable como yo?”: se pregunta el necio que después se presume envidiado. Los grandes envidiosos suelen creerse grandes envidiados, según perciban cambios favorables en su fortuna. Cree el ladrón que todos son de su condición.
La envidia es un juego de imaginación. Marco Aurelio se exigía a sí mismo, en sus Meditaciones, abandonar todo ejercicio estéril de pensamiento sobre sentimientos ajenos, pensando, entre otras cosas, en la envidia. Dada su posición preeminente, y su espíritu de cándida bondad, tenía más motivos para preocuparse por la ajena. Sin embargo la envidia no es estéril, es fructífera. Ha sido, es y será el motor de muchas personas para mejorar su situación. Es lamentable pero el mal está impreso en nuestra naturaleza. Marco Aurelio es uno de los raros casos en que el sabio gobierna. Los envidiosos raramente dejan paso al hombre excelente. Le ponen la zancadilla y le hacen caer...en algunos vicios más propios de la chusma.
El envidioso es cruelmente imaginativo. Su crueldad es para consigo mismo, desde luego, pero el daño recibido por la propia mano (la mano invisible del alma) puede moverle a dañar al objeto de su envidia (con la mano visible del arma). Proyecta en el otro su mal para hacerle mal.
Envidiar consiste en imaginar que el otro es felicísimo abandonándose a la pulsión cuya satisfacción no está vedada (o así nos parece). La pizca de efímera plenitud que experimenta al principio mismo de su placer nos parece, en nuestra imaginación, que abarca todo momento y lugar, llenando su alma de perpetuo y omnipresente gozo. Pero es un recurrente espejismo espiritual. Lo que para nosotros nos figuramos que sería un inmenso gozo seguramente sea para el objeto de nuestra envidia rutina, tedio, o, en el mejor de los casos, moderada satisfacción para los placeres duraderos (ejemplo: ser rico), y tensión y descarga fugaces para los que se reproducen (ejemplo el sexo). Y aún así sigue siendo simplista el planteamiento. La cosa es mucho más alambicada. Porque proyectamos emociones elementales en seres que, como nosotros, son complejos y ricos en matices. Hacemos groseras abstracciones, totalizadoras, que abarcan todo un espíritu, en lugar de mirar a nosotros mismos y conocernos mejor, observándonos introspectivamente en el acto de satisfacer una necesidad o un antojo.
La saturación es casi inmediata en cualquier placer que se precie –que se aprecie.
También los placeres podrían parecer compuestos o simples, según se deriven de satisfacción de emociones puras o combinaciones sentimentales de las mismas. Pero las emociones no son verbalizables, no son definibles. Son qualia primarios imposibles de transmitir o traducir. Los sentimientos pueden, mal que bien, ser explicados, ser expresados. Lo inefable de la mayor parte de los placeres revela que al final, lo que se satisface, siempre, son las emociones, a las que sirve todo lo demás, auténtico castillo de naipes que cae sin ruido al colmarse el deseo.
El sentimiento es más grato o ingrato según la proporción de emociones negativas y positivas que lo integren. La envidia, aunque parezca increíble, también produce pequeñas satisfacciones, en medio de su fundamental insatisfacción.
Tradicionalmente se considera a la envidia como un sentimiento. Y así lo parece si consideramos las cosas tal cual las hemos planteado: el sentimiento como suma de emociones. ¿Podría acaso la envidia ser algo frío y desapasionado?: no cabe esa posibilidad. Nada es menos desapasionado que la envidia. Las emociones que la componen son muy intensas, y esto es así porque en nuestra mente se valoran asuntos que afectan -si bien sutil e indirectamente en la mayoría de los casos- a la supervivencia.
Se trata de una pasión que se mira en las pasiones. Y es un sentimiento social, que no podría existir mas que entre nosotros. Se mira en las pasiones porque surge de la ausencia de satisfacción de esas otras pasiones, que se ven o se creen satisfechas en otros. Y es un sentimiento social porque esos otros, que suponemos sienten como nosotros, y comparten nuestras pasiones, son nuestra sociedad.
Se abusa de la envidia atribuyéndola con facilidad a los demás. Esto lo hacemos más por lo que queremos parecer que por lo que podemos imaginar que piensan/sienten los demás. “¿Qué envidiaría un ser tan despreciable como yo?”: se pregunta el necio que después se presume envidiado. Los grandes envidiosos suelen creerse grandes envidiados, según perciban cambios favorables en su fortuna. Cree el ladrón que todos son de su condición.
La envidia es un juego de imaginación. Marco Aurelio se exigía a sí mismo, en sus Meditaciones, abandonar todo ejercicio estéril de pensamiento sobre sentimientos ajenos, pensando, entre otras cosas, en la envidia. Dada su posición preeminente, y su espíritu de cándida bondad, tenía más motivos para preocuparse por la ajena. Sin embargo la envidia no es estéril, es fructífera. Ha sido, es y será el motor de muchas personas para mejorar su situación. Es lamentable pero el mal está impreso en nuestra naturaleza. Marco Aurelio es uno de los raros casos en que el sabio gobierna. Los envidiosos raramente dejan paso al hombre excelente. Le ponen la zancadilla y le hacen caer...en algunos vicios más propios de la chusma.
El envidioso es cruelmente imaginativo. Su crueldad es para consigo mismo, desde luego, pero el daño recibido por la propia mano (la mano invisible del alma) puede moverle a dañar al objeto de su envidia (con la mano visible del arma). Proyecta en el otro su mal para hacerle mal.
Envidiar consiste en imaginar que el otro es felicísimo abandonándose a la pulsión cuya satisfacción no está vedada (o así nos parece). La pizca de efímera plenitud que experimenta al principio mismo de su placer nos parece, en nuestra imaginación, que abarca todo momento y lugar, llenando su alma de perpetuo y omnipresente gozo. Pero es un recurrente espejismo espiritual. Lo que para nosotros nos figuramos que sería un inmenso gozo seguramente sea para el objeto de nuestra envidia rutina, tedio, o, en el mejor de los casos, moderada satisfacción para los placeres duraderos (ejemplo: ser rico), y tensión y descarga fugaces para los que se reproducen (ejemplo el sexo). Y aún así sigue siendo simplista el planteamiento. La cosa es mucho más alambicada. Porque proyectamos emociones elementales en seres que, como nosotros, son complejos y ricos en matices. Hacemos groseras abstracciones, totalizadoras, que abarcan todo un espíritu, en lugar de mirar a nosotros mismos y conocernos mejor, observándonos introspectivamente en el acto de satisfacer una necesidad o un antojo.
La saturación es casi inmediata en cualquier placer que se precie –que se aprecie.
También los placeres podrían parecer compuestos o simples, según se deriven de satisfacción de emociones puras o combinaciones sentimentales de las mismas. Pero las emociones no son verbalizables, no son definibles. Son qualia primarios imposibles de transmitir o traducir. Los sentimientos pueden, mal que bien, ser explicados, ser expresados. Lo inefable de la mayor parte de los placeres revela que al final, lo que se satisface, siempre, son las emociones, a las que sirve todo lo demás, auténtico castillo de naipes que cae sin ruido al colmarse el deseo.
El sentimiento es más grato o ingrato según la proporción de emociones negativas y positivas que lo integren. La envidia, aunque parezca increíble, también produce pequeñas satisfacciones, en medio de su fundamental insatisfacción.
2 comentarios:
Cierto grado de competitividad envidiosa es necesario , lo malo es cuando supera , es incontrolada y produce mal estar
Yo veo la envidia más que como una necesidad como un producto de la necesidad (no necesario en sentido estricto), sobra decir que malo.
Pero es cierto que cierto grado de competitividad envidiosa es un acicate muy bueno para la acción.
Si no hubiese envidia en el mundo quizá todos seríamos un poco más santos... y un poco más pobres.
Claro que la envidia, cuando ha tomado las riendas de la política, ha producido los mayores desastres socioeconómicos jamás vistos.
Tenía razón Mises al sugerir que era el motor del sentir de muchos socialistas (en otros el componente puramente utópico e idealista, el ingenuo, el cándido, es mayor).
Pero también lo es, en determinada medida, del capitalismo, solo que de forma distinta y con resultados radicalmente distintos. Quizá en el socialismo la envidia muestra su lado más agresivo de desnuda lucha por el poder, y servilismo a los amos, mientras que en el capitalismo toma la forma de emulación y competencia supervisada por la indiferencia del consumidor hacia todo lo que no sea su producto. Sea como fuere la envidia es una parte indisoluble de nuestra naturaleza que estará entre nosotros incluso en el caso de que nadáramos en la abundancia.
Si no envidiamos que el otro come más o mejor envidiaremos sus conquistas sexuales, sus viajes, sus conocimientos, su habilidad retórica, su empatía, su salud, sus amistades, su ....etc etc. Uno solo logra superar ese sentimiento creciendo de continuo sin encontrar ningún (permítaseme esta figura feminista) techo de cristal.
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