Desde que leí a Freud, mucho antes de conocer las neurociencias, hasta hoy, que empiezo a conocer algo de ellas, he mirado siempre por la ventana de los sueños buscando respuestas a interrogantes fundamentales. Soy, podría decirse, con todos los "peros" que mi escepticismo formule, un firme creyente en la significación profunda de los sueños.
Cuanto más analizo mis ensoñaciones más firmemente convencido estoy de que encierran una verdad insondable. Tras el escudo espejado de los símbolos y las metáforas oníricas se oculta un mensaje que mi mente inconsciente transmite secretamente de un lado a otro de su Universo, y que mi mente consciente solamente puede interpretar, dentro de sus limitados parámetros, a partir de los fogonazos de luz colorida que se desprenden del movimiento de la sutil información arcana.
La idea de arquetipo, presentada por Jung, me impresiona y me convence con más fuerza que todas las especulaciones estériles de Freud acerca de la sexualidad. Nunca una sexualidad fue más estéril, y ello a pesar de la importancia central de la sexualidad en nuestras vidas, que sería estúpido pasar por alto. Frente a la sexualidad como centro absoluto, una serie de universales insoslayablemente omnipresentes, de iconos de nuestra naturaleza figurativa, son las piezas del puzzle abstracto y pluridimensional que nuestra imaginación inconsciente diseña en los sueños, los elementos que mezclamos y combinamos en el Collage creativo de nuestras latencias.
Y digo yo: ¿Estaré soñando?.
Las coincidencias no son tales. Permanentemente están sucediendo cosas que nos parecen maravillosamente casuales. ¡Que casualidad, he visto a Pepe en Jamaica!.
Y sin embargo, pese a que la probabilidad de ver a Pepe en Jamaica (por otro lado una probabilidad incalculable) es del orden de 1 entre 1 millón, no lo es la probabilidad de encontrar a alguno de los numerosos conocidos con los que nos resultaría sorprendente coincidir en dicho lugar (o cualquier otro que nos parezca exótico por eso de no ser el nuestro).
Todo ese simbolismo onírico podría no ser otra cosa que un conjunto de felices coincidencias semióticas, una red de arquetipos que, combinados aleatoriamente, dan lugar a paradójicos significados. La red que hace de sustrato neurobiológico, la red talamo-cortical, está activada de una manera aleatoria. Neuronas del tálamo disparan sin orden aparente hacia sus objetivos en la corteza. Pero si es un puro caos, ¿cómo es posible que nuestros sueños tengan sentido, o parezcan tenerlo?. En algún momento del proceso la mente ordena imágenes, intenta organizar sensaciones internas para dotarlas de significado.
Pienso en esos experimentos realizados por Sperry y Gazzaniga con personas que tenían el cerebro dividido. Les presentaban estímulos de forma tal que solamente uno de los lados del cerebro pudiera percibirlos. Cuando el lado derecho del cerebro llevaba a cabo una acción, instigado por un estimulo presentado, el lado izquierdo, generalmente asociado al lenguaje y al pensamiento conceptual, daba una explicación verbal de dicha acción que no tenía nada que ver con la verdadera razón de la misma.
Cuanto más analizo mis ensoñaciones más firmemente convencido estoy de que encierran una verdad insondable. Tras el escudo espejado de los símbolos y las metáforas oníricas se oculta un mensaje que mi mente inconsciente transmite secretamente de un lado a otro de su Universo, y que mi mente consciente solamente puede interpretar, dentro de sus limitados parámetros, a partir de los fogonazos de luz colorida que se desprenden del movimiento de la sutil información arcana.
La idea de arquetipo, presentada por Jung, me impresiona y me convence con más fuerza que todas las especulaciones estériles de Freud acerca de la sexualidad. Nunca una sexualidad fue más estéril, y ello a pesar de la importancia central de la sexualidad en nuestras vidas, que sería estúpido pasar por alto. Frente a la sexualidad como centro absoluto, una serie de universales insoslayablemente omnipresentes, de iconos de nuestra naturaleza figurativa, son las piezas del puzzle abstracto y pluridimensional que nuestra imaginación inconsciente diseña en los sueños, los elementos que mezclamos y combinamos en el Collage creativo de nuestras latencias.
Y digo yo: ¿Estaré soñando?.
Las coincidencias no son tales. Permanentemente están sucediendo cosas que nos parecen maravillosamente casuales. ¡Que casualidad, he visto a Pepe en Jamaica!.
Y sin embargo, pese a que la probabilidad de ver a Pepe en Jamaica (por otro lado una probabilidad incalculable) es del orden de 1 entre 1 millón, no lo es la probabilidad de encontrar a alguno de los numerosos conocidos con los que nos resultaría sorprendente coincidir en dicho lugar (o cualquier otro que nos parezca exótico por eso de no ser el nuestro).
Todo ese simbolismo onírico podría no ser otra cosa que un conjunto de felices coincidencias semióticas, una red de arquetipos que, combinados aleatoriamente, dan lugar a paradójicos significados. La red que hace de sustrato neurobiológico, la red talamo-cortical, está activada de una manera aleatoria. Neuronas del tálamo disparan sin orden aparente hacia sus objetivos en la corteza. Pero si es un puro caos, ¿cómo es posible que nuestros sueños tengan sentido, o parezcan tenerlo?. En algún momento del proceso la mente ordena imágenes, intenta organizar sensaciones internas para dotarlas de significado.
Pienso en esos experimentos realizados por Sperry y Gazzaniga con personas que tenían el cerebro dividido. Les presentaban estímulos de forma tal que solamente uno de los lados del cerebro pudiera percibirlos. Cuando el lado derecho del cerebro llevaba a cabo una acción, instigado por un estimulo presentado, el lado izquierdo, generalmente asociado al lenguaje y al pensamiento conceptual, daba una explicación verbal de dicha acción que no tenía nada que ver con la verdadera razón de la misma.
Es decir: nuestro cerebro parlante inventa las razones por las cuales hacemos las cosas si no las encuentra a mano.
Así, en los sueños, podría darse algo parecido. Trataríamos de dar un sentido, una coherencia, en la corteza, a lo que no son más que descargas aleatorias que llegan a ella desde el tálamo.
Aunque también podría suceder algo totalmente distinto. Pudiera ser que nuestra capacidad de imaginar situaciones hipotéticas, anticipando con ello posibles consecuencias de nuestras acciones, desarrollada en la evolución, tuviera en el sueño su expresión más sutil. Pudiera ser, digo, que en los sueños no solo recuperásemos energías, sino que además jugásemos con la imaginación y creásemos una serie de situaciones en el teatro de nuestra mente, muchas susceptibles de suceder, otras inverosímiles o imposibles, para afinar nuestras respuestas a posibles contingencias.
Y dado el alto contenido emocional de sueño, pudiera ser que el ajuste se realizase, principalmente, en el nivel de las emociones y el trato social.