Scientific American no necesita presentación. Es una publicación de un enorme prestigio en el ámbito científico que ilustra tanto a entendidos como a profanos de la actualidad y las fronteras en los diversos campos del conocimiento.
La marca Scientific American tiene, en su edición española, varios productos, entre los cuales destaca, para mi, por el tema tratado, la revista Mente y Cerebro, de la cual tengo todos los números hasta el momento publicados. Comencé a leerla en su número 8, del 2004, y fue en este en el que di, nada más empezar, con la mayor sorpresa que de momento me ha deparado la revista: un artículo, de título sugerente (que he dado al post), que abordaba el espinoso tema del altruismo en nuestra especie.
Mente y Cerebro, pese a tener el sello americano de Scientific American, es una revista totalmente europea, tanto en su concepción como en su elaboración. Raro es encontrar un artículo que no esté firmado por un europeo, y más concretamente por un alemán. Esto no es algo que sea irrelevante respecto al enfoque que se le da a las cuestiones de la mente y el cerebro. Ya desde los tiempos de William James ha habido una escuela americana y una europea para los distintos ámbitos de la psicología. En la actualidad algunas ideas novedosas e importantes que se están desarrollando al otro lado del inmenso charco parecen haberse elaborado, pese a la globalización, en Marte, o más allá. Muchos estudiosos europeos, por no decir casi todos, son impermeables a la nueva concepción de la naturaleza humana que se deriva de los estudios de Psicología Evolucionista y que tan brillantemente ha sido divulgada por autores como Steven Pinker o Matt Ridley. Parece que la Tabla Rasa se está convirtiendo en la pesada lápida mortuoria que algunos han puesto sobre su propia tumba intelectual. Podrían poner, en la esquela: "pensamientos made in Europe. We're the Champions". Toda la revista, del primer al último número, salido este mes, despide un aroma ambientalista, culturalista y educacionista que cada vez resulta más hediondo, pues esas ideas y los cadáveres intelectuales que las sostienen están entrando en putrefacción. La Vieja Europa también se pudre, y ya solamente le falta descomponerse en feudos medievales, o Reinos de Taifas con musulmanes incluidos, ahora que finge una unidad que es puro politiqueo centralista y Estado del Bienestar con el pan de las subvenciones y el circo de los medios.
Pero las cosas nunca son sencillas, ni completamente oscuras o claras. Hay cada vez más estudiosos de psicología en Europa que abogan por un enfoque evolucionista. En España, siempre un poco rezagada respecto al resto de Europa y unos cuantos años atrás respecto a EEUU, la Psicología Evolucionista (en adelante PE), tiene muy pocos defensores, y prácticamente ningún representante. Indicativo es el hecho de que su obra fundacional y fundamental, The adapted mind, todavía no haya sido traducida a nuestro idioma desde su publicación a principios de los 90.
El otro día descubrí, empero, que no todo está perdido en nuestro país. Dentro de la Psicología Social, que siempre ha tenido un enfoque bastante cognitivo, han encajado relativamente bien las ideas de la PE, y ello ha tenido sus efectos en la Universidad española. Prueba de ello es que algunos manuales de Psicología Social introducen ya capítulos dedicados a la base biológica de nuestra conducta y las disciplinas que se han dedicado hasta ahora a estudiarla. En concreto, una obra de Psicología Social de la UNED, escrita por varios autores, tiene un capítulo dedicado a la evolución de la conducta social, escrito por la Profesora Elena Gaviria Stewart, en el que se expone con claridad y rigor no sólo la evolución de nuestra conducta social, sino la evolución de las ideas en el estudio de este interesante asunto, llevándonos de la mano desde la Etología de Lorenz hasta la PE de Barkow, Tooby y Cosmides.
Frente a frente tenemos pues dos concepciones, dos modos de ver la naturaleza humana, una ambientalista y con hediondo aroma de decadencia más europeísta que europeo, y otra más biológica, que aún preservando un respeto por la importancia del ambiente en nuestro desarrollo, no deja de lado el importante papel que juegan nuestros genes y los mecanismos flexibles pero predeterminados de nuestra cognición y nuestra emoción. Yo pongo frente a frente hoy, aquí, a Elena Gaviria y a los autores del artículo sobre la paradoja del samaritano, los Profesores Ernst Fehr y Suzann-Viola Renninger, y, al tiempo que pido perdón a ambas partes por enfrentarlas, pido también al selecto público que presencie esta escena que se pronuncie en algún sentido, aunque sea tirando por la calle de en medio, buscando una "tercera vía" que sea transitable.
Los Profesores de Zurich, pues de allí son, comienzan su artículo con un titular que, como todo buen titular, pretende interesar por el artículo con su contundencia.
"Los sociobiólogos sostienen que incluso una acción altruista y desinteresada no es nada más que un egoísmo solapado. Pero el dogma se tambalea". Uno espera, tras leer esto, que el resto del artículo sea una poderosa argumentación con suaves formas llena de las pertinentes matizaciones y aclaración de términos. Nada más lejos de la realidad.
Para empezar hablan de sociobiólogos de una forma un tanto genérica e inconcreta, típica de quien pone epítetos y crea hombres de paja. Esto ocurre, por poner ejemplos archiconocidos, más habituales en política, con neocon, neoliberal, fascista...etc. Son palabras que valen para todo (lo que sea denigrar sin argumentar). En biología tachar a alguien de sociobiólogo parece un anatema imperecedero de su trabajo. "¡Cabrón!"......."¿Cabrón has dicho?....¡¡¡¡Tú lo que eres es un Sociobiólogo!!!".
¿Alguien se escandaliza porque meta la palabra cabrón en este texto supuestamente serio?. Pues que no lo haga. En ocasiones decir "sociobiólogo" constituye no más que un insulto, algo así como cabrón, que significa en relación con el aludido lo mismo que este manido taco. Lo que sucede es que en círculos universitarios son más finos. Los puñales se cubren de la seda de palabros bonitos y curiosos.
No nos debemos engañar sobre quién es el que insulta. Es quien carece de argumentos. Es por ello que es en la izquierda política y cultural donde se recurre con más asiduidad a los epítetos de nuevo cuño, generalmente iniciados con un correspondiente "neo".
La biología no es un terreno sobre el que no se libren batallas políticas. Muchos mueren en la lucha, aunque su muerte constituya algo profesional, más que físico. El centro de la polémica está en la naturaleza humana, y esto es así porque el cómo se entienda esta está en la base misma de las ideas políticas que se defienden fuera del claustro.
Nuestros autores zuricheses no dudan en mostrar su predilección por el Estado del Bienestar en más de un lugar de su texto, implícitamente, lo cual no deja de ser una vergonzosa confesión (si bien inconsciente), aunque inevitable cuando uno es un samaritano de boquilla y habla de altruismo. Pondré algunos ejemplos a lo largo del comentario al texto, para no liar demasiado el asunto mezclando cosas desordenadamente.
Una vez aclarado el uso que se da al término "sociobiólogo" ya desde el contundente golpe a la mandíbula de un hombre de paja que constituye el titular, pasamos a la chicha, que es más bien limonada: necesita mucha azúcar para que alguien se la trague. Solo un ataque disfrazado de argumentación.
Comienzan así:
"Sin cooperación no funciona nada. Ni en la familia ni en el círculo de amigos; menos aún, en la vida profesional, la circulación viaria o la política. Los padres confían en sus hijos, los peatones en los ciclistas, los gobernantes en sus aliados. Hasta el padrino mafioso" necesita socios fiables, pues de lo contrario pronto se encontraría entre rejas.
A veces, las cooperaciones operan sin contrato, no se fijan los detalles de los acuerdos y no se explicitan las sanciones. Una profunda confianza en la reciprocidad y juego limpio permea nuestra vida cotidiana. Pero, ¿de qué nos fiamos, en realidad? ¿Por qué funciona nuestra convivencia? ¿Son los humanos "nobles, caritativos y buenos" por naturaleza y en esto se distinguen del resto de las criaturas, como un día formuló Goethe? ¿Se esconde en cada uno de nosotros un buen samaritano, dotado de motivos altruistas y de un sentido del bien común, o, por el contrario, nos arrastran hacia el comportamiento cooperativo ocultos incentivos económicos y un egoísmo que apunta al futuro?".
No podemos más que inclinarnos ante este increíble descubrimiento: la colaboración es el cimiento de la sociedad. De hecho nosotros, los sociobiólogos (recuérdese que el epíteto es solo para descalificar, vale para cualquiera que no se sume a la descalificación con voz estridente) no creemos que sea así, o, para ser más precisos, creemos que esta surge de un cálculo premeditado, de un egoísmo primario que apunta al futuro.
Nuestros amigos zuricheses repasan la historia de las ideas sobre el egoísmo como motor del mundo, empezando por Mandeville, que decía que no había "nada tan universalmente auténtico sobre la faz de la tierra como el amor que toda criatura, que es capaz de él, alberga respecto de sí misma". Luego citan a Adam Smith y su conocida idea de que la persecución por parte de las personas de su propio interés redunda en beneficio de la comunidad toda. El "Homo Oeconomicus" es un ser "que sólo aspira a maximizar sus ganancias materiales" señalan, y los biólogos derivan la conducta humana de los "genes egoístas". "Por ejemplo, en el mecenazgo -creen algunos "etólogos"; aquí cambian el registro para epitetar igual- no se manifiesta el filántropo generoso, sino el frío empresario calculador que se promete un incremento duradero de las ganancias, por medio de un premeditado cuidado de la fama".
Luego citan a Richard Dawkins, el zoólogo divulgador, que como me decía el otro día mi apreciado amigo liberal Memetic Warrior, tiene como único mérito científico, aparte la divulgación de ideas de otros, la teoría de los memes que a Memetic le da su nombre "de guerra".
"Somos máquinas de supervivencia, robots programados a ciegas para la conservación de las moléculas egoístas a las que llamamos genes,. Este egoísmo de los genes dará lugar a la conducta egoísta habitual del individuo".
Esto lleva a los autores a concluir que, según esto: "por su origen biológico el hombre está ineludiblemente dispuesto al egoísmo".
Creo que el principal fallo de los autores en este comienzo delirante de artículo, aparte de sociobiologizar el egoísmo, consiste precisamente en su noción de egoísmo, y en qué nivel del comportamiento y la naturaleza humana lo sitúan.
Elena Gaviria, en los capítulos que escribe en la obra mencionada arriba, hace un distingo que todo biólogo evolutivo que se precie conoce bien, entre
causas inmediatas y causas últimas del comportamiento humano. No es lo mismo el frío cálculo de un empresario que el altruismo de un filántropo, cuando a mecenazgo se refiere, por la sencilla razón de que el mecenas generalmente no hace demasiados cálculos conscientes. Su comportamiento es verdaderamente altruista, aunque las razones de este altruismo haya que buscarlas en un pasado evolutivo que giraba en torno a unos recursos muy escasos y a necesidades perentorias. Las causas inmediatas del comportamiento altruista no son pues una consideración aritmética, sobre todo en las complejas situaciones humanas en las que sencillamente es imposible sopesar perfectamente, sino que son sentimientos de bienestar y malestar, sentirse bien con el otro y con la ayuda a él prestada o mal con la culpa por no dar. Nótese que el cálculo aquí es más sutil, e incluye en efecto costes y beneficios, pero emocionales. Los fines últimos permanecen ocultos. Simplemente somos, en muchas situaciones, altruistas, porque esto hizo posible el desarrollo de una sociedad compleja basada en gran medida en la confianza y en los contratos (firmados o no por notario).
causas inmediatas y causas últimas del comportamiento humano. No es lo mismo el frío cálculo de un empresario que el altruismo de un filántropo, cuando a mecenazgo se refiere, por la sencilla razón de que el mecenas generalmente no hace demasiados cálculos conscientes. Su comportamiento es verdaderamente altruista, aunque las razones de este altruismo haya que buscarlas en un pasado evolutivo que giraba en torno a unos recursos muy escasos y a necesidades perentorias. Las causas inmediatas del comportamiento altruista no son pues una consideración aritmética, sobre todo en las complejas situaciones humanas en las que sencillamente es imposible sopesar perfectamente, sino que son sentimientos de bienestar y malestar, sentirse bien con el otro y con la ayuda a él prestada o mal con la culpa por no dar. Nótese que el cálculo aquí es más sutil, e incluye en efecto costes y beneficios, pero emocionales. Los fines últimos permanecen ocultos. Simplemente somos, en muchas situaciones, altruistas, porque esto hizo posible el desarrollo de una sociedad compleja basada en gran medida en la confianza y en los contratos (firmados o no por notario).
Cuando Elena Gaviria habla de la PE dice, entre otras cosas, lo siguiente: "a la PE le interesan, por un lado, las presiones que existían en ambientes ancestrales y los mecanismos psicológicos inmediatos que evolucionaron para hacer frente a esas presiones, y, por otro, la forma en que esos mecanismos evolucionados funcionan en ambientes contemporáneos. Utiliza también la teoría de la selección natural como marco de referencia teórico, así como las ampliaciones posteriores de dicha teoría. Característica de este enfoque es la idea de que hay distintos tipos de pensamiento o de mecanismos de aprendizaje especializados que han evolucionado para hacer frente a distintas situaciones sociales y ambientales con las que se encontraron nuestros ancestros. Es decir, tendríamos un conjunto de operaciones cognitivas que se pondrían en marcha cuando estamos ante una situación de amenaza, otro distinto cuando la situación es de intercambio de recursos, otro cuando el objetivo es encontrar pareja. No se trata de instrucciones genéticamente programadas sobre la conducta, sino de mecanismos mentales que nos permiten hacer inferencias, juicios y elecciones apropiadas para cada situación. Es precisamente esta modularidad de la mente, con múltiples mecanismos cognitivos especializados, la que explica que sea tan flexible y capaz de generar conductas diferentes según el contexto".
Es decir, que los nuevos "sociobiólogos", los Psicólogos Evolucionistas, no creen que los "genes egoístas·" creen autómatas de supervivencia propiamente egoístas, sino seres complejos con diversas estrategias cognitivas y emocionales para hacer frente a un ambiente cambiante, algo bastante flexible, como se puede colegir y leer. Sobre este asunto ya reflexioné en este blog hace tiempo, mezclando a Damasio y a Spinoza con Nietzsche.
"Algunos sociobiólogos van más lejos. La propia inteligencia emocional, e instrumental de los humanos, su andar erguido, su competencia lingüística, la conciencia de sí mismos, su necesidad de fe y religión se habrían originado en el vil conflicto en torno a los recursos", se permiten decir. Otro ataque a la economía libre, aparte del ataque al frío empresario. El conflicto en torno a los recursos es algo vil, bajo, soez. Ellos, desde su cómodo diván en su despacho universitario, se creen que el conflicto por los recursos es algo sucio y rastrero, propio de escoria. El conflicto por los recursos que ha hecho posible el edificio en el que trabajan, la comida que comen, el asiento en el que ponen sus gordas posaderas, la película que ven en el cine, el cuidado parque en el que pasean.....Ese es, sigue siendo, el VIL conflicto por los recursos, es más, si hay algo ineludible no es que el ser humano sea egoísta a partir de los argumentos evolucionistas, sino que la vida es lucha, y que para obtener cualquier cosa hay que hacer un esfuerzo. Eso está en la naturaleza, y si es algo tan obvio (excepto para quienes viven en un limbo de comodidades logradas con palabras) cabe concluir que todo ha surgido a partir del VIL conflicto por los recursos, es más, hay que concluir que todo debe ceñirse a este VIL conflicto, ineluctablemente.
"En el Reino animal el comportamiento altruista puede explicarse, en buena medida, a través de la selección de parentesco", afirman. Implícitamente dicen: "pero nosotros no somos animales". (¡que animalada!).
Después proceden a describir un pueril experimento que realizaron en Zurich (naturalmente) con un grupo de jóvenes universitarios. En él se formaban grupos en los que cada miembro estaba aislado en una cabina con un terminal de ordenador y conectado a los otros por la red. No se conocían los unos a los otros e interaccionaban en un juego en el que, cómo no, el sector público era el protagonista central. Daban a cada uno una suma de dinero y dejaban a su elección cuanto aportar al bien público. Este "bien público" no se les decía cual era, solo se especificaba por sus -cómo no- benéficos efectos: el director de la prueba aumentaba cada ronda un 60% la suma global aportada...y lo distribuía por igual entre los miembros del grupo, con independencia de lo que hubiera aportado cada uno. O sea que el "bien público" crea mucha riqueza, justo lo contrario que en la realidad, dónde todo lo público constituye una rémora para la iniciativa privada en forma de impuestos y regulaciones.
Cuando en las sucesivas rondas se dio la oportunidad a los participantes de multar a quienes habían puesto de menos -una vez desvelado este dato- lo hacían, aún cuando esto supusiese una pérdida para ellos (la banca, cómo no, les retiraba una pequeña suma de su capital por llevar a cabo su castigo).
Al margen de que este experimento sea una birria simplemente por el hecho de que sus participantes nunca participarán como en un caso real en el que tengan algo verdaderamente importante en juego, lleva a los "investigadores" a la conclusión de que existe un "altruismo fuerte" contrario a la concepción del "hombre económico y sociobiológico". Vamos, que porque los participantes castigan a los que se escaquean, resulta que hemos superado las ideas sobre el altruismo recíproco de Trivers, que sostiene precisamente eso, que se castiga a los que no colaboran, a los que reciben sin dar nada, a los free riders. Llegan por tanto a un "altruismo fuerte" que es una solemne memez pues da la razón a los "sociobiólogos" en uno de sus presupuestos fundamentales.
En fin, y así siguen, mezclando churras con merinas y pasando a la selección de grupos altruistas frente a grupos egoístas, que tampoco tiene porque entrar en contradicción con los principios de la sociobiología, la PE o la etología.
Volvamos a Gaviria: "con demasiada frecuencia se suelen confundir las 3 disciplinas (Etología, Sociobiología y PE)". Nos dice que la Etología es el estudio biológico de la conducta. Su método es la observación y solamente en ocasiones muy contadas se sacan conclusiones de tipo general. La etología pasó de centrarse en mecanismos fisiológicos a analizar, como ahora hace, interacciones de grupos (conocida como etología social). Así resulta que el rollo antedicho de la selección de grupos altruistas frente a grupos no altruistas es algo requeteestudiado en etología.
"La Sociobiología" -nos dice Gaviria-"es el estudio biológico de la sociedad (Wilson, 1975, 1978), es decir, intentar explicar los fenómenos presentes de las sociedades animales a partir de la teoría de la evolución por selección natural (en su versión moderna basada en la aptitud inclusiva), y de las demás teorías de alcance medio que fueron formuladas para ampliar las ideas de Darwin (inversión parental, altruismo recíproco)".Dicha disciplina nació de la Etología pero luego se apartó de ella, y es lógico el porqué. Pasaron de la observación a extraer conclusiones de carácter general y profundo calado sobre nuestra naturaleza, la cual pretendían explicar en sus fundamentos biológicos sin un apoyo empírico sólido. Todos nuestros rasgos son adaptativos, y tratamos de aumentar al máximo nuestra aptitud inclusiva.
Y finalmente llegó la PE, que, como señala Gaviria, "puede considerarse un híbrido de las dos anteriores con un lógico sesgo psicologicista ...La PE se diferencia de la Etología por un mayor énfasis en la base teórica, a partir de la cual se generan hipótesis contrastables, y una preocupación porque los resultados obtenidos sean generalizables. Por otro lado se diferencia de la Sociobiología en que utiliza los principios evolucionistas para relacionar la función original de la conducta (causas últimas) con los mecanismos psicológicos actuales (causas inmediatas), sin pretender que todos los rasgos que poseemos sean adaptativos porque lo fueron en ambientes ancestrales. Además, dedica mucha más atención a la cuestión de la flexibilidad de respuesta de tales mecanismos. En lugar de proponer un mecanismo general cuyo fin es aumentar al máximo nuestra aptitud inclusiva, como hacen los sociobiólogos, defienden la existencia de múltiples mecanismos diseñados a lo largo de la evolución para resolver problemas específicos, y sostienen que el éxito reproductivo o la aptitud inclusiva es la causa de que poseamos esos mecanismos, no su finalidad (los PE consideran que los sociobiólogos confunden causas y fines, cayendo en un razonamiento circular que ellos llaman "falacia sociobiológica")".
Y ese es, al final, lo que nuestros articulistas de medio pelo llaman, en conjunto "sociobiólogos" -aunque a veces se les deslice un etólogos o un biólogos". Decidme amigos (si habéis leído todo este tocho sois mis amigos): ¿Se pueden equiparar estas tres disciplinas?. ¿No se aprecia una "evolución" en el estudio de la "evolución" y en el estudio del comportamiento a la luz de la evolución?. ¿No se aprecia claramente que se ha intentado primero observar, recopilar datos, luego generalizar alocadamente, y finalmente se ha llegado al equilibrio de la verdadera ciencia con la PE?.
Sea como fuere hay algo que me preocupa. El ínclito Richard Dawkins, tan excelente divulgador y tan original creador de la memética, lleva un tiempo obsesionado, librando una auténtica CRUZADA personal (y atiéndase a la palabra), contra la religión, especialmente la cristiana.
¿Su última obra?: pues esta.
Dawkins, lamento decirlo....chochea. Sin ser consciente de ello (¿Y cómo podría serlo?), entra en contradicción con sus antiguas ideas sobre la irracionalidad de nuestra conducta (o las ideas que debieran derivarse de ellas) defendiendo un racionalismo laico estrecho y corto de miras.