lunes, mayo 28, 2007

Realidad objetiva


Una de las cuestiones aparentemente irresolubles de la mente es la de los qualia. Son estos las sensaciones que experimentamos, cada uno de nosotros, y que por su naturaleza absolutamente subjetiva resultan incomunicables. Un ejemplo recurrente de qualia son los colores. Donde uno ve rojo el otro podría estar viendo verde. ¿cómo podemos determinar si es así?: de forma directa es imposible. Sería necesario que el uno se transformara en el otro por unos instantes, y percibiese desde su perspectiva única. La intersubjetividad es más limitada: se apoya en la teoría de la mente, en la empatía y en la mimética sutil de las neuronas espejo. No sabemos lo que hay dentro de la mente del otro, pero lo imaginamos a partir de lo que de él percibimos, puesto en relación con nuestros propios estados mentales.

¿Cómo podemos abordar, de forma indirecta, los qualia?. Podríamos empezar por la geometría, continuar por la evolución, y terminar con la neurociencia. Quizá el viaje podría acercarnos un poco a ese bastión inexpugnable de la experiencia subjetiva única, para, de esta forma, contemplar con un mínimo de objetividad el paisaje interno de nuestra psique.

Los seres humanos podríamos percibir las dimensiones en distintas escalas, pero jamás en distintas proporciones. Sin embargo la “escala perceptiva” se igualaría desde el momento en que se ha de observar e intercomunicar un paisaje único. Si, por ejemplo, yo veo las cosas 3 veces más grandes que otra persona, necesariamente he de ver 3 veces más ampliamente, lo cual equivaldría a ver lo mismo, es decir, la misma cantidad de cosas dentro de un espacio equivalente. En lo que se refiere a las proporciones es claro. Todos percibimos una idéntica distancia entre nuestro pie y el borde del precipicio. Así, desde el punto de vista intersubjetivo la realidad es la misma, lo que significa que en la dimensión cognitiva es objetiva.

En cosas tales como las referentes a la percepción del espacio y las formas parece pues que no podrían existir divergencias significativas. No podría darse el caso de que para uno las caras fueran cuadradas y para otros triangulares, porque la necesaria proporción entre las partes haría que no coincidiesen en sus acciones respectivas los perceptores, y que no pudieran coordinarse en la intersubjetividad, en la comunicación fluida, ni siquiera en el espacio. Cabe imaginar unas relaciones matemáticas complejísimas que superasen nuestra capacidad de entendimiento e hicieran posible infinitas posibilidades geométricas mutuamente compatibles, pero para ello habría que pensar en un Dios y en una creación, y, en definitiva, en una realidad objetiva incognoscible y completamente distinta de la que percibimos. Por economía, por simplicidad, por la aplicación pertinente de la navaja de Occam, tendremos que inclinarnos por la realidad intersubjetiva única.

Las diferencias podrían darse en cosas aparentemente irrelevantes como los colores, citados una y otra vez como ejemplo de qualia. Pero tengo serias dudas que la percepción de distintos colores, de distintas experiencias subjetivas de color, pudiera ser irrelevante desde el punto de vista evolutivo. Los qualia estarían sometidos, como el organismo que los produce, a los rigores de la selección natural. No sería igual, en términos de supervivencia, un paisaje con unas tonalidades y unos colores que otro. Probablemente la selección natural, de haber existido en algún momento diferentes qualia para los colores, habría discriminado aquellos que más contribuyesen a una percepción del entorno ajustada al mismo (en lo que se refiere a sus oportunidades y peligros). Pensar que es igual ver naranja y verde que rosa y azul una fruta, o negro y plateado o marrón y blanco un perro, o cualquier otra combinación distinta en cualquier otro ser vivo o material inorgánico es un disparate. Tendría que haber una homologación en los contrastes, en las transiciones de una tonalidad a otra, en definitiva una percepción subjetiva igual en lo fundamental, que haría verdaderamente irrelevantes las diferencias existentes, de haberlas. Y dicha homologación sería de tal importancia que seleccionaría un tipo único de perceptor. El hecho de que otros organismos, con otras características, tengan sentidos diferentes o, dentro por ejemplo del sentido de la vista, vean otras longitudes de onda, obedece a su peculiar naturaleza, su hábitat, su nicho, su anatomía, su fisiología, su etología y todas aquellas cosas que le hacen único.

A través de la neurociencia se van descubriendo las vías de los sentidos. La más estudiada al principio fue la del sentido de la vista, dada la importancia de este en los primates, a los que pertenecemos. No existen diferencias significativas en la estructura y función de nuestros cerebros a la hora de percibir el mundo visualmente. Al margen de casos patológicos la norma es que todos vemos de la misma forma. Si nos aventuramos en los qualia podemos especular cuanto queramos sobre diferencias imposibles de contrastar, pero cabe esperar que, a partir de las mismas bases neurológicas, surjan muy parecidas o iguales realidades subjetivas. Ocurre lo mismo con el oído, con el olfato, con el tacto, con el gusto, con la propiocepción. Tome dos cadáveres humanos y estudie su anatomía. Encontrará diferencias como se encuentran diferencias en las caras o en el tamaño relativo de los miembros, pero la organización del todo será la misma, la esencia permanecerá incólume.

Una forma de escapar de la realidad objetiva, es decir, de nuestro común mundo mental, es considerar que el mundo, con todos sus habitantes, es una representación. Esto lleva a un solipsismo exagerado, que exacerba las ideas de Schopenhauer y hace de nuestra consciencia una especie de burbuja autocontenida. Pues, o bien esa realidad que nos pertenece es creada desde fuera por algún genio o dios, habiendo por tanto una realidad objetiva que nos es completamente ajena e incognoscible, o bien somos una esfera que flota en el vacío, no creada. Esto último carece por completo de sentido. Puede tenerlo para un universo, nunca para una conciencia.

Otro aspecto que debe tenerse presente al reflexionar sobre los qualia es nuestro carácter social y natural. Sin relaciones sociales ni ecológicas, es decir, sin esos otros seres y objetos que representan nuestro mundo exterior, no poseeríamos lenguaje, ni actividades, ni sexo, ni finalidad, por muy mundana que esta sea. Por supuesto no existiría la abstracción: ¿de dónde abstraeríamos?...¿el qué?. El ego es inconcebible sin su entorno. Si el entorno está contenido en el ego este último tendría que crearlo, cuando es él el creado.

Cuestión de perspectiva


Llega un directivo a votar y se encuentra presidiendo la mesa electoral a un sindicalista de su empresa. Se saludan cordialmente, manteniendo la distancias, y realizan todo el ceremonial propio de la ocasión. Nombre, DNI....¡VOTA!. A punto está de girarse y marchar el votante cuando el sindicalista se dirige a él con tono sarcástico: “Sr. Pérez.....he podido observar que el sobre de su voto caía ligeramente hacia la derecha dentro de la urna”.

-“Oh, no, no crea, Sr. López. Eso se debe a que usted miró desde aquel lado. Si lo hubiera hecho desde este habría podido apreciar que el sobre cayó hacia la izquierda”.

El Sr. Pérez se retiró triunfante y fue hacia su casa a ver, cómodamente arrellanado en el sofá, los resultados electorales. Se confirmaron los resultados esperados y la derecha volvió a ganar en Madrid. Se levantó, fue a la nevera, y sacó una botella de champán francés.

-“¡Querida””- gritó a su mujer desde la puerta de la cocina por el pasillo- “¡hemos ganado!”.
Basado en hechos reales.

jueves, mayo 24, 2007

Un parado menos


Y después del fiestorro a currar, Lebeche....

martes, mayo 22, 2007

Match Point


Hay quien lo llama "efecto mariposa", pero he preferido el término que usa el genio Allen en su última obra maestra.

En estos días previos a las elecciones municipales y autonómicas, no son muchas las voces que recuerden lo sucedido en la Comunidad de Madrid hace menos de cuatro años, vamos, el tamayazo.

Puede que sea porque todas las acusaciones de presuntos sobornos no han llegado a ninguna parte.

O puede que sea por no recordar que los dos personajillos tránsfugas, Tamayo y Sáez, fueron impuestos en las listas madrileñas directamente por Pepiño, para gran disgusto de los miembros de la entonces FSM.

¿Que debía Pepiño a estos señores para situarlos en las listas del partido en puestos de privilegio? Bueno, pues les debía todo. Al igual que su jefe, el ínclito Rodríguez. Retrocedamos un poco más en el tiempo para situarnos en el Congreso del PSOE del año 2.000, tras la clamorosa derrota de Almunia.

Recordemos que se presentaron 4 candidatos a la Secretaría General. Las primeras en descartarse fueron las dos mujeres, Rosa Díez (je, que tiempos aquéllos) y Matilde Fernández. Ya entonces, habían comenzado los avisos para el que se daba como seguro ganador, José Bono, pero nadie creía que el voto a la contra llegara a tanto (muchos votaron contra Bono, muy pocos a favor de Zapatero).

Entre esos votos, estaban los del grupo llamado "Renovadores por la Base", un pequeño lobby, principalmente de Madrid, cuya ideología moderada (si es que tenían) los situaba en principio más cerca de Bono.

Pues bien, las conversaciones entre la "inteligencia" zapateril y los "balbases" (llamados así por Balbás, el capo de Tamayo y Sáez), debieron fructificar, pues no solo contribuyeron decisivamente a la victoria de Zapatero por 9 votos (menos del 1%), sino que uno de los miembros del grupo actuó como apoyo principal de Zapatero y pasó en vela la noche previa al recuento custodiando los votos. ¿Sabéis cual? Pues sí, el propio Tamayo.

Lo demás, si bien no es conocido del todo, tampoco es difícil de suponer. Tras lo ajustado de los resultados y la necesidad sociata de negociar con IU el reparto de poder, tal reparto no debía ser compatible con lo que estimaban los tamayos que les correspondía tras su apoyo. Ante los oídos sordos de Simancas a la reclamación del "que hay de lo mío", los tránsfugas tiraron a la puta al río. En la repetición electoral, los ciudadanos madrileños dieron la mayoría absoluta a Esperanza Aguirre (la mayoría relativa ya la tenía).

Tras este repaso, pensemos un poco en lo diferente que sería todo hoy día si las conversaciones Balbás/Tamayo/Pepiño/ZP del 2.000 no hubieran fructificado (!menudo match point!).

Lo único evidente es que en la Comunidad de Madrid habríamos "disfrutado" de 4 añitos de gobierno sociocomunoide, pero....¿y en España?

¿Sería Bono presidente del gobierno, estaría De Juana dando paseos por ahí, habríamos tenido que soportar el coñazo del estatururú, habría sido igual el 11-M, es más, habría existido?

Material de sobra para una buena ucronía, pero en fin, parece que salió cruz.

jueves, mayo 17, 2007

Virus del espacio

Empezaron a caer del cielo a última hora de la tarde, cuando yo volvía a casa desde el trabajo en mi coche. Estaba en medio de un atasco en el centro urbano, ansioso por que se pusiera en verde un semáforo de tantos, cuando observé la primera bola cayendo. Era una esfera imperfecta, sazonada de protuberancias y algo parecido a pelos o alambres, oscura, de aspecto gomoso, con un metro de diámetro o así. Al tocar suelo rebotó y se abrió por su parte baja, saliendo por la abertura unas alas, que rápidamente se desplegaron, mientras por entre ellas salían unos ojos rojos y unas largas patas afiladas. Con ellas ensartó a un viandante que iba por la acera con una bolsa de El Corte Inglés. Me quedé atónito, como si asistiese a una película de terror, como si aquello no fuera real, como si se tratase de una alucinación. La sangre salpicó la pared gris de un viejo edificio y el pelo de una señora recién salida de la peluquería, cuyo rostro de pavor rápidamente fue sustituido por un gesto vacío, al ser ensartada a su vez por otra de esas cosas que cayó a sus espaldas.

Era una lluvia de insectos nauseabundos y terribles. La matanza que estaban haciendo a mi alrededor no me dejaba duda alguna sobre las intenciones de esos bichos gigantes ni sobre el fin de la humanidad. Nunca imaginé una invasión semejante, ni un fin tan absurdo y rápido, pero es que una cosas así era inimaginable, a menos que se tratase de un relato de terror. Una bola rebotó en el techo del coche que iba delante. Poco antes el chulo aquel se me había colado y deseé su muerte. Esta no tardó en producirse, pero aquello no me alegró en absoluto. El bicho metió una pata por cada cristal delantero y ensartó al tío y a su acompañante femenina haciendo con ellos un auténtico pincho moruno. Noté un golpe en mi techo y me agaché, sin pensar. Los cristales se rompieron sobre mi cabeza y vi la pata peluda y negra tanteando. Se me acercaba peligrosamente. La cogí con todas mis fuerzas y la metí por dentro del volante. La pata encerrada se movió hacia arriba partiendo el volante, pero a un tiempo, por el efecto palanca, partiéndose ella misma, y un chorro de un líquido verdoso y maloliente se proyectó sobre mi camisa. Mi pecho empezó a arder. Me quité como pude la prenda manchada y la enrollé en torno a la otra pata, que se me acercaba por el asiento del copiloto. Esta se movió rápidamente y me pinchó en la pierna. El dolor fue horrible. Pisé el acelerador por un reflejo y choqué violentamente contra el coche de delante. Oí un crujido mientras sentía un desgarro en el muslo. Esta otra pata del bicho se quebró también, soltando el líquido verde, que cayó sobre mi herida y la quemó. Supongo que era su abdomen, o alguna otra parte de su anatomía, lo que golpeaba ahora rítmica y suavemente el techo. Sonaba un zumbido grave. Yo no albergaba ya ninguna esperanza. Tenía la certeza de mi muerte inminente. Aún así abrí la puerta y me arrastré fuera del coche, con la espina clavada en la pierna. La quemazón había cerrado la herida. Tenía un aspecto necrótico que, a la vista de mi muerte, importaba ya poco. Toda la calzada estaba sembrada de cadáveres y de bichos ensartando a los que aún estaban vivos. Algunas personas caían desde lo alto de los edificios ya muertas. Una cayó sobre mi, tras rebotar en el techo de un coche. Eso me salvó. Quede bajo aquel hombre gordo como un cadáver más. Escuchaba alaridos estridentes y ruido de golpes y descuartizamientos. Me quedé inconsciente.

Desperté con un silencio de tumba. Lo rompió el sonido de una ráfaga de metralla.

“¡¡Han llegado!!....¡¡los militares!!...¡¡la policía!!!...¡¡los nuestros!!!”.

Con gran dificultad me quité al gordo de encima. Me sorprendió ver en su cara una mueca de placer. ¿Pero qué broma era esa?. La pierna me dolía mucho. Estaba claro que no estaba soñando. Ese dolor era muy real. Mis intentos de caminar me llevaron a reptar por encima de los cadáveres. La materia inerte tiende a formar conglomerados. Los tiros eran en otra calle. El eco del silencio los traía hasta aquí, y no tenía manera de saber a qué distancia se producían. No había bichos a la vista. Caí de bruces sobre una cara preciosa. Mis labios tocaron los suyos. La cogí entre mis manos y la elevé sin esfuerzo. Agarraba una cabeza seccionada del cuerpo. “ser o no ser”, declamé patéticamente. Luego la tiré sobre el cuerpo también precioso al que debía corresponder.

Por primera vez pensé en mi mujer y en mis hijas. Sus imágenes mentales llegaron como un fogonazo, acompañadas de una punzada intensa de angustia. ¿Cómo era posible que las hubiera olvidado todo este tiempo?. ¿Qué habría sido de ellas?. La vista se me nubló, sentí una náusea y vomité. Mi vómito era verde. Metí la mano en el bolsillo del pantalón, el móvil seguía en él. Había varias llamadas perdidas. Eran de mi mujer. Llamé.

-“¡¡¡¡Luis!!!!....¡¡¡Luis por Dios!!!....” –me gritó con voz entrecortada antes de prorrumpir en llanto.

-“Tranquila, estoy bien....¿están bien las niñas?...¿hay bichos por allí?”.

-“Si, si, las niñas están conmigo. Los he visto en la televisión. Han caído en casi todas las ciudades del mundo...¡es horrible!....Luis, tengo mucho miedo, ¿puedes venir?”.

-“Estoy en medio de un atasco de cadáveres, cielo. Uno de los bichos me ha pinchado la pierna y el coche es imposible moverlo. Tendría que ir andando, y tardaría bastante, tal como tengo la pierna. Voy a buscar algún coche que esté libre o a algún superviviente que no esté herido y pueda ayudarme. Iré en cuanto pueda. Cierra bien la casa”.

Tras intercambiar algunas palabras más colgué y me dirigí hacia el lugar del que creía podían provenir los ruidos de disparos. Un militar me salió al paso metralleta en mano.

-“¡Rápido!, venga por aquí”. Le seguí sin pensar, arrastrando mi extremidad herida. Llegamos al interior de un edificio, en cuyo amplio portal había un montón de personas tiradas con todo tipo de heridas y rostros de angustia y dolor.

-“Quédese aquí, pronto vendrá un médico”. Con la misma rapidez con la que me había guiado a lugar seguro me dio la espalda y desapareció por la puerta.

Escuché a una mujer que hablaba con otra a mi lado.

-“Me ha dicho mi cuñado, que es veterinario, que también han atacado a los animales. Él se metió debajo de la mesa de operaciones y los bichos se fueron”.

Apareció de nuevo el militar:

“¡Señores, tenemos dos buenas noticias!: un grupo de doctores del hospital militar acaban de llegar para suministrarles los primeros auxilios y medicinas, y, lo más importante, los bichos se han esfumado, se han convertido en polvo”.

El alborozo general no tardó en ser acallado por la brutalidad de lo que vino. Me causó aún más impresión que la caída de los bichos. Era terrorífico.

El brazo herido de la mujer a la que poco antes había escuchado hablar estalló, literalmente, y de él brotaron miríadas de puntitos negros que salieron por la puerta arrollando al militar.

Comprendí que yo no tardaría en perder la pierna. La agarré con fuerza, por puro instinto. A mi alrededor todo eran alaridos, sangre y puntos negros. Un dolor intenso me llenó por completo. Me desmayé.

Han pasado ya tres años. Los bichos no han vuelto. Vinieron, se replicaron, y se fueron, en su nueva forma. Los científicos han estudiado los polvos que quedaron de los invasores; ha servido de poco. Eran polímeros extraños cuya estructura precisa aún intentan determinar. Uno de ellos ha formulado la hipótesis de que los bichos viajan por el espacio de planeta vivo en planeta vivo, como lo hacen los virus entre células. Van protegidos con una cubierta resistente y permanecen dentro de ella en un estado de letargo, similar al de las esporas de las bacterias. Una vez penetran una atmósfera respirable, de un planeta vivo, detectan de alguna forma las condiciones propicias para la vida pluricelular con algún sensor en su cubierta y proceden a salir del letargo y entrar en actividad reproductora, lo que sucede al tocar el suelo. Los bichos son atraídos por algún otro mecanismo también desconocido por las zonas más densamente pobladas, con mayor número de animales. Esto parece probado porque atacaron también a los grandes grupos animales de la sabana o a los rebaños de ovejas, por ejemplo.

Una vez salen insertan su afilada “aguja” en un animal, matándolo por lo general en el acto. Entonces inoculan sus crías, que se alimentan del tejido circundante al “picotazo”. Después, como los salmones, mueren, una vez se han reproducido. Y solo queda su polvo negro. Sus crías salen al espacio y van en busca de otro planeta habitado, para dar vida matando.

lunes, mayo 14, 2007

Orígenes


El otro día asistí al cruento espectáculo de una horda descuartizando a un niño. La madre miraba con ojos aterrorizados y se agitaba, pero estaba atada a un poste y no podía moverse. Poco tiempo más duró su sufrimiento, pues la lapidaron acto seguido. La mujer no había cumplido la norma social por cumplir la biológica. La prohibición es expresa, casi todos la acatan, y quienes no lo hacen sufren el castigo prescrito, “quien da vida la pierde”, pues esa era también la ley de la naturaleza. En nuestro planeta (Filexia) no podemos reproducirnos. Las colonias del centro galáctico están en expansión y aceptan parejas reproductoras. El problema de estos emplazamientos es su pobreza y peligrosidad: casi todos mueren en ellos. Recuerdan a nuestro mundo primitivo, en la que los accidentes eran la norma y la seguridad la excepción. Aquí en Filexia hay muy pocas muertes y ningún nacimiento (no al menos en las estadísticas oficiales).
Desde que se descubrió la proteína telomerométrica (completamente sintética) y se pudo replicar en laboratorio no envejecemos, y las únicas muertes se deben a situaciones muy especiales. Quienes descubrieron la fuente de la eterna juventud no comprendieron que el flujo necesitaba una salida, o se produciría un desbordamiento fatal. Si apenas morimos y seguimos trayendo hijos a Filexia llega un momento en que los finitos recursos –entre ellos el espacio- terminan por agotarse. El temor a esto es justificado. La energía dejó de ser un problema con la generación de energía nuclear autorregulada, y los viajes espaciales comenzaron a ser factibles al establecer Masterbauch la nueva formulación de la teoría de la materia universal. Pero nuestra necesidad fatal nos hacía tener más y más hijos. Entonces empezaron los enfrentamientos políticos, con un partido natalista y un partido finalista (así se llamaban), que optaban al Gobierno Mundial. Hubo algunos enfrentamientos dispersos al ganar los finalistas, que se disponían a la esterilización masiva. Pero la polémica se había atenuado bastante poco antes de la victoria finalista porque los natalistas tenían una nueva carta, gracias al descubrimiento de la cadena Pandial. Dicha cadena debía su nombre a una diosa de los Revilios, Pandial, pero especialmente a un científico corcés del período 56 desde la Constitución, Field Restrick, que vislumbró por primera vez –si bien vagamente- la capacidad de los planetas para generar vida y mantenerla estable a partir del control por quimioleptación de los elementos clave. Claro que Restrick no podía ni imaginar en qué consistía en detalle la quimioleptación, pero la intuyó.

La cadena Pandial es un conjunto de 5 planetas que giran sincrónicamente y en una misma órbita en torno a una única estrella, bautizada como Rum (cómo no, como el dios de los Revilios) que está en el centro de nuestra galaxia. Dicha cadena tiene la peculiaridad de ser toda ella biológica, con una biología compatible con la nuestra (nada que ver con la sorprendente biología del silicio). Se podía llegar a ella en apenas unos meses, y enormes flotas de “hombres libres” (como se autodenominaban, pensando en los primeros colonos corceses) salieron a colonizarlas, con el deseo de llevar una vida como la que llevaron nuestros mortales ancestros.

Haber encontrado la cadena Pandial fue una suerte, un regalo de azar. No era posible convertir nuestros planetas cercanos en planetas vivos a tiempo. Ya habíamos establecido en ellos bases, pero su capacidad de albergar vida era limitada, y la generación de un Pandial requería millones de años de evolución. Ya habíamos plantado los quimiolépticos y distribuido elementos esenciales. Pero teníamos que esperar y, pese a disponer de tiempo, no disponíamos de la paciencia necesaria para postergar a un futuro muy lejano la creación de vida humana nueva....vida propia.

No quiero ir a la cadena Pandial. Mis amigos de allí –los que quedan- dicen que es muy difícil salir adelante. Me animan a ir, pese a todo. Yo voté por los natalistas, y estoy bajo vigilancia vecinal. Siento su corazoncito latiendo. No sé cómo escapó a la esterilización. Son muy pocos quienes lo consiguen. Igual que algunos mueren pese a la proteína telomerométrica por algún incomprensible ataque (poquísimos, pero al menos 2 por década), también algunos niños nacen pese a los nanoesterilizadores. Aquella mujer lapidada quiso seguir adelante al sentir el latido. Es un sonido suave y rítmico, una vibración dulce. No entiendo cómo no he ido a comunicarlo al comité vecinal. Tendría que haberlo hecho hace semanas, la primera vez que lo noté. Estoy asustada y preocupada, temo por mi vida, pero ese latido....ese latido me domina. Marc no sabe nada. Lo he mantenido en secreto todo este tiempo. De todas formas ya no convivimos, sólo nos vemos a veces. La familia está desapareciendo en nuestro planeta, ha dejado de tener sentido. Nos aburrimos unos de otros y el sexo sin procreación es un entretenimiento más, vacío de contenido. Algunos han pedido un implante para eliminar la libido por completo. Con el tiempo todos lo pedirán, supongo. Pero aún estamos al principio del principio. Hemos dominado la naturaleza, y, al hacerlo, nos hemos desnaturalizado. Quien se deprime ante la perspectiva toma Lugol y vuelve a tener el ánimo tranquilo. Casi todos nos dedicamos a la ciencia, a investigar. Todo lo demás es cosa de los robots. Pero trabajamos, pudiendo no hacerlo, porque no hay nada más que hacer, aparte de empalagosos juegos virtuales. Seguimos construyendo un futuro que reposa en la eternidad, pero todo es cada vez más mental y menos físico.

El corazoncito sigue latiendo. Quizá deba marchar a la cadena Pandial. Allí no pudieron llevar más que lo imprescindible. Todo lo demás han de hacerlo con sus manos. No es nada idílico, pero los que sobrevivan a los primeros estadios de civilización podrán vivir muchos millones de años hasta que Rum se apague, y para entonces es muy probable que hayan encontrado algún otro lugar al que ir. Claro que en algún momento tendrán que esterilizar. Quizá deba marchar a Pandial. Si no lo hago descuartizarán a mi bebé y luego me lapidarán.

Somos 20.000 millones de humanos, tras la salida de los natalistas “libres”. A 100 muertos por década se puede fácilmente calcular cuando volveríamos a ser pocos. Todo el que quiera volver al estado de naturaleza tiene la puerta abierta.

Los más radicales natalistas han optado por Turtak (en honor al dios de la guerra de los Carpidos). Turtak es un experimento curioso. Se encuentra en la periferia de la galaxia, en un brazo de su espiral. El planeta está ya muy evolucionado. El caso es que tiene incluso unos seres muy parecidos a nosotros, humanoides. Son seres a punto de extinguirse por circunstancias climáticas adversas. De todos los que forman su rama evolutiva son los únicos con posibilidades de llegar a ser plenamente autoconscientes y de desarrollar una civilización tecnológica. Se ha hecho un estudio de alguno de ellos, genética, inmunología, fisiología, neurología....etc etc. Los datos obtenidos son asombrosos. Los radicales natalistas tienen una base permanente allí y siguen la etología de estos animales. Algunos están convencidos de que podemos ayudarles a superar su peligrosa situación e implantarles algunos genes importantes para el desarrollo ágil y correcto de sus capacidades cognitivas. Pero otros aún más radicales han ido mucho más allá. Pretenden crear un “hombre nuevo” a partir de esa materia prima mezclándola con la nuestra. Su propuesta es verdaderamente increíble. Proponen concebir hijos en el satélite Greybil, desde el que observan el planeta (o bien llevar a las embarazadas con menos de 8 meses a él), y luego bajar a Turtak e introducirlos en el útero de las hembras humanoides por los métodos de asepsia inoculatoria. Ayer hablé con uno de ellos, Naldian, buen amigo al que confesé mi situación. Mientras le hablaba sentía el latido dentro de mi, persistente, vital. Naldian me dijo que aún estaba a tiempo.

Mi hijo nacería en un mundo hostil, pero jamás sabría sus orígenes. Esa realidad horrenda sería su realidad. Sería el precursor, la infancia, de una nueva humanidad, junto con otros 3000 que pensaban implantar. Viviría y moriría en la precariedad, pero nunca sufriría el desasosiego de nuestra especie decadente, pues nunca verían más allá de sus circunstancias limitadas, hostiles pero llenas de posibilidades por descubrir. Con su inteligencia saldrían adelante, se librarían de la competencia de otros animales de nuestra “familia” y crearían una civilización. Vivirían y morirían como nosotros al principio de los tiempos. Y quizá algún día alguien de entre ellos escribiría una carta como esta, y el ciclo comenzaría de nuevo. Ahora sabemos que nunca acabará porque hay múltiples universos y se puede viajar entre ellos. Solo es cuestión de tiempo que conozcamos todo y nos convirtamos en los dioses de la nada.
Rael, escucho tu latido. Rael, Rael..... Rael, hijo, cae, cae desde este paraíso vacío a la plenitud de la necesidad, tendrás que ganar el pan con el sudor de tu frente, sufrirás, morirás...vivirás. Yo, tu madre, te espero por siempre. Reina, hijo, reina en tu mundo de miseria.

Por si alguien entre vosotros pudiera leer esto, en el futuro, lo envío en una cápsula unitaria al espacio interestelar programado para volver con instrucciones. ¡Hijos de Rael, escuchad a vuestra madre!. Ha llegado el momento de que nos reencontremos.
-"Estracto de sucesión de mentales de Trsa Brmse Vitla, nº 4.567.223.923, grabado en la posición 9B6T54 en el período 57TYRSR567 (Ver mapa anexo introduciendo código 3325646QQQ".

-“Profesor Medawar, no se lo va a creer.....¡¡Vladimir Rajcovich ha conseguido una traducción aceptable de la ristra de números del objeto!!....¡¡¡Y cuando lo ha hecho se ha desplegado un mapa tridimensional del espacio!!!.....Profesor.....¡¡¡¡¡¡nos escribe nuestra madre!!!!!”.

viernes, mayo 11, 2007

La estructura del yo


La memoria es uno de los procesos cognitivos más y mejor estudiados por la neurociencia. Autores como Hebb, Kandel o Ledoux han hecho importantes aportaciones para nuestra comprensión de cómo interiorizamos lo que nos acaece, cómo convertimos nuestras vivencias en experiencias y recuerdos.

La memoria ha sido durante mucho tiempo considerada un proceso pasivo, de mera recepción, siendo el yo conformado por las fuerzas del ambiente. La relación entre memoria y “yo” parece obvia. Sin memoria nuestro yo sería una sucesión de estados de consciencia inconexos entre sí, vacíos. Un yo sin historia resulta inverosímil. Sin embargo a mi me gustaría poner el énfasis en aquel aspecto del yo que parece no sólo escapar a la memoria, en el sentido de no haber sido determinado por ella, sino construirla, antecediéndola y construyendo con ello, haciendo posible, la totalidad del “yo”.

Este aspecto intrigante del yo se puede apreciar en la atención. Ya desde que somos niños, cuando nuestra memoria apenas ha acumulado recuerdos (antes de los 3 años no se consolidan recuerdos episódicos), parecemos tener una disposición a prestar atención a aquellas cosas que nos interesan. Lo que digo puede sonar....pueril, por evidente. Sin embargo no lo es tanto ante el hecho de que es en la primera infancia cuando es de suponer que adquirimos, por el medio, nuestros intereses. Este interés del que yo hablo no viene determinado por lo que nos inculcan nuestros padres o nuestro medio cultural y social. Aunque es un interés por los objetos existentes en el medio, no podría ser de otra forma, lo es por ciertas combinaciones de estos objetos (y sujetos) y por ciertas relaciones entre estos, y no por otras. Hay una selección, una elección, que cabría calificar de libre, o al menos no condicionada por otros o por las circunstancias particulares. Cómo sucede esto está muy comprobado entre los sexos. Los niños prefieren distintos juguetes que las niñas, de forma natural. Pero lo que se observa en diferencias de género puede hacerse extensible a diferencias de personalidad. No se puede atribuir en esto todo al medio. Hay niños que son taciturnos, otros sonríen permanentemente, algunos se mueven de un lado a otro alocadamente mientras otros están muy tranquilos. Los hay que lloran sin cesar, sin causa aparente, y otros a los que apenas se les escucha una tímida queja....etc etc. Algunas diferencias de caracteres se mantienen de por vida: suele tratarse de las fundamentales. Igual, un niño puede interesarse por mariposas y otro por motos.

Otro aspecto a destacar del desarrollo infantil es cómo este se produce por etapas más o menos iguales en todos los niños (gatear, andar, adquisición del lenguaje...) sin que nadie tenga que enseñarles de un modo deliberado. Sin un medio lingüístico no cabe esperar que adquieran lenguaje, pero una vez en él no hay que darles clases para que aprendan a hablar y, como señalaron Chomsky y Pinker, para que desarrollen las reglas gramaticales (la escritura es otra cosa, más cultural).

El interés por ciertas cosas lleva a la atención por ellas. La percepción no es un proceso sencillo y lineal de captación fotográfica del medio igual que la memoria no es un receptáculo vacío que espera a ser llenado pasivamente de experiencias. Focalizamos nuestra atención en un punto, siendo todo lo demás accesorio, ruido de fondo. En todas y cada una de nuestras circunstancias desechamos unas percepciones y seleccionamos otras, y lo hacemos a dos niveles, primero el inconsciente y luego el consciente. Con esta criba permanente de percepciones, que es un proceso activo, conformamos nuestra experiencia y nuestro recuerdo posterior de la misma. Hay un “yo”, lo que antes llamé “un aspecto del yo”, que selecciona, que elige, que prioriza percepciones y experiencias de acuerdo no a un programa diseñado por su sociedad, sino a un programa biológico escrito en sus genes y traducido en una determinada conformación del cerebro.

Mi mujer me decía el otro día, yendo en el coche con el niño detrás: “¿Te das cuenta cómo se fija en los lugares?. Ha señalado el ambulatorio. El otro día que le dije que papá estaba en el médico, al pasar por allí dijo que era allí donde estabas. Tiene buena memoria, no como nosotros, que somos un desastre”. Tuve que explicarle que cada uno de nosotros recuerda y olvida cosas distintas, y es, por tanto, un desastre o un fenómeno para una clase u otra de recuerdos. Ella, por ejemplo, recuerda bien compromisos sociales y cuestiones de la economía y el cuidado doméstico que yo olvido constantemente. Yo en cambio puedo recordar frases de libros y declaraciones de políticos. Puede parecer arbitrario pero no lo es en absoluto. Yo focalizo mi atención en aquellas cosas que aportan algo a mi “yo” y ella hace lo mismo con el suyo, su-yo. Así vamos configurando nuestra memoria y, en cierto modo nuestro yo, el quienes somos socialmente. Sin embargo es ese otro yo, o ese aspecto del yo, el que ha seleccionado aquello que hemos de recordar, aquello que vamos a ser....y sigue seleccionando.

Los llamados “sabios despistados” son un ejemplo extremo de la capacidad del hombre para la excelencia y la incompetencia con la memoria. Olvidan las cosas prosaicas, a las que no dan importancia ninguna ni prestan la debida atención, pero recuerdan muy muy bien un montón de relaciones teóricas que les permiten especular a alto nivel.

¿Qué es lo que determina la estructura del “Yo”?. Algunos señalan que lo que almacenamos en la memoria: emocional, de procedimientos, episódica....Pero para almacenar lo que almacenamos en la memoria tenemos un mozo de almacén, independiente de lo almacenado y que obedece al jefe de almacén, cogiendo unos y no otros objetos, ordenándolos de una u otra forma de acuerdo a criterios propios. Ese mozo de almacén es nuestro Yo fundamental, la sede misma de la consciencia, y el jefe de almacén nuestra naturaleza más profunda, los genes....

Pienso ahora, al finalizar el post, en cómo lo he ido elaborando. Ha llegado por etapas. Primero una conversación en el coche con mi mujer, después pensamientos sobre mi hijo y su desarrollo independiente en el baño, más tarde dándole vueltas al vínculo esencial entre memoria y ego, y al final juntando todas estas piezas en un todo más o menos coherente, al menos en una imagen definida. ¿Por qué tuve esos y no otros pensamientos?, ¿por qué tomé estos y no otros para construir este entramado de ideas, para elaborar este post?. Las respuestas a estos interrogantes creo que tienen mucho más que ver con mi Yo fundamental que con mi Yo histórico.

jueves, mayo 10, 2007

Encuentro interracial


Raúl iba en el metro observando a los inmigrantes. Se sentía extranjero en su país. Él y una chica morena que estaba al otro lado del vagón eran los únicos que podía reconocer como españoles de origen, si bien se equivocaba, porque la morena era húngara y había un español rubio con aspecto de nórdico . Una mujer cuarentona, negra y gorda le devolvió la mirada desde la fila de asientos que tenía en frente. Siempre había pensado que habían puesto los asientos de esa manera para torturar a los viajeros, poniéndolos unos frente a otros para que sus miradas se cruzasen, o bien los diseñadores no tenían idea de la psicología de las personas porque eran ingenieros que vivían en su mundo geométrico de espacios distribuidos óptimamente. La mirada de un extraño es una forma de agresión. La mujer no le asustaba, más bien le excitaba. Aún así tenía un miedo mitigado, pero miedo a fin de cuentas, a parecer demasiado explícito, a incomodarla. Retiró la mirada. Si la mirada hubiera sido la de un hombre le hubiera intimidado más, y más aún si hubiera sido la de un hombre de otra raza, y más aún si esa otra raza estuviera asociada en su cabeza con la violencia, y más si tuviera aspecto de desaseado. En resumen, que le acojonaría un huevo una mirada de un obrero marroquí. Por otra parte la mirada femenina produce mayor agobio cuanto más deseable es la mujer, desde el punto de vista de la valoración general, pues esta condiciona también la receptividad de la hembra. Uno puede desear un tipo femenino que se aparte de la norma, del canon de belleza, precisamente por ese sesgo hacia lo grotesco, hacia lo irregular. En la cuarentona negra y gorda veía una Venus primitiva, con nalgas y pechos grandes. Hubiera querido tener un encuentro ardiente con ella, pero no sabía de qué forma podría suceder. Si por un casual intercambiaban unas palabras sabía –estaba casi seguro de ello, lo cual equivale a una certeza- que no iban a comunicarse con fluidez y a un mismo nivel. Eso hubiera roto el encanto. Además el tenía una necesidad de comunicación humana que siempre tendía a anteponerse al coito animal, haciéndolo sumamente improbable –lo que equivalía a imposible. Si no entraba en sintonía con alguien –y esto era previsible en este caso- no podía seguir adelante con lo que se le antojaba una repugnante impostura. Eso creía.

Raúl estaba solo, completamente solo, en una ciudad extraña, rodeado de extranjeros, desde que vino de Cáceres a estudiar a la capital. Sabía que no conectarían, que no funcionaría. Pero él era joven, estaba vivo, y cuando la negra se bajó en la estación de Sol la siguió sin pensarlo. Ese día no iría a la Universidad. Su instinto le exigía hacer pellas, aunque se dio cabal cuenta de ello una vez bajado del vagón.

Por entre callejuelas del centro de Madrid, con un sol de justicia cayendo sobre sus cabezas, caminaron la negra y él, acosador siempre dispuesto a la huída, a la ignominiosa retirada, durante al menos 10 minutos. Con cada mirada o amago de mirada hacia atrás de la hembra de primitiva sensualidad, Raúl sentía un escalofrío y una duda, y con dificultad retomaba la persecución. Finalmente la mujer llegó al portal de un edificio viejo y se volvió suavemente. Raúl detuvo su paso a unos 5 o 6 metros e intentó aparentar que su parada se debía a que andaba cavilando algo, echándose la mano a la barbilla y poniendo gesto pensativo. En una mirada fugaz se percató de que ella le había levantado las cejas a modo de saludo antes de desaparecer dentro del portal. Su cuerpo tiró de su dubitativa alma hacia delante y atravesó él también el umbral de la finca, tembloroso y sudoroso. Al fondo de un estrecho y oscuro pasillo estaba la mujer, vuelta hacia él, al lado de una puerta de ascensor abierta, sonriendo pícaramente.

Su olor era intenso, y aumentaba la excitación que ya de por sí tenía Raúl. No era agradable, era agrio, una peste ambigua que le volvía loco. Tocaba sus pechos y sus nalgas, movía las manos sobre ellos, los exploraba, primero con estas y después con la boca y la lengua. Se veía irremediablemente arrastrado a las profundidades superficiales del sexo, no pudiendo atravesar la piel más que penetrando con su falo. A la tensión dispersa le sucedió un concentrado orgasmo, y apresuradamente se vistieron. La negra presionó el botón del tercero, y el ascensor se movió de nuevo, tras haber estado un tiempo indefinido en stop. Nadie había llamado. Ellos habían hecho lo suyo. Al llegar a su piso la mujer bajó del ascensor y se fue hacia la puerta de la que debía ser su casa.

-“No te digo que entres porque está mi hombre dentro y se puede enfadar, mi amor” –le dijo, con acento dominicano. “Ha estado muy bien, guapo”.

-“Pero,....¿nos veremos otra vez,....?...me podrías dar tu teléfono”.

-“Mejor no, guapo” –dijo la mujer abriendo su puerta- “vete antes de que salga mi hombre”.

Comprendió que era eso exactamente lo que tenía que hacer. Aquella mujer y él nunca congeniarían, y el hombre, en efecto, podía salir y darle una manita de ostias. Cerró la puerta del ascensor y apretó el botón del bajo.

¿Por qué diablos había hecho aquello?....él no era así. Había sido emocionante pero vulgar. Se sentía un poco culpable y sucio. Y la mujer le había despedido como si nada, como si no hubiera pasado nada, absolutamente nada, entre ellos. ¡Pero por Dios, si habían follado!. ¿Era eso lo que le valoraba?. ¿Era el objeto de una hembra en celo, él, Raúl López, estudiante de Derecho, español, de buena familia, buena persona, noble, amable, encantador?....Él, Raúl López, no era más que un mono follador...un animal irracional, una bestia ignorante. Había penetrado a la Venus primitiva y se había convertido en un hombre-mono del pleistoceno, en un homo erectus, por eso del pene erecto. ¿Por qué?....¿por qué había hecho aquello?. Y todo por un par de segundos escasos de recompensa.

Corrió hacia la estación de metro. Si se daba prisa quizá llegase a la segunda clase del día. Al final si iría a la Universidad, más vale tarde que nunca. El Profesor Del Valle exponía Derecho Romano.

¿Dónde narices se había dejado la carpeta?.

No sabía entonces, ansioso y atolondrado como estaba, de qué poco le servirían su posición y sus profesores para enfrentarse a la denuncia por violación que muy pronto presentarían contra él.

miércoles, mayo 09, 2007

Sitting on the dock of the bay

Pedro cruzó el gran hall de mármol. El portero le miró como si no le conociera. Llegó a la calle, llena de transeúntes ajetreados. Levantó la mirada al alto edificio gris, cubierto de ventanas oscuras, simétricas. Sabía que nunca más volvería. Le habían despedido. Metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar por la ancha avenida hacia el puerto. El viejo muelle de madera estaba cerrado, una valla lo rodeaba. Saltó por encima de ella con gran dificultad, cayendo sobre el duro suelo al otro lado. Se había hecho un corte en el codo, la camisa estaba rasgada y manchada con la sangre que manaba profusamente de la herida. Siguió hasta el muelle y se sentó mirando al mar, con las piernas colgando sobre el agua. Anochecía. El sol se ocultaba en el horizonte.

“El capital es indiferente. El capital es muy interesado. Cuando algo interesa mucho dejan de interesar las cosas que no tengan que ver con ese algo o que no sirvan para obtenerlo”- pensó. “El interés mueve a la indiferencia”.

Sacó un cigarro del arrugado paquete que llevaba en el bolsillo de la camisa. Lo encendió y lo vio brillar con su ceniza candente en medio las sombras que empezaban a llenarlo todo. Dudaba si acercarse al bar de la calle Rivera o si volver a su casa vacía. Mañana no tenía gran cosa que hacer en esta urbe impersonal.

“La gente es indiferencia. La gente es muy interesada. Se buscan a si mismos en los otros. Si no se encuentran pasan de largo”.

Sabía que sus pensamientos eran negativos y circulares por su situación. Él era un optimista. Siempre había afrontado la vida con energía y seguridad. Ahora también podía hacerlo.

-“¡Eh!....” –escuchó- “¡Eh tú gilipollas!...¿no estás muy lejos de tu casita?”. Miró atrás y hacia arriba y vio a un tío grande de tez oscura que le devolvía la mirada penetrantemente, con los ojos un poco salidos de las órbitas.

-“Pues si”.

-“¡Dame la guita joputa!”.

-“¿Qué?”.

-“¡Que me des la puta pasta cabrón!”- dijo el grande sacando un cuchillo.

Pedro no lo podía creer. Como un acto reflejo se había puesto en pie de espaldas al mar, en un precario equilibrio sobre los maderos del muelle.

El otro volvió a hablar, con un tono más brusco y acercándole el cuchillo a la cara:

-“¿No querrás problemas verdad, payaso?”.

Iba a responder “no, en absoluto”, pero en medio del no sintió un fuerte golpe en la tripa y notó que le faltaba el aire. Cayó. Estaba en la posición fetal, con las manos en la barriga, notaba como manaba un líquido caliente por sus manos pero él se sentía cada vez más frío y una fuerte angustia le iba inundando. Notó como el grandullón le hurgaba entre la ropa y le sacaba la cartera.

-“Vaya mierda, el capuyo este no tiene un chavo...10 putos euros”.

Recibió una fuerte patada en la espalda y oyó los pasos del agresor alejándose. Estaba cada vez peor. Intentó avanzar por el muelle para pedir ayuda, pero sabía que no había nadie cerca y estaba cada vez más débil. Además había errado la dirección, a oscuras como estaba, y desorientado por completo. Su cuerpo cayó. Su cuerpo....calló.

sábado, mayo 05, 2007

¿Quo vadis?

Desde el “no hay nada nuevo bajo el sol” de Salomón al “eterno retorno de lo idéntico” de Nietzsche, el pesimismo circular postula que estamos condenados a repetirnos, conozcamos o no nuestra historia, a representar una y otra vez a través de la línea del tiempo las mismas tragedias y las mismas comedias bajo distintos disfraces, tras distintas máscaras.

Este pesimismo ilustrado se opone a la idea de progreso monopolizada por ilusos de toda índole, por utópicos entusiastas de sus prejuicios, es decir, de sus filias y fobias. En última instancia han sido estas emociones las que han impedido todo avance “racional”, pues constituyen la materia prima de la que está hecha la naturaleza humana.

El liberalismo ha tratado de salvar la contradicción entre el progreso y nuestra naturaleza apostando por los procesos impersonales, yendo del mercado de Smith, en el que el egoísmo privado promovía el bien público, al orden espontáneo de Hayek, en el que la acción no concertada y semiinconsciente de los individuos llevaba a un orden superior no programado.

La evolución biológica da prueba de cómo el azar y la necesidad, sin un creador y organizador externo, fueron capaces en su mutua interacción de crear y organizar la diversidad de la vida. Existió un progreso, indudablemente, negarlo sería necio. Evolucionar es progresar, pero no teleológicamente, no con un guía que lleva a un fin, a un punto Omega o a la precaria perfección de la consciencia (y esto con independencia de que la consciencia y sus portadores sean más o menos complejos, más o menos elevados, “mejores”).

Nuestra sociedad, del mismo modo que la naturaleza, y como parte de ella, ha evolucionado, institucional, económica, políticamente….etc.

A la luz de lo expuesto parece no existir una contradicción entre el liberalismo y el ateísmo, contrariamente a como sucede entre el progreso y nuestra naturaleza. Empero aquí se entrelazan los cuatro conceptos en un todo complejo que conviene discernir circunspectamente.

El ateísmo es una conclusión racionalista. Como dijera mi compañero de blog Ijon Tichy, nadie nace ateo. El ateo se hace. Pero nuestra naturaleza, decíamos, no es racional. Así el ateísmo resulta ser una opción sentimental, una filia a ciertas ideas y costumbres tanto como una fobia a otras distintas. Dicho sentir se sustenta en argumentos racionales que presuntamente no están determinados por la emoción, son externos a esta, al cuerpo, son objetivos, y preceden a la emoción en lugar de sucederle. Según la teoría periférica de la emoción de William James las reacciones fisiológicas de la emoción son anteriores al sentimiento (que tiene un componente cognitivo y “racional”), lo cual pone en entredicho esta otra concepción de las ideas como previas al sentir. Pero no podemos afirmar de forma categórica, con los conocimientos actuales, la validez de dicha teoría. Supongamos que efectivamente es cierto que los argumentos y conclusiones de la razón son perfectamente objetivos. Esto nos llevaría a que existe una verdad objetiva fuera, independiente de nuestro juicio pero que nuestro juicio, si se afila y afina, puede percibir, es decir, llegaríamos al racionalismo. Y este racionalismo, contrario a las emociones, diferenciaría entre emoción y conocimiento, y entre personalidades más emocionales y más racionales, siendo las primeras menos objetivas y estando menos en lo cierto que las segundas. ¿Qué es lo decíamos que impide el progreso?: nuestra irracionalidad. Pero si dicha irracionalidad es superable, al menos por un grupo pequeño de racionalistas, el progreso sería posible y, de hecho, deseable, pero estaría obstaculizado exclusivamente por la irracionalidad de unos cuantos. Por tanto la contradicción no se daría entre progreso y naturaleza humana, sino entre progreso e irracionalidad de algunas personas, y el camino al progreso quedaría de nuevo expedito si esas personas, verdadero obstáculo, fueran reeducadas o eliminadas.

El liberalismo se opone precisamente a estas últimas soluciones: la persuasión y el acuerdo voluntario son la única vía de superación de divergencia de pareceres y de resolución de conflictos. Así el ateo liberal se ve en la difícil tesitura de convencer a los creyentes de su “error intelectual”, base sobre la que se asientan los templos pero también los cadalsos, algunos buenos sentimientos morales, pero también el antiliberalismo más atroz. Tiembla ante la perspectiva de que el progreso posible se vea obstaculizado por la ceguera de los necios, pero no tiene a su disposición otro recurso que su habilidad oratoria y negociadora (que incluye los recursos susceptibles de negociación).

¿Puede y debe el liberalismo asentarse en la fe?: para muchos liberales conservadores la respuesta es un sonoro sí, pues consideran que ésta vertebra los valores, y estos hacen factible la libertad, haciendo innecesaria en alto grado la coacción. Creen que la ausencia de un referente moral superior, que haga universales las normas, convierte a la propia moral en un conjunto de fórmulas huecas a ojos de la mayoría de las personas. Pero hablar de fe, así en abstracto, es entrar en una metafísica un tanto dudosa. Es obvio que la moral, si es universal, nada le debería a esta o a la otra fe en particular, siendo las fes diferentes, sino, en todo caso, al fenómeno de la fe en algo suprasensible, trascendente, como catalizador de acciones morales acordes con esa moral universal, que podría ser, sencillamente, algo innato, adquirido en la filogenia.

En este sentido podría argüirse que quienes, desde el ateísmo, defienden que la moral es universal por ser natural, obvian el factor ambiental activador o acelerador del comportamiento moral, que no es otro que el religioso, entendiendo por religión una institución cultural de socialización, que debe su importancia al factor tangencial a la realidad en la eternidad y el infinito, al factor trascendente (hablamos, por supuesto, de los grandes números de la sociedad en su conjunto, no de casos particulares).

Lo que parece claro es que el liberalismo es algo más que una doctrina política y social, algo más que una teoría, y que requiere un sustrato de valores en la sociedad que lo hagan practicable. En nuestro Occidente cristiano ha sido posible desarrollarlo, hasta cierto punto (y este “hasta cierto punto” es todo un mundo). Pero ¿qué ocurre hoy en día en el mundo musulmán, por poner el ejemplo más representativo?. Allí podemos apreciar el conflicto insoluble entre algunos valores y el liberalismo. Allí el liberalismo parece imposible, en las actuales circunstancias sociales, culturales y religiosas. Hay fe, hay valores, pero el liberalismo es rechazado. Así que la fe y los valores no pueden ser el cimiento de la libertad, sino, en todo caso, uno de los factores que contribuyen a ella, en el caso de la fe, y otro, en forma de ciertas costumbres y normas no universales, en el caso de los valores.

Yo nunca tuve muy clara la idea de progreso. Tengo la sensación de que las sociedades deben pasar por una serie de etapas penosas antes de llegar a la libertad. Intentar saltar estas etapas no es progresar, es intentar una revolución, lo cual probablemente conduzca a una involución hacia formas de servidumbre nuevas. El progreso no es algo que se logre a golpe de decreto, sino evolucionando, y nunca se puede saber cual será el resultado de una evolución. A veces me entra el pesimismo cuando veo cómo pese a caer el muro y ponerse contra las cuerdas a las teorías sociológicas ambientalistas sigue habiendo una enorme fuerza social contraria al único progreso posible, el indeterminado, en nombre de progresos y revoluciones teleológicas o, también, claro está, teológicas.

¿Será posible que el pesimismo circular tenga la razón?, ¿o es acaso la falta de perspectiva de alguien sumergido en el río de la vida lo que me impide ver el pasado y el porvenir más allá de mis narices?.

Hoy un hombre medio tiene mejores condiciones de vida que un Rey del medievo, dicen. Pero si se ve hundido en las simas de la desesperación y la anomia, arrojado quizá por la falta de esperanza, de valores, de fe, ¿de qué le vale?. ¿No era acaso más feliz un siervo de la gleba?.

¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?.

Mono evolucionado…¿Quo Vadis?.

viernes, mayo 04, 2007

El consuelo imposible




La Princesa está triste, ¿qué tendrá la Princesa?....decía Rubén Darío. No hay consuelo para quien necesita un consolador de platino y brillantes valorado en 2 millones de dólares: su vacuidad, su vanidad, su lujuria lujosa, su libertinaje que se pretende libertad, nunca hallarán una satisfacción que supere la pura apariencia. Nada que ver con esa verdadera Princesa, Sissí, dramática, depresiva, profunda, lanzada a los abismos del ser y de la nada. El cine nos mostró a una niña romántica afortunadamente enamorada de su Príncipe Azul, pero Elisabeth no era una boba ñoña. Fue, empero, la caída de este ángel, digna de los dioses que la arrojaron al vacío, a diferencia de la pérdida de inocencia de Victoria, que seguramente fue provocada por algún acontecimiento intrascendente. Superar el estado núbil del alma supuso para la Emperatriz penetrar los abismos de la existencia, mientras que para la chica Beckham ha supuesto descubrir el hedonismo cutre, el despilfarro hortera y las categorizaciones con olor a ajo. No es de extrañar que Cioran se fijase en esa mujer sufriente, Emperatriz de Austria-Hungría. Victoria, en cambio, podrá pasear por las pasarelas y aeropuertos del mundo con su marido, mientras sea joven, y millones de personas verán su delgado cuerpo enfocado por cientos de cámaras moviéndose contoneante, pero ningún alma elevada reparará en ella, salvo para observar su fealdad.

Creo que ambas han conocido el consuelo imposible. Una de ellas huía de las pompas y los oropeles, la otra nunca podrá salir de ellos sin languidecer de mortal tedio. Una es como Sísifo (Sissi-fo), cargando una y otra vez la pesada piedra colina arriba, soportando los días y sus delirantes y necias circunstancias, la otra como Tántalo, ansiosa de teatralidades y coloristas lujos y sin poder nunca saciar su sed de ellos.