Cuanta más destreza tenemos en una tarea, cuanto más rápido resolvemos un problema, menos se activan las zonas del cerebro implicadas en la acción (entiéndase acción en un sentido amplio que abarca todo movimiento que parte del sujeto, incluido el primario o neuronal). Los esforzados que se estrujan las meninges puede que estén aprendiendo, o pensando con gran intensidad, pero no están captando la solución.
Quizá esto se deba a que les falta percepción intuitiva, abordar el objeto de su reflexión, casi obsesión, de forma creativa, aunque parezca disparatada. Recurren al lento, penoso e inhábil método del raciocinio puro, a partir de esquemas preestablecidos que se revelan inadecuados para la circunstancia específica en la que está inmerso el pensador-actor.
La inteligencia es economía cerebral, es lograr más con menos, es, en cierto sentido, pensar menos, ser más simple, o al menos serlo en el momento crítico de la decisión, en el “ahora” de dar el paso definitivo sobre la cuerda tendida en el abismo de lo irremediable. El inconsciente de la persona inteligente, o así llamada, es el principal operador en todos sus logros mentales. También la persona inteligente recurre a esquemas mentales, si bien los suyos son de carácter más general y por tanto más flexibles. Tienen llaves mágicas que abren más puertas.
Podría pensarse en que al final la cosa se debe a que el inteligente acumuló más patrones mentales, y de mejor tipo, para resolver las cosas. Todo sería explicable en términos de “difícil facilidad”, de algo aparentemente sencillo cuya trabajosa y voluntariosa elaboración permanece oculta a los ojos del espectador que juzga el comportamiento, o acaso de buena fortuna, por eso de que el capacitado hubiera obtenido su capacidad del ambiente por puro azar, al obtener sin mérito alguno por su parte patrones mejores. Pero estas explicaciones no son satisfactorias porque quien está mejor dotado intelectualmente llega a esa economía mental, a esa minimización de recursos cerebral, antes de tener muchos patrones acumulados. La inteligencia suele revelarse pronto, y está correlacionada con la inquietud “centrada” que mueve, que lleva, que impele a adquirir cultura, a devorar patrones.
Generalmente el maestro del que más se aprende es aquel que con más sencillez expone la materia. La información irrelevante o de menor importancia es mucha, casi infinita, mientras que la pertinente es tan escasa como aquellos que son capaces de distinguirla. La mayoría se pierde por las ramas (o por los axones), el hombre inteligente aplica un sistemático e impenitente desbrozado, creando un conjunto de marcos conceptuales flexibles que le permiten interpretar las cambiantes y variables circunstancias.
Y al llegar el momento preciso su cerebro apenas se activa. Cualquiera que lo viera pensaría que no estaba pensando. Pero pensaría mal.
Quizá esto se deba a que les falta percepción intuitiva, abordar el objeto de su reflexión, casi obsesión, de forma creativa, aunque parezca disparatada. Recurren al lento, penoso e inhábil método del raciocinio puro, a partir de esquemas preestablecidos que se revelan inadecuados para la circunstancia específica en la que está inmerso el pensador-actor.
La inteligencia es economía cerebral, es lograr más con menos, es, en cierto sentido, pensar menos, ser más simple, o al menos serlo en el momento crítico de la decisión, en el “ahora” de dar el paso definitivo sobre la cuerda tendida en el abismo de lo irremediable. El inconsciente de la persona inteligente, o así llamada, es el principal operador en todos sus logros mentales. También la persona inteligente recurre a esquemas mentales, si bien los suyos son de carácter más general y por tanto más flexibles. Tienen llaves mágicas que abren más puertas.
Podría pensarse en que al final la cosa se debe a que el inteligente acumuló más patrones mentales, y de mejor tipo, para resolver las cosas. Todo sería explicable en términos de “difícil facilidad”, de algo aparentemente sencillo cuya trabajosa y voluntariosa elaboración permanece oculta a los ojos del espectador que juzga el comportamiento, o acaso de buena fortuna, por eso de que el capacitado hubiera obtenido su capacidad del ambiente por puro azar, al obtener sin mérito alguno por su parte patrones mejores. Pero estas explicaciones no son satisfactorias porque quien está mejor dotado intelectualmente llega a esa economía mental, a esa minimización de recursos cerebral, antes de tener muchos patrones acumulados. La inteligencia suele revelarse pronto, y está correlacionada con la inquietud “centrada” que mueve, que lleva, que impele a adquirir cultura, a devorar patrones.
Generalmente el maestro del que más se aprende es aquel que con más sencillez expone la materia. La información irrelevante o de menor importancia es mucha, casi infinita, mientras que la pertinente es tan escasa como aquellos que son capaces de distinguirla. La mayoría se pierde por las ramas (o por los axones), el hombre inteligente aplica un sistemático e impenitente desbrozado, creando un conjunto de marcos conceptuales flexibles que le permiten interpretar las cambiantes y variables circunstancias.
Y al llegar el momento preciso su cerebro apenas se activa. Cualquiera que lo viera pensaría que no estaba pensando. Pero pensaría mal.
3 comentarios:
Buen post :) , estoy deacuerdo en la cualidad flexible de la inteligencia quizas yo le llamaria , falta de dogmatismo , el inteligente sabe que nada es absoluto .Por otro lado desechar informacion irrelevante es esencial , perderse en los recovecos de lo imnecesario es un gasto de energia que no se puede permitir .Ahora me ha dado por leer sobre inteliegencia social , aunque opino que es solo una faceta mas , no soy muy partidaria de encasillar la inteligencia en tipos , pero si reconozco qiue hay cierta especializacion ,,,Kiss:)
A mi me parece que el inteligente sabe que los absolutos existen, eso queda claro de la validez lógica de la frase "nada es absoluto" que lleva a una reducción al absurdo pues ya hay un absoluto en la frase... no digo que una vez determinada la existencia de los absolutos sea fácil saber dónde ponerlos... esa es otra tarea, pero la persona inteligente, con un análisis lógico simple, sabe que los absolutos existen.
La flexibilidad no puede llevar a una laxitud inoperante o a justificar cualquier cosa. En toda ecuación presentada por la realidad hay parámetros y variables, es decir, absolutos y relativos. La inteligencia ayuda muy especialmente a encontrar las regularidades, y ello significa percibir esos parámetros, pero también las variables, en definitiva la ecuación en su conjunto, o al menos una conjetura aproximada de por dónde va la cosa.
Clasificar la inteligencia en tipos es casi inevitable, y la neurociencia lo está haciendo de esta manera. El coeficiente “g” que mide esa cosa imposible de medir llamada inteligencia general, no da cuenta de la diversidad humana. Sobre este particular hay dos libros interesantes: “La Falsa Medida del Hombre” de Stephen Jay Gould y “Inteligencias Múltiples”, de Howard Gardnerd, ambos adquiribles de bolsillo.
Sea como sea todos nos hacemos una idea intuitiva de inteligencia general, y si hemos de juzgar a alguien somos bastante incisivos al valorar su inteligencia general, y solemos coincidir bastante unos con otros al determinar qué personas son más despiertas y cuales más torpes. Aunque eso no tiene mucho de científico nos vale para manejarnos con los demás.
Lo característico de la inteligencia, creo yo, es ese desechado de información irrelevante, esa economía del pensar, del procesar. Contrariamente a nuestra intuición el más torpe gasta energías psíquicas, hasta el punto de despilfarrar más. La inteligencia se presenta así, en cierto sentido, como simple.
Eso ocurre no solo con la inteligencia general puesta a prueba, sino con el dominio de un instrumento musical o del lenguaje. Los expertos gastan menos fuerzas porque han formado más patrones, sin duda, pero como digo en mi post en algún lugar comienza esa economía, y esa tendencia a la acumulación, que tienen mucho de innato. Yo diría que hay una serie de circuitos innatos, una configuración previa, una prefiguración, tanto para el lenguaje, como para la música, como para la resolución de problemas matemáticos....algo parecido a lo que defienden Chomsky y Pinker sobre la gramática generativa y el instinto del lenguaje, pero para diversas áreas: visual, motora, sensitiva....A partir de ello surgen auténticas demandas vitales en el individuo que le orientan hacia aquello para lo que está más capacitado –si no lo trunca un ambiente familiar y social opresivo, que los hay.
Peggy, si estás interesada en la inteligencia social puede que encuentres interesante el libro de Gazzaniga “El Cerebro Social”.
Un saludo a ambos.
Publicar un comentario