Son muchos los que sostienen que la economía mundial debería ralentizar su ritmo de crecimiento. Para ello, dicen, nosotros, los individuos, en una decisión colectiva tomada uno a uno (difícil tesitura), debiéramos restringir el consumo de lo no necesario, de lo superfluo (sea esto lo que sea, difícil decisión susceptible de generar terribles controversias, con guerras incluidas). Y debiéramos hacerlo no por el gusto de la austeridad, no por el placer de contentarnos con poco -que seguramente creerán ellos que es placer de sabios, sintiéndose tales- sino por impedir el colapso total de la naturaleza, el Armageddon del cambio climático y la sexta extinción; en resumen: el fin de los tiempos.
No voy a meterme yo en las zarandajas de valorar si la vida pluricelular del planeta va hacia el desastre, pues no me considero capacitado para ello (los microbios seguirán medrando, de ello no me cabe duda). El sistema vivo, Gaia, la biosfera, son demasiado complejos para que pueda abarcarlos con mis limitadas capacidades mentales. que la evolución o un divino agente diseñaron así.
Simplemente me hago una reflexión: si eliminásemos todo lo superfluo, entendiendo con ello todo lo que no es estrictamente necesario para la supervivencia y dos o tres placeres estéticos, pictóricos o musicales, por ejemplo; es decir, si retornásemos al ideal de tribu celta en contacto con la naturaleza, ¿qué sería de todos aquellos que ofrecen tantos y tantos bienes y servicios "no necesarios" en el mercado, esto es, de la mayoría de nosotros? (pues la "oferta" también existe, inextricablemente entrelazada con la demanda en un autoabrazo). Sencillamente, sobraríamos. En una economía de subsistencia, entendiendo esta como una economía en la que cada agente busca satisfacer única y exclusivamente su supervivencia y bienestar inmediatos, teniendo pocas necesidades de esas que podrían denominarse de segundo orden, puras fruslerías, se tiende a la economía de subsistencia, esto es, la economía en la que los agentes participantes solamente pueden aspirar a sudar y a sangrar el pan, quedando su multiplicación, como la de los peces, dependiente del milagro de un hijo de Dios. ¿Quién podría disfrutar de la naturaleza si tiene que luchar con ella cada día para no ser eliminado por ella?. El paraíso se convierte en infierno.
El crecimiento no consiste necesariamente en montañas de nuevos productos físico arrancados de las manos muertas de una naturaleza mancillada. El crecimiento puede ser la mejora de las técnicas y de los procesos que hacen posible que la naturaleza recupere el terreno perdido ante una torpe industrialización.
Tenemos pues una paradoja del crecimiento: A mayor crecimiento económico mayor crecimiento natural. Esto no tendría porqué ser paradójico, pero a la luz del ecologismo más militante lo es.
Pero hay además un dilema del crecimiento, para el caso de que esto fuera un juego de suma cero entre la naturaleza como conjunto y su subproducto, la sociedad humana, en el que al final solo ganase la banca de Universo, es decir, el caos, la muerte: Si no crecemos la mayoría de nosotros morimos, si crecemos morimos todos. Crezcamos mientras podamos o planifiquemos un holocausto selectivo de acuerdo el criterio alambicado de algún ingeniero social convincente.
No voy a meterme yo en las zarandajas de valorar si la vida pluricelular del planeta va hacia el desastre, pues no me considero capacitado para ello (los microbios seguirán medrando, de ello no me cabe duda). El sistema vivo, Gaia, la biosfera, son demasiado complejos para que pueda abarcarlos con mis limitadas capacidades mentales. que la evolución o un divino agente diseñaron así.
Simplemente me hago una reflexión: si eliminásemos todo lo superfluo, entendiendo con ello todo lo que no es estrictamente necesario para la supervivencia y dos o tres placeres estéticos, pictóricos o musicales, por ejemplo; es decir, si retornásemos al ideal de tribu celta en contacto con la naturaleza, ¿qué sería de todos aquellos que ofrecen tantos y tantos bienes y servicios "no necesarios" en el mercado, esto es, de la mayoría de nosotros? (pues la "oferta" también existe, inextricablemente entrelazada con la demanda en un autoabrazo). Sencillamente, sobraríamos. En una economía de subsistencia, entendiendo esta como una economía en la que cada agente busca satisfacer única y exclusivamente su supervivencia y bienestar inmediatos, teniendo pocas necesidades de esas que podrían denominarse de segundo orden, puras fruslerías, se tiende a la economía de subsistencia, esto es, la economía en la que los agentes participantes solamente pueden aspirar a sudar y a sangrar el pan, quedando su multiplicación, como la de los peces, dependiente del milagro de un hijo de Dios. ¿Quién podría disfrutar de la naturaleza si tiene que luchar con ella cada día para no ser eliminado por ella?. El paraíso se convierte en infierno.
El crecimiento no consiste necesariamente en montañas de nuevos productos físico arrancados de las manos muertas de una naturaleza mancillada. El crecimiento puede ser la mejora de las técnicas y de los procesos que hacen posible que la naturaleza recupere el terreno perdido ante una torpe industrialización.
Tenemos pues una paradoja del crecimiento: A mayor crecimiento económico mayor crecimiento natural. Esto no tendría porqué ser paradójico, pero a la luz del ecologismo más militante lo es.
Pero hay además un dilema del crecimiento, para el caso de que esto fuera un juego de suma cero entre la naturaleza como conjunto y su subproducto, la sociedad humana, en el que al final solo ganase la banca de Universo, es decir, el caos, la muerte: Si no crecemos la mayoría de nosotros morimos, si crecemos morimos todos. Crezcamos mientras podamos o planifiquemos un holocausto selectivo de acuerdo el criterio alambicado de algún ingeniero social convincente.
2 comentarios:
Un asunto muy interesante.
Personalmente creo (en base a unos pocos datos y un mucho de intuición) que, dejando aparte desajustes puntuales y crisis más o menos prolongadas, no nos encaminamos en absoluto al desastre. El crecimiento seguirá, con épocas de pendiente positiva, con mesetas e incluso con pequeños bajones. Pero a largo plazo, soy optimista.
Las energías fósiles se sustituirán por renovables a medida que las primeras se agoten y suban de precio. Lo mismo en cuanto a las materias primas y el reciclaje.
Aunque siempre habrá alguien que añore la cueva.
El problema de la añoranza de la cueva es que ni siquiera es una añoranza auténtica. Imaginan una utopía bucólica pero cuando están en medio de la naturaleza virgen por unos días abobinan de ella, porque hay que trabajársela. Espero que la Isla de los famosos y similares conciencien a la gente de lo que es estar fuera de la civilización, aunque lo dudo. porque para la mayoría de la gente aprenderlo es vivirlo.
La fantasía en si misma es irrelevante. Lo malo es que puede conducir a comportarmientos incívicos y violentos que perturban el orden social de distintas maneras.
Yo también soy optimista. Creo en cierto modo en la inevitabilidad histórica del desarrollo capitalista.Al respecto puedes leer mi comentario a este post.
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