Comienzo a comentarlo y me pierdo en una maraña de reflexiones que finalmente me llevan a este post.
Yo veo la naturaleza humana igual en todas partes, si bien los instintos se pueden expresar de maneras muy distintas según el medio social o natural en el que uno nazca (y las diferencias pueden ser muy importantes). Pienso por ejemplo en el Islam (y es normal, pues es la cultura más conspicua, teñida rojo sangre, de hoy). Algo aparentemente tan simple como la herencia cultural del aislamiento social de la mujer puede ser determinante en una actitud más violenta de los hombres ante los problemas.
En cuanto a la naturaleza moral propiamente dicha pienso que compartimos todos un dualismo moral maniqueo, que aunque tome a veces formas sutiles no pierde nunca su carácter dualista. Esto es algo propio de nuestra naturaleza. A todo, absolutamente todo lo que nos sucede, le ponemos una etiqueta de "bueno" o "malo", más grosera o más estilizada, y lo hacemos incluso con cosas que no nos suceden, pero que podrían sucedernos. Somos un animal valorativo porque valorar nos permitió sobrevivir y dejar descendencia. Y valoramos con las emociones, siendo las razones simples herramientas al servicio de estas (excepción hecha del pensamiento matemático y lógico puros, pero este es otro debate en el que se podrían abordar los fundamentos biológicos del pensamiento científico).
La sede de nuestras valoraciones morales se encuentra en la corteza prefrontal (a la que el neuropsicólogo Alexander Luria denominó el "órgano de la civilización"), si bien esta es indisoluble del llamado sistema límbico, en especial de la amígdala –que da un tinte "moral" primario a todas nuestras experiencias".
Más allá de nuestro dualismo, más allá del bien y el mal, como dijera Nietzsche, lo que hay son estrategias de supervivencia, que pueden ser simples o complejas, acertadas o erróneas, pero que siempre responden a los mismos principios biológicos básicos. El placer y el dolor, el sistema de recompensas y castigos de nuestro organismo, son señales que nos indican –si bien muy imperfectamente- por dónde ir.
No estamos equipados biológicamente para las complejidades de la sociedad actual. Tendemos a buscar cosmovisiones y universales como miembros de una especie que evolucionó en grupos pequeños muy cohesionados, en un nuevo entorno en el que lo impersonal es ( y debe ser) la norma. Creemos instintivamente en los valores morales que eran más adecuados para afrontar los retos y oportunidades ancestrales. Y algunos se aprovechan de ello –quizá creyendo ellos mismos- para favorecer a los suyos, con una impostura solo superada por lo tartufo de su moralina.
La concepción de la moral universal como una posibilidad de proyectar en nuestra modernidad populosa e impersonal los valores que eran (y siguen siendo) útiles en el entorno más antiguo (y más restringido) de la familia, es no sólo un error intelectual, sino una tentación irresistible, especialmente en situaciones de incertidumbre e inseguridad vitales.
El liberalismo es el único conjunto de ideas sociales, económicas y políticas que le hace frente, con éxito siempre escaso. La defensa del individuo es, en última instancia, la defensa de las relaciones sociales impersonales. Cada particular tiene su esfera, en la que puede practicar su naturaleza moral. Cuando sale a la calle, cuando va al mercado, solo puede y debe contar con la voluntariedad ajena, seguir el principio de no agresión. Fuera de la esfera particular no hay ni debe haber otra moral.
3 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Además, aunque no tuviéramos ningua teoría respetable acerca de la fundamentación antropológica y biológica de la moral, creo que podríamos terminar con la misma conclusión del principio de no agresión, aunque sólo fuera por la constatación empírica y por el respeto a algo que no comprendemos pero que está ahí y que es la diversidad.
Lo que dices de que la razón se encuentra empujada por el sentimiento, excepto la razón matemática, también lo pensaba Hume y no sé si puedo estar de acuerdo con vosotros, aunque tampoco sé si te referías exactamente a lo que él. Básicamente hacía una distinción entre lo que es la filosofía (su filosofía, la del conocimiento seguro epistemológicamente imposible) y la vida "real", en la que si obtenemos conocimiento es gracias a una suerte de sentimiento, pasión, que nos empuja a ello y a todo y que, en definitiva, es lo que nos hace seguir vivos. Porque si fuéramos estrictos en la aplicación de su teoría epistemológica moriríamos porque ni siquiera actuaríamos. No me acuerdo cómo definía ese sentmiento exactamente, pero seguro que no era de índole de sentimental. Creo que se trataba de ignorar que ligamos causas y efectos según criterios no muy fiables empíricamente (contigencia espacio-temporal, etc.) y según el hábito y la costumbre, entendida como reiteración de hechos adventicia, por que según él si el futuro aún no lo conocemos no podemos emitir ningún tipo de juicio acerca del futuro, ni siquiera el de "si mañana llueve, me mojaré". Así que por lo visto lo que hace que ignoremos estas dificultades de conocimiento seguro es el sentimiento, la pasión, que impulsa toda acción, especialmente la de pasar por alto dichas dificultades.
Aunque igual tú te referías a que para conseguir una razón o una teoría fundamentada en la razón primero necesitas de la voluntad y el sentimiendo suficiente como para empezar a buscar y, al final, darle un sentido más allá del puramente científico.Ahí sí que estaría de acuerdo, :D
Un abrazo Germánico
Supongo que algún día se asentarán las bases de la bioeconomía.Entonces se empezarán a entender algunos principios fundamentales acerca de nuestro comportamiento (en sociedad). Lo más parecido que hay de momento es la filosofía económica (ciencia económica) de la Escuela Austriaca, que tan bien conoces y tanto aprecias.
Uno puede especular sobre lo que desee y jugar con la imaginación y los conceptos como si fueran fichas de dominó, ajedrez o incluso dados, y llamar a eso “razonamiento”, pero la realidad subyacente es siempre la necesidad, y si los razonamientos no se ajustan a esto, o, para ser más precisos, no tienen la necesidad entre sus axiomas, más vale que no sean de tipo moral o económico.
Hago la última aclaración sobre el “ajuste” de los razonamientos a la necesidad porque precisamente es un ajuste de los razonamientos a la propia necesidad del momento lo que motiva muchas de las locuras teóricas, de las justificaciones más retorcidas de comportamientos disparatados (socialmente, no “necesariamente” personalmente).
La precaución con los razonamientos de moral y economía que no partan del presupuesto de la necesidad es –necesaria.
La lógica o la matemática no son morales (aunque ayuden al pensamiento moral) ni económicas (aunque economicen recursos mentales y físicos). Si han surgido de la necesidad no ha sido por su utilidad práctica inmediata.Habrá mediando el placer estético y el amor por el orden en un contexto no de subsistencia, con cierta holgura de ocio. Dicho placer estético por las simetrías es innato, otro fin, otra verdad natural.
El rigor de estas disciplinas instrumentales crea en muchas mentes la ficción de la omnipotencia de la razón pura, del análisis desapasionado. Las sitúan en un limbo simbólico (y este es fundamentalmente exógeno y cultural, una torre de Babel teórica).
Pueden sugerir que fuera de estas ciencias duras, de esta torre inexpugnable, influyen los sentimientos, pero creen que la razón es una especie de timonel que guía el barco de la conducta por sobre las aguas de la naturaleza y el ambiente. Ni se les ocurre pensar que la razón sea, sencillamente, la expresión depurada de la naturaleza, un actor brillante que interpreta en el escenario de la mente y de la sociedad el papel que la naturaleza le ha asignado.
Pero recordemos a Unamuno, en su Sentimiento Trágico de la Vida: “El corazón también tiene sus razones”, es decir: la naturaleza tiene sus fines, sus verdades, sus razones, que están muchas veces más allá de nuestro entendimiento “racional”, pues quizá no estemos hechos para mirar hacia dentro y hacia atrás.
Si esto es así como creo, no cabe deducir del dominio del sentimiento sobre la razón una ausencia de...razón, ni, por tanto, una justificación de la arbitrariedad o un canto a la locura.
Como decía en el texto anterior sobre la falacia cientifista (y perdón porque me cite a mi mismo, que es de lo más pedante, pero la cita viene al pelo):
“Si admitimos que hay mucho más en nosotros que la razón, que hay, de hecho, un poder biológico en la sombra, necesariamente tenemos que reconsiderar todos nuestros medios a la luz de nuestros fines, que ahora sabemos irracionales (esto es: no necios, no locos, pues detrás hay poderosas razones evolutivas, sino axiomáticos)”.
Otro abrazo para ti, Berti.
Corrección:
"Si esto es así como creo, no cabe deducir del dominio del sentimiento sobre la razón una ausencia de...razón, ni, por tanto, cabe derivar de ello una justificación de la arbitrariedad o un canto a la locura".
Publicar un comentario