Nunca me gustaron las cosquillas. Cuando alguien se me acerca con la mirada fija, la risa nerviosa y las manos abiertas en alto, con los dedos separados moviéndose irregularmente, sé que se avecina un episodio violento. Mi organismo se pone alerta y me preparo para la lucha o la huída.
Hasta hace poco jamás me pregunté por qué me desagrada tanto la sensación de ser cosquilleado. Pero ayer leí un breve artículo en la revista Mente y cerebro acerca de por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos y volví a reflexionar sobre el tema.
El artículo en cuestión presenta algunas de las conclusiones a las que han llegado en el Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres sobre las sensaciones que se experimentan con las cosquillas. Dice Sarah-Jayne Blackemore que "el cerebelo puede predecir las sensaciones cuando nuestro propio movimiento es el causante". Ello me lleva a la conclusión de que es el carácter sorpresivo de las cosquillas el que despierta la hilaridad, y a veces (como en mi caso) la irascibilidad.
Resulta curioso que el quid de la cuestión de las cosquillas sea la sorpresa, igual que en los chistes. Ambos acaban en risa, pero de muy distinta factura (en mi caso, vuelvo a mi mismo, la risa es una reacción histérica y nada placentera).
Hace tiempo me informé de que los receptores implicados en las sensaciones de picor son los nociceptores, es decir, los receptores del dolor (o, para ser más exactos, los receptores que trasladan al sistema nervioso central ciertos estímulos que son traducidos allí en el desagradable qualia del dolor). Los nociceptores no descargan con la misma intensidad ni en el mismo número con el picor. Supongo pues que dichos receptores intervienen activamente en las sensaciones producidas por las cosquillas. Por otro lado leí una teoría acerca de la relación del gesto de la risa (enseñando los dientes) con la agresión.
Si sumamos estas cosas a la naturaleza de juego del cosquilleo podemos llegar a interesantes conclusiones.
El juego parece ser una forma que tienen los mamíferos pequeños de entrenarse para la vida adulta. Los jugueteos de los cachorros de león entre sí y con las presas cazadas por sus mayores son un ejemplo conspicuo de la importancia del juego en el entrenamiento para la madurez. Los depredadores son los que más juegan, de hecho. Justamente los más violentos.
Las cosquillas podrían ser una especie de entrenamiento para la agresión y para protegerse de la agresión, un juego, una simulación incruenta de una agresión y de la defensa de una agresión. Los nociceptores se activan suavemente, el cuerpo adopta posturas defensivas, y la risa enseña los dientes. Todo muy espontáneo, ingenuo y divertido.
Hasta hace poco jamás me pregunté por qué me desagrada tanto la sensación de ser cosquilleado. Pero ayer leí un breve artículo en la revista Mente y cerebro acerca de por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos y volví a reflexionar sobre el tema.
El artículo en cuestión presenta algunas de las conclusiones a las que han llegado en el Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres sobre las sensaciones que se experimentan con las cosquillas. Dice Sarah-Jayne Blackemore que "el cerebelo puede predecir las sensaciones cuando nuestro propio movimiento es el causante". Ello me lleva a la conclusión de que es el carácter sorpresivo de las cosquillas el que despierta la hilaridad, y a veces (como en mi caso) la irascibilidad.
Resulta curioso que el quid de la cuestión de las cosquillas sea la sorpresa, igual que en los chistes. Ambos acaban en risa, pero de muy distinta factura (en mi caso, vuelvo a mi mismo, la risa es una reacción histérica y nada placentera).
Hace tiempo me informé de que los receptores implicados en las sensaciones de picor son los nociceptores, es decir, los receptores del dolor (o, para ser más exactos, los receptores que trasladan al sistema nervioso central ciertos estímulos que son traducidos allí en el desagradable qualia del dolor). Los nociceptores no descargan con la misma intensidad ni en el mismo número con el picor. Supongo pues que dichos receptores intervienen activamente en las sensaciones producidas por las cosquillas. Por otro lado leí una teoría acerca de la relación del gesto de la risa (enseñando los dientes) con la agresión.
Si sumamos estas cosas a la naturaleza de juego del cosquilleo podemos llegar a interesantes conclusiones.
El juego parece ser una forma que tienen los mamíferos pequeños de entrenarse para la vida adulta. Los jugueteos de los cachorros de león entre sí y con las presas cazadas por sus mayores son un ejemplo conspicuo de la importancia del juego en el entrenamiento para la madurez. Los depredadores son los que más juegan, de hecho. Justamente los más violentos.
Las cosquillas podrían ser una especie de entrenamiento para la agresión y para protegerse de la agresión, un juego, una simulación incruenta de una agresión y de la defensa de una agresión. Los nociceptores se activan suavemente, el cuerpo adopta posturas defensivas, y la risa enseña los dientes. Todo muy espontáneo, ingenuo y divertido.
Y sin embargo a mi nunca me gustaron las cosquillas. Quizá es que las percibo como una agresión.
6 comentarios:
Interesante comentario:)
Gracias Peggy.
Un placer tenerte por aquí.
¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Nunca se me ocurrió que hubiera tanta gente interesada en el tema.
Vengo a través de un enlace en otra bitácora (creo que ya sabes cuál es); y lo cierto es que me habéis alegrado la mañana.
;-)
A mí me sucede igual desde hace mucho tiempo y las cosquillas me suponen un ataque que me vuelve vulnerable y no me produce placer ninguno, sino histeria, y descontrol, y sólo incluso con la intención. Me alegra ver que hay alguien más a quien le sucede y me gustaría mucho conocer alguna publicación que hablase sobre el tema. Gracias mil.
Mi pareja casi me parte los pulgares y solo la toque 3 segundos. Seria capaz de tirarme algo a la cabeza. Habiendo leído esto he aprendido algo. Pero es que yo disfruto con ello
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