miércoles, octubre 11, 2006

Mandala


Cojo mi actividad y la desmenuzo en fragmentos. Cada uno por separado no significa nada. No hay estímulo para continuar. Todo es materia vacía, nada emancipada.

Estoy dentro de un círculo, rodeado de unas escaleras que suben y otra que baja. El alto de cada una de las que suben irradia una luz tenue y hermosa. El primer escalón de estas es muy alto. Salto desganadamente, intento llegar a cada uno de esos primeros escalones, sin mucho ímpetu, y caigo al círculo. Me acerco hasta la escalera que baja. Miro hacia abajo y veo una bruma. Me arrastro por ella; en realidad me deslizo. La caída es lánguida, dulce. De pronto me acuerdo de las luces. Quiero volver. Pero me resbalo en un aceite espeso que impregna toda la escalera de suave pendiente. Esto pringado de ese aceite, un aceite hediondo. Siento asco, asco y frustración. Cada vez está más oscuro: la bruma dejó paso a un negro creciente.

Encuentro una baranda, me aferro a ella dolorosamente. Estoy lleno de heridas sangrantes. No sé cómo me las hice. Entonces descubro cristales, pequeños cristales, por sobre la escalera, mezclados con la sustancia grosera y repugnante. Cojo con fuerza la baranda y sigo subiendo, extenuado, fulminado, pero con una misteriosa fuerza de desesperada repulsa. Llego al fin al círculo. Veo las luces en lo alto. Bajo la cabeza y veo un dibujo, un hermoso dibujo lleno de colorido. Suspiro aliviado y el dibujo es disgregado por mi aliento. Estaba hecho de polvo. Era un mandala.

Cojo mi actividad y la desmenuzo en fragmentos. Cada uno por separado no significa nada. No hay estímulo para continuar. Todo es materia vacía, nada emancipada.

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