Mi hermana cumple hoy 40 años. La llamé para felicitarla y nos pusimos a recordar juntos, en ese estado de reflexión melancólico de quienes observan el caer otoñal de pasadas décadas, el cerrado y empaquetado de nuestra efímera historia en cubos perfectos de arista 10, antes de que sean expedidos al multidimensional y omnívoro agujero negro del tiempo perdido. Le pregunté por antiguas amistades, aquellas que tuvo en esa su rebelde y salvaje juventud, que tantos quebraderos de cabeza y angustias causó a nuestros padres.
-“¿Y M*, qué fue de él?”.
-“Pues creo que se ha muerto”.
-“¿Crees?”.
-“Un buen día dejó de responder al móvil. Y siempre le había rondado la idea del suicidio”.
-“¿Y no teníais amigos comunes, alguien que también le conociera y le frecuentara más a quien preguntar?”.
-“No. Nuestra amistad era muy individualista. Conocí a gente a través de él, pero superficialmente”.
M* había desaparecido sin dejar rastro. Era una parte de esos 40 años, un pedazo desgarrado de historia, un soplo de recuerdo, condenado a cadena perpetua en un cubo tirado al océano infinito de lo que ya fue y nunca volvería a ser.
M* era italiano y se dedicaba, aquí en España, a vender láminas al por mayor. En esas láminas estaban impresas pinturas de paisajes, animales, casas de pueblo....los eternos lugares del alma colectiva.
Recuerdo una canción que compuse cuando aún soñaba con dedicarme a la música y me dejaba vencer por el pesimismo más asfixiante, cuando, como diría Buda, el deseo era dolor:
“Trate de eternizar tu mirada en el papel.
-“¿Y M*, qué fue de él?”.
-“Pues creo que se ha muerto”.
-“¿Crees?”.
-“Un buen día dejó de responder al móvil. Y siempre le había rondado la idea del suicidio”.
-“¿Y no teníais amigos comunes, alguien que también le conociera y le frecuentara más a quien preguntar?”.
-“No. Nuestra amistad era muy individualista. Conocí a gente a través de él, pero superficialmente”.
M* había desaparecido sin dejar rastro. Era una parte de esos 40 años, un pedazo desgarrado de historia, un soplo de recuerdo, condenado a cadena perpetua en un cubo tirado al océano infinito de lo que ya fue y nunca volvería a ser.
M* era italiano y se dedicaba, aquí en España, a vender láminas al por mayor. En esas láminas estaban impresas pinturas de paisajes, animales, casas de pueblo....los eternos lugares del alma colectiva.
Recuerdo una canción que compuse cuando aún soñaba con dedicarme a la música y me dejaba vencer por el pesimismo más asfixiante, cuando, como diría Buda, el deseo era dolor:
“Trate de eternizar tu mirada en el papel.
Tu nunca quisiste hablar sobre envejecer.
No acierto a comprender
Que hicimos para ser
Fantoches en la noche
Un esperpento cruel”
En las paredes de muchas casas hay colgadas láminas que M* distribuyó. En la mente de muchas personas existe un recuerdo de M*.
Pero M* ahora es solo eso, representación en mentes que también perecerán, una imagen difusa, y en la mayoría de los casos con un protagonismo episódico leve que se va perdiendo poco a poco en una niebla espesa de aconteceres triviales.
Y también una parte ya cumplida del proceso que llevó a la observación de esas otras imágenes, ahora enmarcadas, pegadas o colgadas, que son solo parte del medio ambiente cultural de alguna otra vida condenada a muerte, una parte que ya probablemente haga solo de silencioso telón de fondo indiferente de alguna tragedia diferente.
También las láminas perderán su color y su forma. Su destino, si no las rompe el lloroso e irascible rapto de algún ser sufriente o el reciclado periódico de una estética doméstica, es una muerte más lenta, indolora, incolora. Ni siquiera el pintor podrá eternizarse en ellas. Ni siquiera el mar, ni los caballos, ni las casas de pueblo de un blanco calizo se eternizarán.
¿Cómo captar la esencia de un alma y pintarla en la eternidad?.
Feliz cumpleaños, hermana. Adiós M*.
Y también una parte ya cumplida del proceso que llevó a la observación de esas otras imágenes, ahora enmarcadas, pegadas o colgadas, que son solo parte del medio ambiente cultural de alguna otra vida condenada a muerte, una parte que ya probablemente haga solo de silencioso telón de fondo indiferente de alguna tragedia diferente.
También las láminas perderán su color y su forma. Su destino, si no las rompe el lloroso e irascible rapto de algún ser sufriente o el reciclado periódico de una estética doméstica, es una muerte más lenta, indolora, incolora. Ni siquiera el pintor podrá eternizarse en ellas. Ni siquiera el mar, ni los caballos, ni las casas de pueblo de un blanco calizo se eternizarán.
¿Cómo captar la esencia de un alma y pintarla en la eternidad?.
Feliz cumpleaños, hermana. Adiós M*.